Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Fina Estampa

Fina Estampa

28.02.2007

Lectura: 3'

2007-02-28T08:09:55-03:00
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El presidente de Perú, Alan García, volvió a patear el avispero como hizo dos décadas atrás, pero en sentido inverso. Durante el lanzamiento de un programa de acceso al agua potable en la localidad de Huaycán, García exhortó a los pobres a no ver al Estado como su única salvación y a ser ellos mismos "el motor de su propio cambio". "Deja de pedir, eso te convierte en un parásito", dijo García, quien le pidió a los sectores más postergados que tengan "austeridad en sus reclamos hacia el Estado".

El presidente peruano podrá ser acusado de cualquier cosa menos de populista. Sus declaraciones, hechas en medio de la desesperanza en la que viven millones de peruanos y latinoamericanos, parecen propias de un señorito de Miraflores o San Isidro, los elegantes barrios de Lima donde se afinca la aristocracia peruana, más que de un líder de su talla.

Si la prosperidad dependiera únicamente de la voluntad y la determinación, habría menos pobres en el mundo y muchos ricos estarían en la bancarrota. Suena a frivolidad que el presidente le pida a los que menos tienen que sean austeros en sus reclamos al Estado cuando es el Estado el gran dilapidador de sus riquezas. El propio García se convirtió en los años ochenta en el arquetipo del gobernante populista, con su discurso inflamado y su manejo irresponsable de la hacienda pública. Así fue que Perú terminó en una escalada de inflación, miseria, violencia y debilidad institucional. En su exitoso regreso a la política, sin embargo, García parece haber abrevado en otras fuentes.

En efecto, los pobres pueden ser el motor de su propio destino y frecuentemente lo son. Como dijo el economista Hernando de Soto, otro peruano, sus verdaderos enemigos son "aquellas personas que no creen en el potencial de una humanidad liberada por el estado de derecho". De Soto se refería especialmente al derecho de propiedad y demostraba que son los pobres quienes más necesitan que los sistemas jurídicos garanticen la vigencia de este derecho fundamental, contrariamente a lo que se piensa.

Las elites económicas, políticas, sindicales e intelectuales, están convencidas de que la historia las ha puesto allí para liberar a los más débiles de sus cadenas. Sus antagonismos ideológicos son pura apariencia; en el fondo, comparten la misma concepción aristocrática. No va a ser fácil convencerlas de que los pobres pueden liberarse solos, si dejan de financiar su banquete de gloria y poder.

Cuando Alan García alerta a sus compatriotas sobre la esclavitud a la que los condena el estatismo parasitario y alienta a los más pobres a liberar su enorme poder creador, les está insuflando el espíritu de la autodeterminación, caldo de cultivo del verdadero desarrollo.

García expresó con poco tacto un desafío que comparte con otros gobernantes que ven el problema con similar lucidez: cómo liberar de trabas y gabelas a las fuerzas productivas sin dejar de atender la emergencia social. La pregunta que deberíamos hacernos los uruguayos es si el presidente Vázquez se animará a integrar este grupo de adelantados o quedará prisionero de la izquierda conservadora.