Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Enemigo

Enemigo

04.01.2012

Lectura: 3'

2012-01-04T07:36:33-03:00
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Según el presidente Mujica, “el Estado es el enemigo número uno del socialismo”. La sentencia, que fue pronunciada en su primera entrevista semanal de este año con el matutino La República, debió dejar descolocado a buena parte del oficialismo. Es cierto que José Mujica no es propiamente un estatista y que su evolución ideológica lo ha llevado a realizar expresiones que su fuerza política no le toleraría a ninguno otro dirigente. Un poco por su verborragia, otro por su permanente reflexión sobre cuestiones más o menos significativas y otro porque, al final de cuentas, se trata del dirigente político con mayor respaldo popular, a excepción quizás de Tabaré Vázquez.

Es significativo comprobar que, para el “socialismo real” (como se denomina a las experiencias que en su nombre se han construido en los últimos cien años) el Estado no fue considerado como “el peor enemigo” sino como un verdadero eje gravitacional. Durante las décadas del veinte y treinta del Siglo XX, tanto los socialistas de izquierda como los de derecha lo mostraron en su expresión más absoluta y atroz. "Todo dentro del Estado, nada en contra del Estado, nada fuera del Estado", afirmaba Mussolini (un antiguo socialista) pero la frase bien pudo ser acuñada por el mismísimo Lenin. Para el dirigente ruso la dialéctica revolucionaria incluía una suculenta dosis de coacción estatal sobre la vida de las personas, con su consiguiente efecto devastador (tanto para las libertades políticas como para el desempeño económico) lo que prefiguró el descalabro comunista.

Mujica sabe que la historia le da la razón, aunque buena parte de sus compañeros siga creyendo en las virtudes del Estado, incluso para realizar tareas tan insólitas como la pesca, la faena del ganado vacuno, el transporte de carga sobre rieles o la utilización monopólica de la red de fibra óptica. Podrá argumentarse que existe una enorme diferencia entre el Estado soviético o cubano y el de Uruguay, un país donde el mercado y las empresas privadas fijan buena parte de los precios y los estándares de gestión, y que cuenta además con una justicia independiente y unos márgenes respetables de libertad. Sin embargo, el problema entre la declaración presidencial y la realidad del oficialismo rompe los ojos.

Aún descartando las versiones más radicalmente estatistas (como las totalitarias) y liberales (que alejan al Estado de toda intervención sobre el rumbo de la economía) hay una distancia sideral entre la valoración de Mujica y la de quienes consagran al Estado como el único ente capaz de impartir justicia y racionalidad. Quizás el presidente se refiera a la imposibilidad de reformar la peculiar relación entre el Estado-patrón, que lo tiene a él como gerente general, y el Estado-corporación, esa mezcla de privilegios, ineficiencia, inequidad, despilfarro y espíritu reaccionario, que se opone a todo cambio que modifique semejante correlación de fuerzas. Siendo importante, su audaz expresión sobre el Estado no pasará de ser una boutade si no es respaldada con hechos, lo que por ahora parece algo más que un sueño.