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Pablo Mieres

Escribe Pablo Mieres

El verdadero dilema del Frente Amplio

El partido de gobierno y el propio gobierno están mandando señales muy preocupantes de falta de sintonía y diferencias crecientes entre los diferentes sectores que integran la coalición.

13.07.2011 09:13

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2011-07-13T09:13:00-03:00
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Estas diferencias no son nuevas, pero su expresión lisa y llana ante la opinión pública en forma desembozada y distrayendo la atención de los asuntos públicos más relevantes, es una nueva característica que surgió desde el comienzo de este año.

Parece bastante evidente que el poder dentro del partido más grande del país que, además, tiene mayoría parlamentaria (al menos por ahora), está en disputa. Si analizamos con serenidad las declaraciones, movimientos y decisiones de los diferentes actores del Frente Amplio vamos a concluir que "cada cual está comenzando a hacer su juego" en una perspectiva en la que el centro de gravedad deja de ser la tan mentada "unidad" y gana terreno una batalla interna por los diferentes posicionamientos sectoriales de cara a militantes y/o votantes a los que se pretende demostrar el acierto propio y, sobre todo, el error ajeno.

El principal problema es que la prédica de la unidad, que ha sido históricamente una especie de "tótem" sagrado para el Frente Amplio, parece estar perdiendo contenido. En efecto, la unidad no puede ser un fin en sí mismo; la unidad de una organización es un valor adicional a un conjunto de acuerdos sustantivos que preexisten y explican la existencia de ese agrupamiento.

Entonces, cuando el núcleo central de los acuerdos está firme, la apelación a la unidad tiene sentido y se incorpora como un formidable valor agregado que fortalece al partido, dotándolo de mayor capacidad de llegada a la ciudadanía.

Pero si las referencias comunes se vuelven escasas y afloran las diferencias sobre asuntos sustantivos. Si los desacuerdos ganan terreno sobre los acuerdos. Si algunos creen haber ganado ciertas posiciones en "la cancha" (léase el Congreso, Plenario o Mesa Política) pero luego ven que esas posiciones se dejan de lado en "la liga" (léase la gestión de gobierno y la decisión sobre las políticas concretas). Si otros creen que no importa lo que se decida en ciertos ámbitos (léase Congreso, Plenario o Mesa Política) porque en realidad esos ámbitos carecen de representatividad.

Si las interpretaciones de la realidad se hacen crecientemente diferentes. Si hay quienes piensan, dentro del partido de gobierno, que la conducción de la política económica de su partido es de "derecha". Si hay otros que piensan que las propuestas de ciertos sectores del Frente Amplio son anacrónicas y carecen de toda sensatez.

Entonces, las apelaciones a la unidad se vuelven meros ejercicios rituales cada vez más vacíos de contenidos.
Nadie duda que el Frente Amplio ha hecho de su apelación a la unidad uno de sus más grandes recursos de poder. La amenaza del "destierro" o de la "muerte civil o política" para todo aquel que desoiga el mandato imperativo de la unidad fue, durante muchos años, un componente disciplinador que se potenció después de la experiencia del retiro de Hugo Batalla y el PDC a fines de los ochenta.

Por otra parte, la carrera electoral ascendente desde aquel entonces hasta 2004 solo hizo aumentar el valor del reclamo de la unidad. "No hay salvación fuera del FA", se podría sintetizar como corolario de esta línea de acción maestra dentro de la "fuerza política" (como terminó autodenominándose para zanjar la discusión entre coalición y movimiento).

El problema es que algunos, definitivamente, se preguntan si alcanzaron el gobierno para conducir al país hacia la madurez máxima del sistema que tanto detestan, es decir para llevar al Uruguay hacia el desarrollo mediante la aplicación del más "rancio y puro capitalismo".

Entonces, cuando el candidato que surgió para reorientar al Frente Amplio hacia un camino alternativo, también se revela dispuesto a "bendecir" la ortodoxia de la economía del capital, llega un punto en que ciertos grupos deciden poner la "mano en el freno".

Del otro lado, los que han asumido desde hace largos años que no es posible otro camino exitoso para un gobierno de izquierda que no sea por la vía de la ejecución de propuestas de corte socialdemócratas, con preocupación y sensibilidad social pero sin dejar de creer en la competencia, el mercado y la acumulación de capital, no están dispuestos a aceptar que los "peajes" a pagar a los sectores de la izquierda tradicional frustren los objetivos fundamentales de la prosperidad y lleven a dejar pasar la oportunidad actual.

Entonces las apelaciones a la unidad tienen cada vez menor fundamento. Pero, paradójicamente, las matemáticas muestran que la mayoría parlamentaria del FA depende totalmente del voto del Partido Comunista en cada una de las Cámaras. No es fácil la solución.

El dilema de fondo en el Frente Amplio es si van a dar el paso final para convertirse en un nuevo partido tradicional; es decir aceptar que las diferencias sectoriales pueden traducirse en cursos de acción diferentes bajo el mismo paraguas electoral, como pasaba con blancos y colorados cuando eran mayoritarios; o se asume que las diferencias son de tal entidad que, tarde o temprano, impedirán la coexistencia.