"¿Quién está colgado en la galería? ¿El cuadro o el pintor?" Aunque un poco trastocada, la cita pertenece a una canción de Dave Cousins, líder de Strawbs, una banda de culto del folk-rock inglés de los 70. El texto jugaba con la ambigüedad y la incertidumbre que genera toda obra artística entre lo que se dice, lo que se quiso decir y lo que el público interpreta.

La idea del autor disimulado en su puesta en escena volvió a asaltarme con la sorpresiva aparición de Fernando Vilar en la cadena de radio y TV de Presidencia, en respuesta a los reclamos de los productores rurales, aunque pasadas las horas, el enroque terminó pareciéndome una rutina de Mr. Chasman y Chirolita.

La figura del vocero de gobierno es bastante conocida. Se trata de un funcionario con habilidades para la expresión oral, buen aspecto, vínculos formales con los periodistas y máxima cercanía con el jefe de Estado. El vocero no puede ser una persona de exposición mediática alta y prolongada en temas controversiales, y esto al menos por dos razones: 1) el mensajero no debe generar antipatía y 2) el mensajero no puede opacar con su presencia al mensaje, y mucho menos a aquel en cuyo nombre habla.

Allí donde se utiliza, nadie duda que el vocero habla por el gobierno, salvo en situaciones en las que la institucionalidad reclama que sea el presidente y no otro quien diga las cosas.

Nada de esto es aplicable en Uruguay puesto que la figura de vocero no existe, de modo que el cuadro no colgaba en la galería sino en un taller mecánico, por lo que no quedó claro si estábamos ante la Venus de Milo o un almanaque erótico.

La ocurrencia de poner a un comunicador en el lugar reservado hasta ahora para jerarcas de gobierno, cerró una semana negra para la Presidencia de la República. El escrache de un productor rural en el portal institucional, sumado a la amenaza de que una empresa controlaría, en nombre del equipo de Vázquez, el tono de las noticias sobre temas de gobierno (finalmente retirada), habían generado un ambiente de zozobra. No porque fueran prácticas corrientes de tan alta institución de la República sino, precisamente, por lo contrario.

En ese clima fue que llegó, sin aviso previo ni anestesia, la irrupción de Vilar como vocero del máximo representante de la nación.

Algunas personas la arremetieron contra el ex conductor de Telenoche, sin tomar en cuenta que estaba ocupando un lugar de enorme jerarquía institucional. No cualquiera puede hablar en nombre del Presidente. Cuando esto ocurre en un país democrático, la circunstancia debe ser vivida como un alto honor.

El problema es que, ese mismo día, se termina la carrera periodística del implicado (en caso de que eso sea un problema) puesto que no se puede seguir ocupando un rol profesional que consiste, básicamente, en referirse a los protagonistas y los asuntos de interés público con ecuanimidad e independencia.

¿Por qué el presidente Vázquez puso en su lugar a Fernando Vilar? ¿Fue porque los autoconvocados expresaron sus puntos de vista a través de comunicadores? No debería ser necesario explicar que no es lo mismo un grupo de productores rurales que la Presidencia de la República. ¿Fue para no desgastar la figura presidencial? En ese caso, el vocero debió ser alguno de los ministros que participaron en el diálogo con los autoconvocados.

El gobierno no parece tener claro la diferencia abismal que separa la designación de vocero presidencial de jugar a Chirolita y Mr. Chasman. Entre otras cosas porque, quienes disfrutábamos de la rutina, sabíamos que el ventrílocuo intentaba engañarnos, ocultándose detrás de las gracias del muñeco. Del Presidente de la República se espera otra cosa.