Contenido creado por Inés Nogueiras
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El otro hijo

El otro hijo

Fui al cine. Voy poco y, para ir a ver una película que tiene mucho que ver con el horror que padezco a diario a través de los medios informáticos -la guerra-masacre de Gaza-, tuve que pensarlo varias veces.

12.08.2014

Lectura: 4'

2014-08-12T06:00:00-03:00
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Hice muy bien. Me brindó otra visión de ese rincón del mundo tan atormentado y sobre todo me hizo un poco más bueno. Un milagro.

Vi "El otro hijo". Soy bastante todólogo, pero no tengo ninguna pretensión de escribir una crítica cinematográfica. Voy a relatar mi experiencia, mi transformación, el impacto que sufrí. La película se proyecta en solo dos salas de Montevideo y cuando yo fui el cine no estaba lleno. Mediano. Es una lástima. No es una película que se tenga que ver por el tema concreto, sino que es una pequeña obra de arte sobre los seres humanos y sus complejas aventuras.

No voy a relatar absolutamente nada sobre la película, quisiera que todos la vayan a ver. Con mi relato no lograría rozar siquiera lo que se ve y se siente en el cine, sentado en una cómoda butaca en una ciudad como Montevideo, en las antípodas de todas las guerras y tan alejada de aquellos mundos.

Porque de eso se trata: de dos mundos, el palestino y el israelí, que se encuentran de una manera insólita, desde las identidades, las sensibilidades, las familias y sus hijos. El conflicto y las tensiones entre las dos comunidades son el telón de fondo, son el escenario en el que transcurren las vidas de los personajes, pero el entorno no se las devora, no las transforma en una pincelada. Al contrario: les da su verdadero valor, sus matices, sus colores más vivos. No oculta la realidad sino que la saca del gran discurso trágico y la pone a nivel de las vidas cotidianas de personas reales, de familias reales, de jóvenes reales.

No es una película trágica en absoluto. Es un relato humano, profundamente humano, que no hace propaganda de la humanidad como categoría discursiva sino de los gestos normales que nos hacen buena o mala gente, todo en medio de dos colectividades divididas por odios profundos y terribles, cada una de ellas con sus convicciones clavadas en la sangre, en la identidad, en los sufrimientos actuales y ancestrales. Y es Israel y Cisjordania. No es Gaza...

No hay esquemas, no hay cortadas efectistas propias de ese cine que necesita cierta truculencia y simplificación para mantener el relato y sobre todo el espectáculo. Estamos tan acostumbrados a ese cine que lo cubre todo con espectacularidad, en particular a partir de la televisión, que yo mismo estaba en guardia esperando esas escenas, esos derroteros. Al final hay un pequeño desliz, pero no es grave, ni es improbable. Y se resuelve muy bien.

El cine-televisión tiene una diferencia fundamental con el cine-sala de cine: no hay intervalos por publicidad o con el control remoto (cine contratado por internet), no se pueden hacer comentarios hacia los otros espectadores. Somos cada uno solos ante la película. Y eso es muy diferente, es una experiencia particular. Recién al finalizar la película uno comparte el todo, el impacto en su conjunto, el toque en el alma. O no, la nada.

Seguro que esta película tiene en estos días mayor impacto. Es imposible no comparar, no analizar la coyuntura desde la experiencia de los protagonistas de "El otro hijo", no trasladar situaciones a las imágenes que nos inundan todos los días, esas imágenes terribles que, si nos acostumbramos a ellas, nos embrutecemos también nosotros.

El entorno no es nada idílico. Describe la situación tal cual es, con todas sus tensiones entre ambas comunidades, y a los personajes no le es fácil asumirla. Son las madres las que abren el camino, las que inician el sendero. No podría ser de otra manera, no por los estereotipos más simples, sino por la propia lucha por la identidad de las familias y por el cariño llevado al extremo del sacrificio.

Ojalá que ese tipo de sentimientos prevaleciera en ese lugar tan atormentado del mundo y en todos lados. En eso tengo que reconocer con amargura que no es la realidad. Lo que prevalece en la fuerza de los intereses políticos, estatales y religiosos es bien distinto.

Pero mientras haya un reducto pequeño, familiar, individual donde la barbarie no penetre, habrá siempre esperanzas y la necesidad de luchar. Ya que es una historia de hijos, de madres, hermanos y padres es bueno recordar que el odio es la madre de todas las barbaries.