Contenido creado por Inés Nogueiras
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El mundo desde un berretín

El mundo desde un berretín

Tomé impulso, me tapé la nariz y leí entero el libro de Amodio PÉrez. Un poco por curiosidad, otro poco por necesidad periodística y mucho por razones inexplicables, lo cierto que lo leí. No es el único libro que he leído sobre los tupamaros.

25.08.2015

Lectura: 8'

2015-08-25T08:10:00-03:00
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No voy a opinar sobre su entreverada versión de los hechos, sobre su relato que se puede seguir a través de un hilo conductor grueso y evidente: todos cometimos errores; el que estuvo más cerca de lo cierto y justo fui yo y la derrota; al que menos le corresponde fue a mí: al silencioso y sigiloso Amodio Pérez. Es un gran revoltijo para demostrar que las responsabilidades fueron compartidas y sobre todo que los grandes errores organizativos y técnicos fueron de otros. Y que lo de traidor fue un invento de sus enemigos dentro de la organización, para justificar la derrota y la destrucción del MLN. Nada nuevo en materia de traidores. 

Sumando las 316 páginas no logra en ningún momento explicar por qué a él y a su compañera le dieron dos juegos de pasaportes -uno el coronel Ramón Trabal y otro el mismísimo general Esteban Cristi-, lo llevaron a la frontera, le dieron dinero y lo protegieron durante tantos años. O eran estúpidos o muy generosos y humanos...

En realidad, incluso al más desprevenido de los lectores le surge claramente la idea de que se vendió en cuerpo y alma a los militares, que vendió todo lo que podía vender, propio y ajeno. Entregó las banderas y las informaciones sobre contactos de los tupamaros con otras personas y organizaciones, con militares antigolpistas y todo lo que sabía. E incluso leyendo el libro queda claro que debe haber entregado más de lo que sabía.

El terminante e inapelable veredicto ciudadano e histórico de traidor no se lo saca nadie, ni yo voy a agregar más argumentos, ni frases ingeniosas. Cuando se habla de traidores, mejor no embarrarse mucho.
Incluso la pregunta que formuló el obispo de Salto, monseñor Pablo Galimberti, "¿Sólo él es ´el malo de la película´?". ¿Qué margen de revisionismo existe dentro de los ex integrantes del MLN después de cuatro décadas? no cambia la esencia. Me niego a discutir sobre una visión autocrítica o crítica a partir del "testimonio" de un traidor.

Pero hay algo común que encontré en otros libros que relatan la historia, o una determinada visión de la historia de los tupamaros: es que observan la realidad nacional desde una cerradura, encerrados en un berretín, del que salieron recién después de la dictadura. Y no me refiero a la cárcel y sus muy difíciles condiciones, sino al periodo anterior.

El relato de este traidor, la prolija crónica de cada peripecia organizativa y en la dirección del MLN, en ningún momento, ni por asomo, considera lo que sucedía en la sociedad uruguaya. Confundían su estrecho y pequeño mundo como la crónica de la realidad.

Para esa visión, los procesos políticos y sociales casi no existen, excepto para justificar algún debate interno al movimiento y nada más. Ni el asesinato de los estudiantes en 1968; ni las grandes luchas estudiantiles y obreras de esos años; ni antes de los atentados del 14 de abril de 1972 el paro general de la CNT y la movilización social; ni luego de ese desbarranque militar y político que es analizado como parte de un debate interno. No existe el asesinato de 8 obreros comunistas el 17 de abril. Nada.

La formación del Frente Amplio en 1971 es mirada con desconfianza y los movimientos son todos para tratar de aprovechar un determinado clima de masas y luego del resultado electoral, para mostrar que la vía pacífica era inútil.

La cantidad de episodios que en este y en otros libros confirman esa visión desde el aparato militar y sus vicisitudes es aterradora. Solo una atenta lectura de esa visión de la historia, o mejor dicho de una crónica que han hecho los mayores esfuerzos para transformarse en historia, permite aquilatar el nivel de los errores políticos, estratégicos y hasta militares del MLN.

Hay algo que los uruguayos no hemos valorado suficientemente: qué enorme paso hemos dado todos hacia el fortalecimiento de la democracia, hasta acorralar y casi extinguir a los vestigios de la dictadura y de los años de plomo. Nadie en el Uruguay ajustició a nadie, mató a nadie como consecuencia de aquella tragedia y ganas no faltaron. Doy fe.

Y al otro al que hay que agradecerle una montaña es al Frente Amplio, porque democratizó a la izquierda, en serio, profundamente, no solo a los tupamaros, sino también a los comunistas, a los socialistas y a otros grupos que teníamos un amplio déficit democrático y con aquella frase de Líber Seregni de que "somos una fuerza pacífica y pacificadora" comulgábamos en los aplausos y poco más.

Algunos hicimos dentro de nuestros partidos, fuera de ellos, por diversas vías, un análisis crítico y autocrítico, al punto de que muchas veces sacrificamos nuestra propia historia como organización, otros prefirieron sumergirse en la realidad casi sin mirar hacia atrás. Cada uno elige su propio camino, pero a veces ese sistema tiene enormes fantasmas que viven muchos años en los roperos y un día salen, se pasean por los diarios, por los libros, por los juzgados, por los canales de televisión.

Los envidio, no a los fantasmas sino a sus creadores, porque lograron transmitir una imagen adentro del país y afuera, que para algunos está totalmente santificada porque llegaron incluso a ocupar la presidencia y una excelente proyección internacional. Pero la historia verdadera del sufrimiento, del aporte de los uruguayos a la batalla contra la dictadura nos ha quedado atrapada entre esa versión deformada de la historia y por otro lado del discurso de la derecha, porque son totalmente funcionales.

La historia de los dos demonios ha sido contada por dos demonios, diferentes a los actores, a los ejecutores, pero que dejaron atrapado en el medio el relato de las fuerzas que verdaderamente lucharon contra la dictadura y pagaron: en presos, en torturados, en clandestinos, en exiliados, en luchadores de todas las generaciones. Y, sobre todo, a la historia de los uruguayos, de este pueblo que en un principio fue bastante indiferente al golpe, incluso en algunos sectores lo apoyó; que a nivel de los trabajadores organizados en la CNT le hizo una huelga con ocupación de 15 días y culminó con una gran manifestación convocada por la central obrera, por el Partido Nacional y por el Frente Amplio el 9 de julio de 1973, que luego mantuvo los rescoldos vivos y ardientes de la resistencia y finalmente derrotó a la dictaburra. Y lo hizo con un costo altísimo de sacrificio y sufrimiento.

En medio de esos dos demonios se quedó atrapada la historia de los comunistas, sobre los que se concentró con el peso abrumador de su aparato, la represión militar y policial de los años de la dictadura, que llegó incluso al asesinato en 1983 con Wladimir Rosslik, o las torturas y el procesamiento de los estudiantes ese mismo año en los estertores del régimen y todos los años previos. En la batalla contra la dictadura participaron amplios sectores y su amplitud política, social y cultural fue creciendo y fue la clave del aislamiento y la caída del régimen.

¿Cómo es posible que con una historia tan chueca y renga sobre una organización y un periodo de la vida del Uruguay haya sido capaz de ocupar posiciones tan importantes dentro de la izquierda y a nivel nacional? Eso tiene un solo nombre: José "Pepe" Mujica. No busquemos explicaciones muy rebuscadas y sofisticadas, fue el papel que se ganó en la política nacional e internacional un táctico superlativo y un comunicador único. Podremos discutirlo, y yo lo voy a hacer, sobre todo en ese relato parcial y a veces deformado de la historia, pero Mujica hizo un aporte y recogió sus frutos en un momento trágico de la historia nacional, la gran crisis del 2002 y 2003. Le habló y lo escucharon sectores que nunca antes habían escuchado a la izquierda.

La peor venganza con la historia es responder a una deformación, a una parcialidad con las propias deformaciones y parcialidades. Todas las historias bien construidas son actuales, si son rigurosas y se despojan de anteojeras y objetivos menores.

Los culpables de esa deformación, de ese relato rengo de la historia de la izquierda y de la lucha contra la dictadura no son los relatores tupamaros y sus amigos, somos los otros, los que nos dejamos sumergir por la marea y renunciamos a nuestro aporte, a relatar las miles de historias individuales y el gran fresco colectivo de la verdadera lucha nacional contra la dictadura. La culpa de los dos demonios no la tienen los dos demonios locuaces, sino el resto que durante tanto tiempo nos quedamos callados y mascando el tiento y la amargura.

El colmo es que ahora, después de años de soportar esa visión parcial de la historia, deformada profundamente, mirada desde un berretín, ahora le sumamos el relato de los traidores de esa historia y todos nos entretengamos con un nuevo hueso miserable, nauseabundo, delator.