Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

El lugar del humo

El lugar del humo

23.04.2008

Lectura: 3'

2008-04-23T08:11:00-03:00
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Los uruguayos somos individuos peculiares. Andamos por la vida abrazados a nuestra pequeñez como a una tabla de náufrago y en base a tales fronteras construimos nuestra personalidad. Fieles a un estilo, nos acomodamos a las circunstancias sin decir nada, como condenados por la debilidad territorial y demográfica. En un continente complejo, nos toca lidiar con desencuentros inesperados: un puente cortado, unos camiones con arroz trancados en la frontera, un pozo de petróleo del que se nos excluye, en fin, un escenario de integración propio del Tercer Mundo.

Sin embargo, nada se iguala con el humo que debimos fumar en los últimos días. Sosegados y estoicos como siempre, los orientales soportamos varios días de monóxido de carbono sin pedir ni escuchar un pedido de excusas, ni siquiera una mínima demostración de vergüenza, si no de los responsables, al menos de sus representantes políticos o diplomáticos.

En días tan opacos, nos ataca esa idea recurrente y funesta de que en Uruguay hay cosas que no pasan y nos da por pensar en imposibles, como mudar al país hacia otros rumbos y cosas así. Acaso un lugar entre Italia y Suiza, si no es mucho pedir, o enclavados, como Andorra y Gibraltar, en los confines de la antigua metrópolis imperial que nos diera lengua, religión y bisabuelos.

Es difícil imaginar qué tendríamos para aportar a tan prósperos anfitriones, además de buenos churrascos y mano de obra barata, pero algo es algo. Siendo más modestos, cambiaríamos con gusto este neblinoso destino rioplatense por un lugar en la región, tal vez lindero con Santa Catarina, territorio que bien podríamos reclamar a cambio de nuestras antiguas y arrebatadas posesiones cisplatinas.

Devueltos a la realidad, debemos resignarnos a compartir un largo futuro con nuestros vecinos, y eso en caso de que el futuro depare algún destino a un país de población tan diminuta. Justo es reconocer que los mismos que hoy nos llenan los pulmones de humo, ayer nos recibieron con los brazos abiertos y nos trataron como compatriotas, aun en tiempos de cárcel y vacas flacas. ¿Cómo reprocharles un par de días irrespirables cuando nos oxigenaron el espíritu con las canciones de Charly y Spinetta, las composiciones de Ginastera y Piazzolla, la clase de Hohberg y Atilio García, los escritos de Alberdi y de Sebreli, los poemas de González Tuñón y la obra ciclópea de Borges?

Pero hay un derecho al que no puede renunciar ni siquiera este pueblo estoico y taciturno, y es al de escuchar unas disculpas. No es necesario que nadie llore, que se corte el muelle cuando atraca el Buquebus, ni que los escolares uruguayos, aterrorizados por la bruma y el adoctrinamiento, desfilen con carteles presagiando un improbable cataclismo ambiental. Alcanza con unas palabras oficiales ante un hecho sin precedentes que contamina el aire, irrita las mucosas y nos hace pensar macanas. No hay que olvidar que seguimos siendo una república hermana pero independiente. Y que Dios, como buen porteño, está pensando seriamente la posibilidad de mudarse al Uruguay.