Cada tanto a los izquierdistas nos vienen fiebres contra el consumismo. Los que podemos y - somos parte de la corriente dominante en el planeta - apelamos a nuestra racionalidad e imprecamos contra el agotamiento de los recursos naturales para producir celulares, LCD, PC, Laptops, zapatillas deportivas que corren solas, bebidas de todo tipo y color, ropa que cambia rigurosamente de moda cuatro veces al año, incluso en el trópico, ropa interior provocativa, alimentos chatarra, etc etc etc.
Vamos a los shoppings, los nuevos templos de la religión global, donde el consumo está todo agrupado bajo un único edificio, con un microclima adecuado, con acogedores boliches y hasta cines y teatros y nos codeamos con decenas de miles de hambrientos consumidores. Esa es la palabra mágica. Para ser ciudadanos hay que cumplir 16 o 18 años y ejercer, para ser residentes hay que tener derechos legales, consumidores se nace. Desde el primer llanto en adelante todos somos consumidores. Pañales, mamaderas, juguetitos y todo tipo de adminículos, útiles e inútiles. Y esa condición sólo la perdemos luego del entierro. Ni siquiera la muerte nos exime de inmediato. Uruguay debe ser el país donde las empresas de pompas fúnebres y los cementerios privados hacen más publicidad y más creativa e intensa.
El bienestar del país se mide de muchas maneras, pero la que no necesita estadísticas, la que se palpa en la vida cotidiana de la gente es la de las carnicerías, almacenes, supermercados, ferias, venta de ropa, electrodomésticos, autos, motos, juguetes y todo lo demás.
Cuando a mí me viene un empuje de esa fiebre anticonsumista, siempre me acuerdo de una brillante película italiana, donde alguien iniciaba una larga y cómica diatriba contra el consumo y un obrero le contestaba en romano: justo ahora que me toca a mi, ustedes quieren cortarla.
Es cierto que cuando Tomas Jefferson incluyó en los propósitos de la revolución norteamericana y en la Constitución el concepto de alcanzar la felicidad, no se refería al consumo, sino a otros valores. Pero la felicidad es algo esquivo y muy personal. Cada uno se construye sus propios instantes o estados de felicidad. Para algunos -los menos- puede ser en la austeridad y para muchos otros es poder satisfacer sus necesidades materiales básicas y de las otras. Que pueden no tener límites. Eso es lo peligroso. Lo que es indiscutible es que la felicidad es más difícil cuando se carece de las más elementales cosas vitales y de confort.
Los "status symbol" que mueven las sociedades actuales pueden involucionar hacia niveles de codicia sin límites, donde la acumulación de riqueza y consumo sean el único motor de la existencia. El extremo opuesto, es decir la austeridad son una opción personal, pero ni en las sectas religiosas más fundamentalistas logran sobrevivir.
Una parte de esas necesidades de consumo las producimos nosotros, los seres humanos con esa cadena interminable de mensajes que ocupan un lugar muy destacado en nuestras vidas. No es sólo la publicidad que incita a consumir mucho más de lo que necesitamos, sino nuestras propias vidas y su reflejo las que inducen al consumo.
La economía mundial y la propia civilización actual no sobrevivirían a un abrupto cambio de cultura que limitara el consumo a formas frugales y muy medidas. Se paralizaría todo. Sería la inversión de una tendencia que viene desde el fondo de los tiempos, ese fetichismo de la mercancía no nació con la revolución industrial y el capitalismo, viene de mucho más lejos, desde el preciso instante que una comunidad además de producir lo estrictamente necesario para sobrevivir, tuvo un excedente para acumular, para cambiar, para comercializar y para ampliar su consumo.
La revolución industrial y el imponente crecimiento de la producción multiplicaron las dimensiones del círculo y nos precipitaron a todos dentro de él. La sociedad de la información y el conocimiento lejos de modificar esa voracidad por el consumo la amplió a nivel global, la uniformizó en rubros fundamentales. La globalizó e hizo del comercio mundial el factor económico de mayor crecimiento. Comercio y consumo son inseparables.
¿Este proceso es incontenible? Visto en términos civilizatorios y no morales hay que tener la honestidad de reconocer que los recursos no renovables de nuestro planeta no permiten que el espiral de crecimiento de la producción y por lo tanto del consumo sean infinitos. Se podrá discutir sobre cuando, pero el tiempo del agotamiento llegará inexorablemente. Si pensamos que hay miles de millones de seres humanos que viven por debajo de los más elementales niveles de consumo y que en algunos países día a día millones de personas se incorporan al mercado, que es un eufemismo para decir que cambian de hábitos y de niveles de consumo, hay que asumir que los recursos no son inagotables.
No se trata sólo de la energía, factor fundamental para la producción y para satisfacer el consumo humano, sino de los metales, de muchas materias primas, de muchos otros elementos que no se logran reponer. Y ni que hablar del factor esencial: el equilibrio ecológico, es decir la capacidad del planeta de absorber las actividades humanas y no cambiar su clima, el nivel de sus mares y las condiciones para mantener la vida animal y vegetal sobre el planeta.
Eso también tiene que ver con el consumo, por ahora de manera indirecta, apelando a tecnologías más limpias de producción pero en algún momento incluirá la necesidad de regular el consumo. Tampoco hay que tener muchas dudas al respeto. El problema sigue siendo ¿cuándo? Pero también se agrega el ¿cómo?
Esta última gran interrogante no tiene que ver sólo con aspectos tecnológicos sino sociales y culturales. Sin el consumo creciente y cada día más sofisticado de bienes y de servicios, con una inversión de tendencia y la necesidad de una planificación en el uso de los recursos ¿las formas de organización económica y social, serán las mismas que ahora?
¿Una revolución de toda la civilización del planeta la puede guiar el mercado? ¿O la economía de mercado? que es un eufemismo para llamar de forma "moderna" al capitalismo.
¿La supervivencia del género humano se podrá lograr a través de la selección natural impuesta por la ley de los más fuertes, de los más poderosos, de los mejor preparados? ¿Preparados en que? ¿Militarmente, tecnológicamente, materialmente o culturalmente?
¿Cómo se relaciona el desarrollo exponencial del conocimiento y de la información con la capacidad de las sociedades de afrontar esos nuevos tiempos inevitables? ¿Serán necesarias nuevas formas en las relaciones sociales, en la convivencia, en la organización de las sociedades y los factores de poder?
Si nos guiamos por la abrumadora mayoría de las obras de ciencia ficción (películas, libros, etc) el futuro es absolutamente negro y catastrófico. Si apelamos a la capacidad de la humanidad de elaborar ideas audaces que le permitan afrontar los nuevos tiempos, podemos esperar y sobre todo actuar y pensar y volver a actuar.
El automatismo del sistema actual no nos garantiza nada. Ha sido capaz de satisfacer la necesidad ilimitadas de ganancias creando cadenas de producción de valor totalmente falsas y fraudulentas, transformadas en burbujas de todo tipo (hipotecarias, de endeudamiento, bancarias etc) es obvio que hacen falta mucho más que parches para encarar un futuro no tan lejano.
La izquierda, la que considera que hay que analizar la base material y cultural de todos los procesos, estructura e infraestructura, para prever, para hacer prospectiva y elaborar ideas audaces e innovadoras para afrontar los nuevos y viejos problemas con un sentido de justicia, de mayor libertad y de formas superiores de organización social tiene por delante los mayores retos de toda su historia. Si nos replegamos solamente a administrar mejor la decadencia y la explosión, nos resignamos a un triste papel.
Si decidimos encerrarnos en un capullo y resolverlo con apelaciones morales contra el consumismo, o nos consideramos los depositarios de todo el conocimiento necesario para afrontar estos problemas, seremos un factor más del fracaso. No olvidemos nunca que los pensadores que dieron el mayor impulso a la revolución ideológica, cultural, y también política de la era industrial partieron de toda la sabiduría que había acumulado la humanidad, de los más grandes filósofos de su época y del conocimiento científico de avanzada.
La crónica diaria devorándose todo es el mayor peligro para la izquierda, somos hijos de grandes pensadores con miradas muy profundas, prospectivas y críticas. Esa fue su mayor y principal herencia.
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