Contenido creado por Julia Peraza
Navegaciones

El caso Atchugarry

El caso Atchugarry

El proceso político y la imagen de Alejandro Atchugarry merecen ser analizados por la política uruguaya. Es un caso atípico en muy diversos aspectos, y sobre todo es un indicador un termómetro de varios aspectos de la política nacional.

28.02.2017

Lectura: 7'

2017-02-28T06:00:00-03:00
Compartir en

Atchugarry murió a los 64 años y hace mucho tiempo que no se veían, se escuchaban, se leían tantos elogios y reconocimientos para un político. Un político retirado de las candidaturas, aunque activo con sus opiniones y sus acciones. ¿Por qué se produjo ese alud tan plural de reconocimientos, del gobierno, de todos los partidos, del PIT CNT, de diversos sindicatos y de la sociedad civil?

Es bueno hacerse esa pregunta cuando es notorio que existe una crisis creciente, una fractura entre los ciudadanos, y en general con los políticos. No solo en el Uruguay, se trata de un proceso mundial del que se habla hasta el cansancio.

La muerte es un gran sponsor (Buscaglia dixit). ¿Es este el motivo?

No creo que esta sea la explicación, por dos motivos. Primero, porque en todas las encuestas o evaluaciones, Atchugarry siempre apareció destacado entre las diferentes figuras del Partido Colorado. Era una figura con un perfil claramente nacional y ese es un indicador fundamental. La percepción de la gente es y debe ser la principal referencia para evaluar un político. Y la evaluación positiva era transversal, abarcaba todo el arco político.

Segundo, hablar de Atchugarry con cualquier dirigente político, parlamentario, sindicalista, periodista político, etc., era la seguridad de recibir una valoración positiva, un reconocimiento a su sensibilidad y a su credibilidad. Era notorio que fue uno de los pocos dirigentes políticos que despertaba confianza en todos los sectores. Y ese fue su principal capital, construido en toda su vida.

Su papel como Ministro de Economía y Finanzas en medio de la crisis del 2002 es lo que más se resalta, pero fue posible que desempeñara ese complejo entramado de negociaciones, acuerdos, apoyos e incluso debates y contradicciones por el capital de confianza acumulado en su actuación anterior como legislador. Sin esos antecedentes, esa confianza no hubiera existido, fue un capital que era imposible de gestar en medio del vendaval de la crisis.

Su gestión de la crisis, eminentemente política, su capacidad de diálogo con todos los sectores involucrados, políticos y sociales, afianzó esa confianza.

La crisis del 2002, sobre todo a nivel bancario, era de confianza, y Atchugarry utilizó su arma principal, la que había construido en toda su vida: la confianza.

El otro gran motivo de su prestigio actual fue el rechazo permanente, a partir del 2004, de aceptar candidaturas; eso habla indirectamente de una crisis creciente de la política en su versión tradicional y aquí no me refiero solo a los partidos fundacionales, sino al conjunto de la política. Renunciar a la disputa y por lo tanto a ocupar cargos como la máxima y casi única expresión de la política, le dio un prestigio complementario. Este último elemento nos plantea una nueva pregunta ¿Cómo es posible que renunciar a ocupar cargos o a ser candidato sea algo que fortalece y mejora la imagen ante la opinión pública? 

La explicación más simple es que los cargos políticos y de poder ya no son automáticamente un factor de prestigio. Al contrario, la desconfianza hacia la política también llega a esos niveles. Pero no alcanza solo ese factor, hay otro que depende de los personajes. Todos los que lo conocíamos, y la gente que siguió su acción política y gubernamental, tuvimos la creciente sensación de que Atchugarry era un auténtico servidor público, un hombre modesto y honesto que privilegió una visión humana, sensible y diversa de la tradicional disputa a dentelladas por el poder; y que cuando se retiró de su banca en el 2005, asumió en toda su complejidad el pesado legado de los años de la crisis. El pagó su costo personalmente, políticamente y humanamente.

Fue sin duda el ministro menos cuestionado de la crisis, pero tuvo la extrema sensibilidad de no separarse de la tripulación en su conjunto, a pesar de que incluso algunos de sus compañeros de navegación en aquellos años tan difíciles no fueron todo lo generosos que Atchugarry se merecía. Y él asumió sus responsabilidades, durante y después del huracán. También ciertas fuerzas políticas hicieron rodar ciertas acusaciones sin fundamento que le dolieron profundamente a Atchugarry.

En el caso de Atchugarry, sus posiciones y su larga lista de gestos, que correspondían a una conducta, a una visión integral de la política, demuestran que no eran solo una manifestación de su carácter afable y de buena persona, sino a su visión profundamente política.

Política fue su actividad parlamentaria, su relación con todos los sectores, su actitud al aceptar la titularidad del MEF luego de diversas circunstancias y, naturalmente, su conducción de la política económica y financiera en sus aspectos más delicados, incluso técnicos. Y política, profundamente política, fue actitud de apartarse del cargo al finalizar el momento más complicado de la crisis y luego de renunciar a las candidaturas. Fueron actitudes políticas con un profundo sentido humano, una combinación de factores que es tan difícil de combinar y que la gente valora.

Atchugarry no se retiró de la política, continuó opinando, siempre con gran respeto y altura, participando de actividades. Recuerdo perfectamente su intervención en el homenaje al dirigente comunista Jaime Pérez en el salón azul de la Intendencia, en diversos reportajes, en la fundación de EDUY 21, y cada uno tendrá sus propios recuerdos de la actividad de Atchugarry. No se borró, no se sumergió, siguió participando en la política desde otro lado. Y la gente no se olvidó de él y lo demostró en el momento de su muerte.

Otra de sus actividades permanentes fue rechazar, de forma explícita o no, los diversos ofrecimientos para candidaturas; en especial a ser candidato a presidente por el Partido Colorado. Es cierto que a alguno de sus correligionarios, incluso muy encumbrados, esta actitud no les caía nada bien, es comprensible, es duro renunciar a semejante capital político.

Algunos dirigentes colorados tuvieron en sus declaraciones un enfoque correcto, Atchugarry expresaba lo mejor de la política y de los políticos uruguayos y por lo tanto era un patrimonio nacional. Nos referimos a esa política plural, respetuosa y sin embargo apasionada que nos diferencia de otras realidades. Otros, una pequeña minoría, quieren utilizar el recuerdo de Atchugarry para pequeñas polémicas de actualidad. Cada uno desde su altura.

Otro gesto que hay que valorar fueron las palabras del presidente Tabaré Vázquez, cuando recordó que en 1989, cuando Atchugarry estaba en el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, existía en el FA la preocupación de que se presentara como candidato a la Intendencia de Montevideo, por el prestigio que se había ganado. Incluso puso en duda si hubiera ganado las elecciones frente a ese adversario. Más allá de que uno comparta o no esa afirmación, es un gesto de generosidad y de honestidad que habla bien de Vázquez y también de Atchugarry.

En tiempos en que las grandes ideas, no hablemos ya de los grandes relatos históricos, son tan escasas a nivel mundial, tanto que las grandes corrientes políticas de pensamiento diluyen sus identidades y su perfil privilegiando muchas veces la disputa por el poder, las figuras asumen una creciente importancia y es por eso que tiene un especial valor destacar la trayectoria de alguien como Alejandro Atchugarry.

Es probable que para los "fanáticos" en cada uno de los partidos, de los que viven y perviven de cercar su territorio con muros bien altos para reafirmar su identidad, estas reflexiones les molesten profundamente, pero señalar y subrayar el papel de una de las figuras más singulares y transversales de la historia política nacional es una manera de valorar conductas que refuerzan la democracia y las mejores virtudes de la política.

Atchugarry nunca fue un flan, un surfista de las diversas olas y corrientes; al contrario, desde su visión batllista y colorada fue una figura auténticamente nacional. Políticamente nacional.