Desde mediados del siglo XX está en marcha una reducción de los niveles de oxígeno en las aguas oceánicas, y con ello se pone en riesgo toda la vida marina. El problema llega a extremos de gravedad en las llamadas zonas oceánicas hipóxicas con mínimo oxígeno, y que en ciertos momentos del año pueden llegar al extremo de anoxia. Entre esas zonas marinas que se “asfixian” las más conocidas son la desembocadura del Río Mississippi en el golfo de México o el centro del Mar Báltico, y en un registro que se acaba de publicar pocas semanas atrás vuelve a aparecer el Río de la Plata.
Desde 1950 se han sumado unos 500 sitios de aguas costeras que tienen concentraciones de 2 mg de oxígeno por litro, o menos (el umbral para declarar hipoxia). Sumándolos todos, cubren unos 4,5 millones de km2, lo que equivale aproximadamente a la superficie de toda la Unión Europea.
La caída en el oxígeno disuelto va de la mano con otras alteraciones tales como el aumento de la temperatura promedio y acidificación de las aguas marinas. Todo esto tiene efectos devastadores en la vida marina. A medida que cae el oxígeno disuelto, diferentes especies comienzan a enfrentar problemas para alimentarse, reproducirse, sus migraciones son alteradas, y algunas de ellas desaparecen. Las especies que viven en el suelo marino, como los corales, al no poder trasladarse a otros sitios, padecen impactos negativos severos sin muchas capacidades de adaptarse. Hay incluso una cascada de efectos no bien conocidos, como son una caída en la mineralización de ciertos elementos provistos por la vida marina, mientras que aumenta la liberación de otros en el suelo marino, como el cadmio, y que son potencialmente peligrosos.
Mapa con las zonas de aguas costeras con bajo nivel de oxígeno en los últimos 50 años. Basado en el mapa actualizado por D. Breitburg y colaboradores; enero 2018.
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Las causas de la caída de oxígeno marino son todas ellas debidas a intervenciones humanas. El factor más importante es el aumento de la temperatura promedio del planeta. Con océanos cada vez más calientes se reduce la solubilidad del oxígeno, y además se entorpece su circulación entre las capas de aguas marinas a distintas profundidades. La atmósfera más caliente hace que se enlentezca la circulación de aire inmediatamente encima de la superficie marina lo que reduce los aportes de oxígeno. La acidificación oceánica, que también está en marcha, reduce todavía más la disolución de oxígeno.
Estos problemas se agravan en las costas por diversos impactos, varios de los cuales son evidentes en el Río de la Plata. En las zonas costeras, especialmente donde desembocan grandes ríos, todo el problema se potencia por las enormes descargas de sustancias que se convierten en nutrientes. Entre ellos están el nitrógeno y fósforo, materia orgánica, efluentes cloacales, hidrocarburos derivados del uso de combustibles, etc. Se genera una “sopa” cada vez más tibia, repleta de nutrientes que son aprovechados por distintos organismos que crecen a tasas elevadas y consumen todo el oxígeno disponible (la conocida eutroficación).
Todos estos problemas ocurren a escala global. Desde 1950 se ha multiplicado por diez el uso de los fertilizantes en todo el planeta; las descargas de nitrógeno que llevan los ríos hasta las costas, aumentó 43% entre 1970 y 2000, sobre todo debido a la intensificación agrícola.
Se generan así las llamadas zonas marinas “muertas”, y su número se ha cuadruplicado en los últimos 50 años. En un reciente reporte firmado por una veintena de científicos, se ofrece una nueva actualización del mapa global de esos sitios. Muchas de ellos se encuentran en Norte América, en distintos áreas costeras de Europa, en varias zonas del sudeste asiático, algunos en Africa y en Australia. En América Latina hay varios sitios que padecen este problema en la costa de Brasil, Perú y Chile, y entre ellos se lista el Río de la Plata.
Este es un proceso tan grave como el cambio climático. Se pone en riesgo la vida marina, y con ello el sustento de millones de personas que viven de distintos recursos pesqueros y costeros. A su vez, esta problemática genera otros desarreglos geoquímicos que potencian todavía más el cambio climático. Es un proceso lento, lo que implica que además sea muy difícil de frenarlo en lapsos cortos de tiempo. Los modelos actuales imponen escalas temporales de mil años. Por todo esto es necesario comenzar a actuar ahora mismo.
El mantenimiento del Río de la Plata en ese listado global de zonas costeras de bajo oxígeno es de una enorme gravedad. No puede sorprender porque esas aguas reciben los desechos y nutrientes de una enorme cuenca que incluye a grandes ríos como el Uruguay, Paraná y Paraguay. Estamos al final de una cuenca que cubre más de 3 millones de km2, y recoge lo que se arroja desde el centro de Brasil, pasando por buena parte de Bolivia, Paraguay, el centro norte de Argentina, y Uruguay. Llegan a nuestras aguas los residuos de los agroquímicos que se aplican, por ejemplo en el centro de Brasil o en Paraguay, o los efluentes cloacales de ciudades argentinas.
Uruguay enfrenta un desafío mayúsculo. Debe reforzar sus políticas ambientales para poder asegurar la calidad de sus propias aguas platenses, evitando por todos los medios que se caiga en el extremo de padecer zonas sin oxígeno, por ejemplo en la primavera o verano. Esto requiere atacar los problemas de contaminación en el Río Uruguay y otros aportantes mayores, como el Río Santa Lucía.
Pero además debe colocar ese tema en la agenda de las negociaciones con los países vecinos, sabiendo que hasta ahora el MERCOSUR no ha sido capaz de abordar adecuadamente la problemática ecológica regional. El problema está en marcha y las luces de advertencia están encendidas.
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Más informaciones: Declining oxygen in the global ocean and coastal waters, por Denise Breitburg y colaboradores. Sience 359, enero de 2018.
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