Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Descubiertos, indignados y manipulados

Descubiertos, indignados y manipulados

12.10.2012

Lectura: 4'

2012-10-12T13:10:50-03:00
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Con la llegada de un nuevo 12 de octubre reaparecen expresiones indignadas sobre la conquista española, la destrucción de las civilizaciones originarias y los orígenes sangrientos de la americanidad. La ocasión debería ser propicia para reflexionar con rigor sobre este proceso peculiar y de consecuencias tan significativas y contradictorias. En lugar de eso, lo que se encuentra en los medios y el calendario de actividades es una mezcla de silencio e indignación. El primero para evitar cuestionamientos y revisionismos. El segundo para manipular con interpretaciones acientíficas hechos ocurridos en el pasado remoto, a gente que está justamente indignada con el presente. Así, el 12 de octubre es presentado como “un día de duelo”, que habría marcado el “comienzo del exterminio de los aborígenes americanos” y sutilezas semejantes. Veamos qué dicen los acontecimientos, o al menos lo que un abordaje desapasionado y no interesado sobre estos acontecimientos puede enseñarnos.

Lo primero es de toda evidencia: América es fruto de la colonización y sólo existe como consecuencia de ella, así como el sentido de negritud o africanidad es, paradójicamente, tributario del esclavismo. En 1492 no había nadie en estas tierras que creyera pertenecer a un continente hermanador, ni que viera a los pueblos que estaban más allá de sus dominios (y aún dentro de ellos) como sus hermanos. Por el contrario, sus habitantes se hubieran indignado ante la sola mención de que compartían su identidad con los opresores vernáculos.

Del mismo modo, la identidad afro sólo puede entenderse desde la perspectiva de la esclavitud y la lucha por la libertad, un proceso dilucidado en los países de destino de los esclavos africanos, principalmente en América. En el Africa del Siglo XVI, no había nadie que sintiera una identidad basada en el color de la piel, y eso al menos por dos razones. La primera es que la identidad se construye en presencia de un “otro”, de alguien a quien se percibe como diferente. En el Africa negra, en cambio, todos sus pueblos tenían el mismo color de piel y guerreaban con pueblos con los que compartían la misma pigmentación cutánea. La discriminación, vieja costumbre de la especie humana, se consagraba en base a otros parámetros, como la talla o el oficio que desarrollaban unos y otros. La segunda es que el tráfico de esclavos fue practicado entre europeos y “africanos” (tampoco ellos tenían un sentido de continente) y utilizado por ambos para mejorar el intercambio comercial. Veinte años después de que Colón “descubriera” América, en 1512, el emperador congo Manicongo Nzinga Mbemba celebró un acuerdo con el Reino de Portugal que incluyó el tráfico de esclavos así como de oro, cobre y marfil, a cambio de médicos, constructores, administradores y misioneros. Lo que hoy sentimos como una monstruosidad (esclavizar seres humanos) fue práctica corriente durante miles de años, lo era al menos en el Siglo XVI (para europeos y “africanos”) y continuó siéndolo aún para muchas mentes progresistas en los Siglos XVIII y XIX.

En “América”, los imperios que encontraron los españoles tenían un sentido del territorio más o menos comarcal y constituían un conjunto diverso de pueblos que guerreaban y se exterminaban de la manera más cruel desde tiempos inmemoriales.

El exterminio de pueblos y civilizaciones no fue introducido en este “continente” por los europeos. Los pueblos originarios de México que apoyaron la conquista de Cortés, por ejemplo, sentían un gran odio hacia Moctesuma porque era el máximo representante del yugo azteca, al que estaban sometidos. Los toltecas, que antecedieron a los aztecas en varios siglos y que nunca escucharon hablar del cristianismo, fueron víctimas de una guerra religiosa y perecieron exterminados por tribus enemigas que adoraban al dios Tezcatlipoca.

Mil años antes, los olmecas habían sucumbido a manos de los mayas. Los incas construyeron su imperio sometiendo, masacrando y explotando a todos los pueblos que encontraron a su paso. Especialmente cruenta fue la conquista de los valles de Runahuánac, Huarco, Mala y Chillca, a manos del general Cápac Yupanqui y del príncipe Inca Yupanqui, pero no fue la única.

En suma, la idea de que los males de los pueblos americanos y africanos comenzaron o empeoraron con la llegada de los europeos no resiste un análisis medianamente serio. Por cierto, nada justifica hoy la esclavitud, el vasallaje o la explotación de los pueblos originarios de América, Africa o cualquier parte del mundo, pero lo malo de estos enfoques simplistas es que pretenden interpretar y juzgar la historia con valores y puntos de vista de la actualidad, para manipular nuestra justa indignación ante las miserias del presente.