Contenido creado por Gastón Fernández Castro
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Defender al gobierno de sí mismo

Defender al gobierno de sí mismo

08.05.2012

Lectura: 6'

2012-05-08T08:44:57-03:00
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Los palacios tienen una tendencia natural a sentirse sitiados, rodeados y asediados por problemas económicos, sociales, corporativos y especialmente por los adversarios políticos, prestos a saltarles encima, superar los muros y obligarlos al repliegue y sobre todo a desalojarlos.

Esta es una historia de ficción pero cualquier parecido con la realidad, no es pura casualidad. Se refiere a unos sitiadores débiles y dispersos que son ayudados desde dentro de la ciudadela del poder. No confundir con la puerta de la Ciudadela...esta es otra.

Los feroces enemigos cumplen rigurosamente el ritual, ante cada tropiezo o debilidad asaltan los muros al grito de ¡interpelación!, ¡interpelación! En otras ocasiones, de menor categoría, desfilan ante los micrófonos y las cámaras para embestir contra el gobierno. Pero se desgastan, son previsibles, abren pequeñas brechas en los altos muros del poder. Y por eso ahora sueñan con tejer una nueva bandera un poco más amplia: rosada. Si sus muertos ilustres los vieran...

Los enemigos impersonales, como las crisis y las hambrunas mundiales son mantenidas a raya por una combinación de dos factores: por estas latitudes soplan vientos relativamente favorables y los defensores de la muralla que custodian en el flanco del avituallamiento del palacio y de la comarca, la economía, conocen su oficio, saben hacia donde quieren ir. Y sobre todo: van.

Los acometedores sociales, en especial sindicales, cada tanto sienten el llamado de los muros y la emprenden a pedradas y gritos reclamando algo. Siempre encuentran un motivo, pero en realidad no logran que sus banderas se eleven por encima de la media. De vez en cuando una escaramuza difícil y dura, un choque fugaz, pero en definitiva nada grave.

Los plañideros lamentos de otros actores sociales, muy emprendedores ellos, se han ido atemperando, primero porque tienen pocos motivos para ulular a la luna y segundo porque no encuentran ecos especiales. Además los muros no se caen por los lamentos y cuando algunos transportadores se fueron de mambo les duró muy poco y obtuvieron escasos resultados. Y fue hace años.

Los heraldos y vocingleros comunican sus malas, buenas o medianas nuevas todos los días a toda hora. No han cambiado mucho desde los lejanos tiempos en que muchos de ellos formaban parte del estrecho círculo del poder. Cada tanto levantan la voz, se concentran, muestran los dientes, pero nada especial. Ya estamos todos acostumbrados. Además, sirven para que de vez en cuando les echemos la culpa. Se lo merecen.

Hay sin embargo peligros exteriores, desde orillas cercanas y cada día menos amistosas. Al otro lado del río y a pesar de las interminables muestras de amistad e incluso de admiración de algunos que los envidian sanamente, ellos siguen implacables, feroces, Morenos. Tenemos el consuelo que con otros son mucho peores, pero con nosotros se ensañan en el dragado, en los meneos de todo tipo. Paciencia, mucha paciencia, pero menos envidia.

En este clima templado y soleado con algunos nubarrones, el palacio debería sentirse tranquilo y hasta un poco adormecido por el calorcito. Pero no, el poder vive y se siente asediado. ¿Por quién? Por los suyos, por los propios, por los supuestos amigos.

Es desde adentro que se cometen con más frecuencia y virulencia grandes ceremonias propiciatorias de la derrota y del desastre.

La tropa tricolor que llevó en ancas a sus líderes hasta el palacio, anda desorientada, desanimada, despechada y sobre todo alejada. Las encuestas de opinión pública le dan bien al gobierno, pero la sensación térmica da pa´l diablo. Las banderas lucen ajadas y sin ganas. Y sin tropas, sin decenas de miles de soldados, los jefes y algunos dispersos oficiales no garantizan nada. Mejor dicho son la antesala del desalojo. Y en este caso nos referimos a los ciudadanos...

Algunos custodios del palacio, de sus salones y carteras siguen despistados, no encontraron todavía las ventanas para mirar hacia fuera y siguen confundiendo los espejos con la realidad. Y tienen gestos lentos, pesados desde sus enormes escritorios. No gestionan. Y entre las primeras cosas, que los nuevos ocupantes del palacio aprendieron hace algunos años, es que cambiar es mucho más exigente y duro que flotar y preservar. Sobre todo en materia de gestión.

Algunos palaciegos o aspirantes no quieren ni hablar de gestión, le huyen como al agua bendita, ellos quieren estructuras, sólidas, firmes, disciplinadas, negociadas por candidaturas.

En algunos salones se vive con demasiada frecuencia la sensación de que se cierran los portones de los problemas con pesados candados, cuando el animalito ya se escapó y está dando serios problemas en su retozar por las calles, cárceles, hogares, pueblos, lugares públicos y otros. Casualmente siempre se filtran los mismos al ruedo y descorazona, desalienta, crea sensación de conspiración perpetua entre los propios habitantes del palacio.

Después están los peores azotes, los que compiten con la plaga, los que castigan como una gota de plomo derretido, los propaladores, los filtradores: los Fuentes. Hablan desde adentro del palacio y, tienen oídos atentos y cómplices en los diversos medios a los que les susurran todos los días un bolazo, media verdad, o un cambio soñado y los invitan a una opereta bailable. Un día van a cansar tanto a todo el resto del palacio que un nuevo sindicato hará huelga palaciega o peor aún, sus filosas lenguas se van a entrelazar y no podrán despegarse nunca más. Van por el camino de la Cámpora, pero a nivel todavía más enano. Eso sí, la culpa no es del enano, sino del que lo rasca.

Y cuando todas las intrigas no alcanzan, cuando hay un momento de aparente calma siempre hay un hábil declarante que lanza cuesta abajo del palacio una enorme piedra al grito de "¡Vaaaa! Y sálvese quien pueda. Piedras enormes sobre los más variados temas, candidaturas, bolazos, oficiales y tropas fieles o menos fieles, constituciones y leyes, fantasmas y otras nimiedades.

Debe ser difícil habitar ese palacio y sobre todo navegar tantas tormentas que comienzan y se producen en las propias tiendas, de los que acampan en el espacio propio y deberían ser fieles y serenos defensores de la ciudadela.

Muchas veces la tarea más difícil de los que apoyamos al gobierno es defenderlo de si mismo.