Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

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19.09.2007

Lectura: 3'

2007-09-19T09:00:00-03:00
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El fútbol uruguayo no deja de sorprendernos y aleccionarnos. Al menos para educar por el espanto, la administración del otrora glorioso balompié nacional es un buen ejemplo de lo que puede hacer un país para pasar de la excelencia a la decrepitud. Ahora se despachan contra la sufrida afición con precios de ópera para los partidos de la selección, que supo recibir el calor popular en las últimas dos eliminatorias a pesar de su pobre desempeño. El malentendido se completa con la percepción de buena parte de los uruguayos, que ve al fútbol como un ámbito de representación y realización de valores colectivos, no como un negocio a ser administrado. De ahí que sus quejas se vuelvan sobre el sistema político, al que le reclaman una intervención que permita disponer de precios accesibles.

Algunos de los representantes del elenco político, siempre dispuestos a financiar su popularidad con el dinero ajeno, se han hecho eco del reclamo. Es que en rigor de verdad, el deporte más popular de los uruguayos no es el fútbol sino el pensamiento mágico, que hace resucitar en muchas cabecitas la peregrina idea de que las soluciones a los problemas dependen de la voluntad justiciera de los gobernantes, cualquiera sea el asunto que los abrume. Desde el precio de las entradas, la carne y el pollo hasta los derechos de televisación y el valor de la hectárea de tierra para cultivar, todo puede solucionarse con la intervención de algún gobernante sensible. Piensan que existe algo parecido a un precio justo, que permanece oculto por culpa de comerciantes voraces e inescrupulosos, y que es tarea de los representantes populares descubrirlo y consagrarlo.

La falta de cristalinidad, previsibilidad y respeto a las reglas de la competencia y a la legislación vigente, han convertido nuestra gloria futbolera en un esperpento. Como nos negamos a aceptarlo, seguimos jugando nuestra esperanza a intervenciones providenciales que nunca llegan o que, cuando llegan, lo hacen con propósitos distintos al de sus abnegados clientes. El mundo de los futbolistas, los contratistas, la FIFA y los medios de comunicación es materialista y se mueve por dinero, no como el de los hinchas de fútbol, que trabajan por placer y están siempre dispuestos a sacrificar parte de sus salarios e incluso el precio de lo que venden con tal de hacer felices a sus clientes.

Si los gobernantes estuvieran preocupados sinceramente por cumplir con su tarea, hace tiempo que la Asociación Uruguaya de Fútbol estaría intervenida y sus libros y registros en manos de la Justicia. Claro que los esperaría un camino sinuoso y lleno de gente conocida, así que más vale poner el grito en el cielo por el precio de las entradas, un asunto en el que no tienen arte ni parte. Al menos no tanta como en el de las tarifas públicas, las verduras y el pollo. Después de todo, quien más arriesga es la AUF, que pone precios de ópera en un espectáculo en el que los tenores rara vez dan un do de pecho.