Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

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12.09.2007

Lectura: 3'

2007-09-12T08:39:00-03:00
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El ministro de comunicaciones de Brasil, Helio Costa, debería tomarnos más en serio. Para Costa la decisión del gobierno de Vázquez de adoptar la norma europea para la digitalización de las señales de TV (Brasil adoptaba la japonesa y Argentina, aunque sin confirmarlo, la estadounidense) es un error que nos costará caro y nos impedirá acceder a las señales brasileñas. Fue en el marco de esa reflexión que el ministro comparó a Uruguay con una pequeña ciudad del interior de San Pablo. Las autoridades uruguayas habían propuesto en los organismos regionales especializados que se adoptara un estándar común, pero no tuvieron éxito. Finalmente, Uruguay se convirtió en el primer país latinoamericano en adoptar la norma europea.

El argumento de Costa es cuantitativamente irrefutable y cualquier economía de escala confirmará la estrecha autonomía que un país de las dimensiones de Uruguay, puede tener en tiempos de globalización. Claro que a las variables técnicas y económicas de la ecuación, debería agregársele la dimensión política y espiritual sobre la estatura del país y la defensa de su soberanía.

Tiempo atrás, el politólogo Carlos Pareja utilizaba en Radio Sarandí un ejemplo muy parecido al de Costa para referirse a las debilidades del peso uruguayo. Pareja se preguntaba a quién se le podía ocurrir que una de las ciudades satélites de San Pablo, con una población similar a la nuestra, tuviera moneda propia y emprendiera la lucha por sostenerla ante los vaivenes del dólar, el yen, el real o el peso argentino. En efecto, la decisión de tener moneda como la de adoptar una norma digital determinada sin tener en cuenta a los poderosos vecinos, no parecen basarse en la conveniencia objetiva sino en la necesidad subjetiva de reafirmar nuestra soberanía.

Quiso el destino que las declaraciones del ministro brasileño llegaran el mismo día en que Astori anunciaba sus siete medidas contra la inflación, entre las que figura la libertad para importar verduras y pollos. Como la condición liliputiense nos imponía barreras arancelarias y para-arancelarias, los uruguayos pagábamos más caro lo que podíamos conseguir más barato. Con la excusa de la enfermedad de Newcastle, por ejemplo, Uruguay permanecía cerrado a los pollos de Brasil, país que ostenta con orgullo su condición de primer exportador de aves del mundo. Vaya uno a saber cuánto dinero fluyó de nuestros bolsillos hacia el de los fijadores de precios nacionales con la excusa de fomentar el trabajo de los uruguayos, pero podríamos al menos preguntarnos por qué, si la medida era adecuada, recién ahora nos liberan de semejante carga.

"Si no puedes ser fuerte, pero tampoco sabes ser débil, serás derrotado", decía Sun Tsu. Es difícil determinar cuánto más fuertes, más libres y menos pobres seremos con decisiones como las reseñadas, pero algo parece estar moviéndose en las fronteras mentales de los uruguayos. Aunque sólo fuera por eso, Helio Costa debería empezar a tomarnos más en serio.