Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Citius

Citius

01.08.2012

Lectura: 3'

2012-08-01T07:02:49-03:00
Compartir en

Citius, Altius, Fortius. Si hoy disfrutamos de un espectáculo como los juegos olímpicos de Londres no es por el aporte de los atletas griegos del Siglo VIII antes de nuestra era, sino por la visión, persistencia y generosidad del barón Pierre de Coubertin. Con estas virtudes, Coubertin pudo concretar la tarea que, algunas décadas antes, comenzara el millonario griego Evangelios Zappas, considerado el fundador de los juegos olímpicos modernos. Pero Zappas no hacía más que financiar el sueño del resurgimiento helénico del poeta Alexandros Soutsos.

En 1831, Soutsos había publicado un poema evocativo de la Grecia clásica, que por entonces era literalmente desenterrada por los arqueólogos franceses. El poema, entre romántico y hagiográfico, le hablaba nada menos que a Platón y mencionaba a los historiadores Heródoto y Tucídides. “Si nuestra sombra pudiera volar a tu tierra, le dice Soutsos a Platón, osadamente le gritaría a los ministros de la Corona: dejen sus politiquería y sus vanas disputas; recuperen el pasado esplendor de la Hélade”.

Más rápido, más alto, más fuerte. El lema olímpico resume la esencia de la especie humana, sus ansias de superarse, de trazarse nuevos retos, de alcanzar nuevas cumbres. Los uruguayos solemos esconder nuestro fracaso deportivo en la falta de medios económicos para desarrollar las destrezas de los atletas, como si el palmarés de los Juegos registrara únicamente competidores de países ricos o genéticamente superdotados.

El problema que tenemos con el lema olímpico es existencial: los uruguayos no nos educamos en una sociedad que estimule, financie ni premie la superación. Y así como no hay ningún componente genético que nos impida trepar en la consideración deportiva, tampoco lo hay que nos condene a la mediocridad. De hecho, generaciones anteriores de uruguayos tuvieron un sentido de grandeza, audacia y determinación que nos debería llenar, si no de vergüenza, al menos de inspiración.

Un falso sentido del igualitarismo terminó por convencernos de  que no era necesario ni adecuado destacarse demasiado, al menos que el triunfo se resolviera con tres o cuatro trancazos y un par de jugadores providenciales.
Pero las destrezas que premia la justa olímpica tienen que ver menos con el cuerpo que con el carácter. La derrota futbolística ante Senegal desnudó ambas flaquezas. Sin embargo, no debería cargarse las tintas sobre los atletas sino sobre el cúmulo de estímulos y señales que reciben cada día nuestros jóvenes, estén o no vinculados al deporte. No es casualidad que los escasos compatriotas que logran destacarse a nivel internacional suelen pasar largas temporadas en el exterior, especialmente en países donde a nadie le extraña que lleguen más lejos quienes hacen mejor las cosas.

Hay quienes creen ver en el podio olímpico el epítome de la desigualdad y el individualismo, y quizás lo sea, pero las sociedades sólo mejoran si sus miembros se proponen correr más rápido, saltar más alto y ser más fuertes. El paradigma del “más o menos” y del “da lo mismo” nos conduce inexorablemente a la derrota.