Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Ceibal y el canario

Ceibal y el canario

28.11.2007

Lectura: 3'

2007-11-28T08:42:00-03:00
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Lo mismo podría llamarse El Loco y el Genexus, o El Cuarteto de Nos y la ANP, y la lista sigue. Hay nichos de calidad, liderados por personas, instituciones o emprendimientos que nos permite albergar esperanzas de que el Uruguay no va a ser derrotado por los nostálgicos y la burocracia prebendaria. El Plan Ceibal es una expresión estatal que encarna un sueño alto: favorecer la inserción de los uruguayos, aún de los más alejados de la civilización, en el tiempo presente. No es una ensoñación utópica sino una realización ambiciosa y sin escalas. El Canario García (que se puso a llorar porque sentía que, a los 30 años, ya no podría cumplir cabalmente como capitán de la selección uruguaya de fútbol) es un ejemplo de determinación, espíritu de lucha, superación y sentido del deber. La combinación de ambas expresiones virtuosas (una colectiva, institucional y estatal, la otra individual, particular) podría convertirse en una fórmula infalible para sepultar la teoría del paisito desvalido, en el que nada se puede, condenado a jugar al achique. La grandeza no es un atributo geográfico ni económico sino puramente espiritual. Nuestros antepasados eran pobres de solemnidad, pero estaban convencidos de que su descendencia tendría un futuro más luminoso si cultivaban el espíritu y el intelecto. Tenían pocos recursos intelectuales y aún menos materiales, pero poseían un objetivo generoso y un sentido del deber. No sentían complejo de petisos sino espíritu de grandeza y jamás hubieran venido a estas tierras si sabían que sus descendientes le iban a llamar "paisito".

Es cierto que el entorno material nos sugiere la existencia de horizontes y fronteras, pero la más de las veces éstas son construcciones mentales o espirituales, cárceles de barrotes invisibles de la que no podemos escapar o, peor aún, que nos construimos para ponernos a resguardo de los riesgos de crecer, intentarlo y, eventualmente, fracasar. Vana pretensión.

Si pudiéramos desentrañar sus constantes y replicarlas en todas las áreas de la sociedad, veríamos multiplicarse los éxitos y las oportunidades, al tiempo que se rezagarían la pobreza material, intelectual y espiritual. No se trata de imitar a los que triunfan o copiar las claves del éxito y otras expresiones frívolas y facilongas. El denominador común de estas experiencias de calidad no es necesariamente el triunfo al final sino al principio, esto es, la capacidad de trazar y recorrer un camino basado en los principios, la determinación, la innovación, el riesgo y el esfuerzo. Es el sentido del rumbo y del deber, que muchas veces nos hace sacrifica cosas de valor (materiales o espirituales) para conseguir metas superiores. En suma, los alienta un espíritu de grandeza que podíamos utilizar, como escudo y como lanza, contra los predicadores del país petiso, en el que todo debe hacerse en tiempos de tortuga para conseguir modestos resultados. Ningún país tiene un destino ineluctable. Habría que preguntarles si ese ánimo retardatario (auténticamente conservador y reaccionario) no estará insuflado por su desconfianza en las propias fuerzas, cuando no en los beneficios que obtienen del actual status quo.

Nota: Por encontrarme fuera del país no puedo contestar ni moderar los comentarios que volveré a habilitar apenas regrese. Sepan comprender.