Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Otro Fernández

CYBERTARIO

El ministro del Interior argentino, Aníbal Fernández, dijo días atrás que el diferendo por la planta de celulosa tiene que dirimirse lejos de La Haya. Está en lo cierto. Los fallos del Tribunal Internacional de Justicia podrán servir a uno u otro, pero la solución al conflicto no va a venir sino de la negociación.

Por Gerardo Sotelo

27.12.2006

Lectura: 3'

2006-12-27T00:00:00-03:00
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Como fue el gobierno argentino quien promovió la intervención de La Haya (ya entonces parecía un grave error) podríamos preguntarnos si la afirmación de Fernández es un acto de sincero arrepentimiento o si busca evitar nuevos fallos contrarios. También podrá argumentarse que en la contienda mano a mano, Argentina tiene mejores chances de jugar su mayor peso y dimensión. Por la razón que fuere, el jerarca argentino tiene razón. Argentinos y uruguayos seguiremos siendo vecinos, "rivales y hermanos", y tarde o temprano, nuestros gobernantes deberán volver a convivir de manera amigable. Esta es la verdadera solución y poco tiene para aportar La Haya. Por el contrario, podría decirse que mientras las partes actúen con la lógica de los tribunales, el diálogo no será más que un punto en el horizonte. Es fácil comprender por qué.

Los tribunales deciden a favor de uno o de otro, tal como ha ocurrido hasta ahora en beneficio de Uruguay. Así, la legitimidad de uno terminó alimentando en el otro el sentimiento de incomprensión e injusticia. La negociación entre las partes, en cambio, permite construir soluciones de satisfacción mutua.

Pero, además, la lógica de los tribunales incita a las partes al recelo, el chicaneo, el ocultamiento de la información y el sobredimensionamiento de los daños y las ofensas, sean estas reales o imaginadas. El proceso negociador, por el contrario, promueve la confianza, el diálogo y la relación constructiva. En definitiva, la lógica del abogado ganapleitos tiene que ser sustituida por la del diplomático negociador, en todo caso asistido por un mediador y sin por ello abandonar el imperio de la ley. La tregua propuesta por los obispos católicos bien podría referirse a suspender el camino de los tribunales, de modo de abrir una puerta al diálogo.

Ahora bien, si todo fuera tan sencillo ¿por qué estamos tan lejos de este objetivo? La respuesta más fácil es culpar a la Administración Kirchner y a los ambientalistas de Gualeguaychú. La más sensata es reconocer los errores y cambiar la estrategia. Negarse a negociar porque la contraparte no hace lo que nos gustaría, militarizar el conflicto hoy y desmilitarizarlo luego, pedir una medida cautelar de dudosa probabilidad, enfrentarnos con Brasil por asuntos comerciales cuando más lo necesitamos, son signos de que el rumbo no es el adecuado.

"El problema es que Tabaré no siente la política exterior", se lamentaba días atrás un integrante del Ejecutivo. "No la entiende, no le tiene paciencia, lo aburre y lo enoja".

"¿Pero quién conduce este conflicto? ¿El presidente y Gonzalo Fernández? ¿El canciller? ¿Ambos? ¿Hay algo parecido a un comité de crisis?" El jerarca sonrió y se encogió de hombros. Los resultados están a la vista.

Está claro que la forma de entender la política y de ejercer el poder de los presidentes rioplatenses le está jugando una mala pasada a sus conciudadanos. De continuarse por este camino, los temores de que el conflicto se agrave se convertirá en una profecía autocumplida, en un escenario en el que Uruguay será el más perjudicado. Conviene por tanto reflexionar sobre el pedido de los obispos y las declaraciones de Fernández a quien, al menos en esto, le asiste la razón.