Rápidamente, el canciller Gargano respondió con una advertencia sobre los riesgos de terminar arrollados por la locomotora. La inminencia de la negociación aconsejaría dejar de lado la retórica y abocarse a responder algunas preguntas fundamentales.
¿Qué va a pasar con la producción nacional cuando los países con los que competimos firmen acuerdos similares con los grandes mercados del mundo? ¿Vamos a quedar atados a las contingencias imprevisibles del Mercosur? ¿Qué busca Estados Unidos al promover este tratado? ¿Qué va a pasar con los sectores de la producción nacional que se verán afectados por la llegada de productos y servicios de mejor calidad y precios más bajos?
En el gobierno nadie duda de que el interés es principalmente político pero creen que se trata de un asunto manejable, que no comprometerá la independencia ni la soberanía del país.
Quienes tienen una visión ideológica de las relaciones internacionales rechazan el TLC como una artimaña del imperialismo y temen que el pago no sea en divisas sino en sometimiento. Los más bizarros hablan incluso de bases militares yanquis y fantasmagóricas guerras por el agua. Entre tanto, el flujo de exportaciones en lo que va del siglo arroja cifras contundentes: las exportaciones hacia Estados Unidos se duplicaron y las que tuvieron como destino Argentina y Brasil cayeron a la mitad.
Veámoslo en el contexto del comercio internacional. Mientras la economía del Siglo XX era primordialmente de productos manufacturados y agrícolas, la del Siglo XXI crece exponencialmente en los servicios, los derechos de propiedad intelectual y otros bienes intangibles.
En los países más ricos, la sociedad de las chimeneas cede espacio a la del conocimiento y son las potencias emergentes (China e India, principalmente), las que se convierten en las grandes factorías de la economía globalizada, aprovechando la escala colosal de su producción.
Por eso es impensable que Estados Unidos deje de lado su aspiración a que el tratado incluya la protección de sus patentes. Invierten miles de millones de dólares en capacitación e investigación (entre otras cosas es lejos la primera potencia universitaria del mundo), como para tirar todo por la borda.
¿Qué rol vamos a desempeñar los uruguayos? ¿Venderemos carne, cuero y lanas, como en los últimos doscientos años? ¿Lo compensaremos con algo de turismo y productos lácteos? ¿Se cumplirán las profecías catastróficas o los uruguayos podremos adaptarnos y crecer? ¿Es una lucha desigual entre el zorro y las gallinas o una oportunidad de maximizar nuestros capitales y nuestros talentos? ¿Terminaremos como peones del imperialismo o lograremos que nuestros socios de la región dejen de tratarnos como los hijos de la pavota?
Mientras los estoicos uruguayos nos preguntamos si debemos subirnos al tren, el mundo sigue su marcha. Y va en avión.
Voy en avión
CYBERTARIO
El presidente Vázquez anunció su determinación de llegar "tan lejos como sea posible" en la integración comercial con Estados Unidos, apelando a la metáfora de un tren que pasa una sola vez.
Por Gerardo Sotelo
16.08.2006
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