Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Tu quoque, Fidel

CYBERTARIO

Señor Castro, ¿cuándo va a permitir a la doctora Hilda Molina salir de Cuba y ver a su familia?

-¿Quién tú eres?

-¡Soy cubano, soy cubano!

26.07.2006

Lectura: 4'

2006-07-26T00:00:00-03:00
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-Dime quién te paga a ti para que hagas estos escándalos.

-¿Cuándo va a permitir a la doctora Molina salir de Cuba para conocer a sus nietos?

-¿Por qué no le vas a pedir explicaciones a Bush? ¿Por qué no le preguntas por Posadas Carriles, ese terrorista asesino, y los crímenes que cometió?

Por Gerardo Sotelo

Los revolucionarios creen que el mundo se divide en dos: ellos mismos, que encarnan una causa de tal nobleza que mitiga cualquier crimen; y los otros, cuya maldad intrínseca les inhabilita toda legitimidad. Por eso, sus encendidas arengas no reconocen opositores sino sólo traidores, y sus andanzas terminan, más temprano que tarde, en ejecuciones, pogromos, campos de concentración y millones de exiliados.

La respuesta de Fidel Castro al periodista cubano Juan Manuel Cao, quien lo interpeló en Córdoba sobre la negativa de su gobierno a que la médica Hilda Molina viaje a Argentina para conocer a sus nietos, es un claro ejemplo de tales extremos. La diatriba del anciano dictador puede analizarse a la luz de la ideología que representa, una utopía excluyente en la que las voces disonantes no tienen lugar sino en la cárcel o el exilio. Pero es también una diáfana expresión de las falacias en las que se sustenta su prédica. Veamos si no.

Hilda Molina es una neurocirujana cubana que ocupó una banca de diputada en su país por su prestigio científico. Sin embargo, a partir de 1994 se fue distanciando del régimen, al oponerse a que el centro fundado por ella se convirtiera en una exclusiva clínica para extranjeros. Su disidencia golpea al régimen de Castro en uno de sus más difundidos mitos: el sistema de salud, una mezcla de ineficiencia, corrupción, discriminación, utilización propagandística y carencias de todo tipo. A cambio de una respuesta, Cao se encontró con el viejo argumentum ad hominem, un razonamiento conocido también como "falacia del envenenamiento de las fuentes", que pretende desplazar el interés por la respuesta desacreditando a quien la formula. Luego Castro trató de eludir su responsabilidad sobre el cautiverio de Hilda Molina, reprochándole a Cao que no hablara sobre Posada Carriles, un extremista anticastrista reclamado por Venezuela acusado de atentar contra un avión cubano de pasajeros y cuya extradición Estados Unidos niega.

La segunda falacia de Castro es una variación de la primera y se la conoce con el nombre de "tu quoque", ("tú también", en latín) y consiste en pretender legitimar una acción porque el contrario también la hizo.

Como es fácil comprender, el destino sombrío de la científica cubana nada tiene que ver con la fuente de financiamiento de Cao ni con su presunto silencio sobre el siniestro Posada Carriles. Es que Castro no puede responder esa sencilla pregunta sin revelar el verdadero rostro de su régimen. Por eso no aceptó siquiera recibir el pedido del gobierno argentino para que deje salir a Molina, como antes se escandalizó porque Cristina Kirchner quiso entrevistarse con las Damas de Blanco, un grupo de madres y familiares de presos políticos que peregrina por las cárceles de la isla. Curiosamente, una de esas cárceles se encuentra en la zona de Guantánamo, donde Castro y Bush comparten el dudoso honor de tener tras las rejas a cientos de personas sin reconocerles el derecho a un juicio justo.

Claro que nada de esto puede sorprendernos. Similares argumentos y métodos utilizaban los dictadores uruguayos para desacreditar la disidencia democrática, sólo que en aquellos años terribles, quienes hoy apoyan la última tiranía de Occidente, se encontraban entre las víctimas. Pero la realidad es porfiada, como decía Líber Seregni, y la historia no absuelve sino que condena a los tiranos, se llamen Pinochet, Franco, Alvarez, Stalin o Somoza. Tu quoque, Fidel.