Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Que la inocencia nos valga

CYBERTARIO

Está bien. Yo ahorro electricidad. Si el ministro de Energía dice que estamos en una situación gravísima yo aflojo las lamparillas y apago la estufa eléctrica.

Por Gerardo Sotelo

07.06.2006

Lectura: 4'

2006-06-07T00:00:00-03:00
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El hall de acceso de mi edificio es una boca de lobo pero todos debemos ahorrar y nos la bancamos. Por eso no puedo evitar sentirme un poco estúpido si en el Ministerio de Relaciones Exteriores no hacen lo mismo. El jueves pasado al menos, los dos ascensores de la puerta de la calle Colonia subían y bajaban olímpicamente. Y a mí no me gusta andar a oscuras ni morirme de frío ni mucho menos sentirme como un estúpido.

Pensándolo bien, no es la primera vez que el Estado me hace sentir así. El Estado paga sus deudas cuando tiene dinero. Cuando no tiene, no paga. Yo no cuento con tales prerrogativas con la cuenta de UTE, y eso que soy uno de sus felices y soberanos propietarios. Sí, ya sé que por eso el Estado paga todo más caro, pero vuelvo a sentir que me tratan como estúpido porque ese dinero que se dilapida, como la energía eléctrica en el ministerio, también sale de mi bolsillo.

El presidente de la República le dijo a su ministro de Economía que reparta los excedentes del año que viene entre algunos de los servicios públicos más necesitados. Y yo entiendo, porque las maestras, los policías y los enfermeros de Salud Pública cobran salarios muy bajos. Lo que no puedo evitar es sentir que me tratan nuevamente como un estúpido porque el dinero que le va a sobrar al Estado el año que viene también salió de mis bolsillos y de los bolsillos de otros que, como yo, pusieron a los gobernantes en sus sillones para que cuidaran nuestro dinero. El tal excedente es el resultado del esfuerzo acrecido de los uruguayos y uruguayas o bien de los aumentos discrecionales de las tarifas públicas dispuestos por los gobernantes. Por cualquiera de las dos vías que me saquen el dinero, siento que me tratan como a un tonto.

Pero yo sigo en la mía. Apago la luz, pago los impuestos y las tarifas que se me imponen. Cuando quiero fumar en mi trabajo salgo al patio para no comprometer la salud de mis compañeros y respetar la legislación vigente. Como decía Charly García, "siempre fui un tonto que creyó en la legalidad". Pero me entero de que en el Parlamento, los legisladores se pasan el decreto presidencial por el cenicero y el que quiere fumar, fuma. Lo mismo en el Edificio Libertad, donde trabaja el campeón mundial del aire puro y sus más fieles escuderos. ¿Será que piensan de verdad que soy un estúpido?

No y no, me repito. No soy más que un inocente crónico. Yo mismo dije y escribí que con la rotación de partidos en el poder y la llegada de un elenco nuevo, muchos de los vicios del pasado no se iban a repetir. Pero me entero que muchos ministerios se están llenando con mano de obra militante, con tanta impudicia que los protectores de pantalla de sus computadores repiten secuencialmente la propaganda del sector que lidera el ministro del ramo. Y me siento como un estúpido nuevamente. Por no hablar de la Intendencia de Montevideo. Tres lustros en el poder es mucho tiempo, de modo que la nueva administración se ha dedicado a acomodar a sus lugartenientes en detrimento de los lugartenientes de la administración anterior, en una maniobra conocida en la jerga comunal como "desaranización". Y me vuelvo a sentir como un crédulo con rasgos de idiotez cívica.

Alguien podrá decir que antes era peor. Me entero también de que las anteriores administraciones del Banco República se repanchigaron más de doscientos millones de dólares en préstamos sociales que eludían al comité de crédito y me dan ganas de aplaudir en lugar de quejarme. Por no hablar de las casas del Hipotecario que se repartieron entre familiares y amigotes. Pero no lo lograrán, al menos no tan fácilmente. Menos aún hablando de reelección presidencial, un injerto neoizquierdista que sepulta décadas de lucha contra el caudillismo.

Llevamos catorce meses del nuevo gobierno y yo sufro el continuismo donde más me duele: me siento como un estúpido que afloja las lamparillas de su casa mientras que, desde los ascensores de los ministerios y los escritorios de los ministerios y desde los despachos de los diputados y los de la presidencia de la República y desde el Municipio con sus intrigas palaciegas, se ríen de mí a carcajadas. Ya lo decía mi abuela: "lo malo, se aprende enseguida".