La propia naturaleza de la asamblea prefiguraba lo que iba a pasar y lo que pasará. Si bien obtuvo su legitimidad luchando contra la indiferencia generalizada, no pudo elaborar una estrategia que le permitiera mirar el mediano plazo. Los asambleístas quedaron prisioneros de su éxito y terminaron entrampados en un camino de una sola vía y de final sombrío. Algunos de sus activistas sabían que la cancillería argentina tenía poco entusiasmo en llevar el caso a La Haya y conocía informes técnicos que advertían sobre tal error jurídico. Fue la Asamblea quien arrancó al gobierno argentino el compromiso de presentar la demanda, con el sueño de que una medida cautelar de la Corte Internacional de Justicia detenga la construcción de las obras. El artículo 41 del estatuto de la Corte, prevé la adopción de "medidas provisionales" con el fin de "resguardar los derechos de cada una de las partes" cuando las circunstancias así lo exijan. Tal extremo no es aplicable en el caso de la construcción de las plantas, puesto que ésta no vulnera ninguno de los derechos invocados por el gobierno argentino.

La Asamblea Ciudadana de Gualeguaychú ya no será lo que fue, en parte, a causa de su relativo éxito. Con el caso en La Haya, y de no cambiar la estrategia hacia la negociación, habrá perdido toda incidencia en el devenir del conflicto. La esloganización e irracionalidad de su discurso (no a las papeleras, sí a la vida) los llevó al aislamiento, incluso de potenciales aliados mientras que muchos de sus fundadores eran silenciados por plantear públicamente la falta de fundamentos científicos de los argumentos manejados. Si bien la Asamblea goza de un enorme prestigio entre la población de la ciudad y las autoridades locales respetan sus decisiones, la naturaleza impredecible de su composición, le impidió elaborar una estrategia adecuada. La lógica confrontativa y excluyente de sus integrantes llevó la lucha al terreno legal, en el que sus oponentes son más fuertes.

Finalmente, la Asamblea terminó jugada a una única e improbable carta de triunfo. En la Corte se enfrentarán dos Estados de reputación diferente, discutiendo sobre una tecnología probadamente amigable con el ambiente y representada por una empresa de enorme prestigio. ¿Qué suerte puede correr en este escenario la causa de Gualeguaychú? La ilusión de creer que las asambleas autoconvocadas pueden conducir exitosamente una lucha prolongada y con alternativas diversas nunca pasa de eso. De no cambiar hacia una estrategia negociadora, la ilusión de los asambleístas dará paso a la decepción. En un clima institucional frágil como el argentino, la frustración de Gualeguaychú puede tener efectos imprevisibles, por más que los visite Kirchner y toda su corte. O acaso por eso los visitan recién ahora.