(Por G. Sotelo)"/>
Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Malditas computadoras

CYBERTARIO

El veterano agente inmobiliario de Fray Bentos, atestado de trabajo tras la llegada de Botnia, debió ceder a los cambios tecnológicos. A diez años de inaugurada Internet y a cinco de que se desinflara el Nasdaq, decidió comprarse una "maldita computadora", según reconoció. "Las odio", dijo el comerciante, sin rubor, a la periodista de Subrayado Domingo.

(Por G. Sotelo)

11.08.2005

Lectura: 3'

2005-08-11T00:00:00-03:00
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Mi abuelo no alcanzó a tener computadora, pero se las ingenió para lidiar con el microondas, el video y el control remoto del cable. Había nacido noventa años antes en una pequeña ciudad en las montañas de Benevento, en el sur de Italia, por lo que su vida comenzó en un ambiente bucólico, entre castaños y plantas de tabaco. Terminó sus días rodeado de aparatos que apenas podía gobernar y que no dejaban de sorprenderlo. Entre otras lecciones que le debo a mi abuelo, se encuentra esta: las personas envejecen cuando comienzan a rechazar lo nuevo antes de conocerlo. Lo mismo ocurre con los pueblos, sólo que además de envejecer, se empobrecen.

Muchos piensan que la relación causa/efecto es que el comerciante de Fray Bentos no tenía computadora porque su ciudad se empobreció, de modo que su adquisición se volvió ociosa. Permítanme plantearlo de otra manera: parte del problema fue que entre sus agentes económicos, la ciudad contaba con empresarios que odiaban las computadoras.

¿A cuánta información valiosa habrían llegado? ¿Cuántas oportunidades de negocio se perdieron? ¿Qué decisiones comerciales habrían tomado? El rechazo a lo nuevo debería tenerse en cuenta en las estadísticas oficiales. Estas apenas computan las decisiones económicas que tomamos; jamás las que no tomamos.

La sociedad del conocimiento nos expone también a otra forma de rechazo a lo nuevo: la saturación. Los datos que acumulamos cada día son de tal magnitud que también nosotros podemos caer en el odio a las "malditas computadoras".

¿Qué nos separa del comerciante fraybentino y del cyberadicto, del típico reaccionario y del pasmado? Como todo cambio tiende a enmascarar las diferencias entre las decisiones correctas y las equivocadas, una respuesta plausible es que algunos encaramos los desafíos que la vida nos plantea buscando discernir entre lo que merece nuestra adaptación y lo que debemos resistir a toda costa.

Nuestra visión del futuro está llena de temores ancestrales, fantasmas del pasado y vulgares atavismos. Por eso muchas personas reaccionan con las mismas viejas respuestas ante todo lo que se mueve. No importa cuál es su nivel socioeconómico o su familia política: ser reaccionario es una condición del espíritu, no del intelecto.

Suertempila