El procesamiento de un grupo emblemático de militares torturadores, las polémicas por la enseñanza de la historia reciente, el origen de la violencia política de los sesenta, las cárceles exclusivas para militares, el intento de anular la Ley de Caducidad, las excavaciones para dar con los desaparecidos y los pedidos de extradición, se agolpan en los titulares de los medios de prensa y suelen soterrar otras noticias relevantes.
Para muchos compatriotas, el abordaje del pasado es un asunto de la mayor magnitud. Por eso la difusión de un ciclo de programas sobre la historia del último medio siglo alcanzó para poner en alerta a la oposición, preocupada por la versión de los hechos que recibirán los estudiantes de Secundaria. Mientras el gobierno procesa un debate educativo que deberá terminar en una actualización del sistema, el alerta se centra en la reconstrucción de hechos ocurridos hace veinte, treinta o cuarenta años.
La dirigencia política no parece demasiado interesada en discutir sobre la enseñanza de las ciencias básicas, la revolución científico-tecnológica, la sociedad del conocimiento, y más importante aun, cómo compensar a los postergados por la extrema pobreza y cómo lograr que la mayor cantidad de ciudadanos desarrolle destrezas que les permitan progresar en una economía globalizada. Para los uruguayos, parece más acuciante la contemplación de las heridas del pasado, que fueron muchas y mal curadas, que ocuparse de los desafíos que plantea un futuro incierto.
En este clima de pasado perpetuo, el suicidio del coronel Juan Antonio Rodríguez Buratti fue una vuelta de tuerca sangrienta. A su modo, las cuentas pendientes siguen hipotecando el futuro de los uruguayos, muchos de los cuales ni siquiera vivían durante aquellos años trágicos.
A Rodríguez Buratti lo esperaba la justicia, ante cuyos jueces y tribunales pudo alegar su inocencia. De no ser así, pudo reconocer su culpabilidad y ayudarnos a comprender cómo llegó a hundirse en semejante barbarie.
Pudo, incluso, informar lo que sabía sobre el destino de los desaparecidos. En lugar de usufructuar su derecho a un juicio justo, a ser interrogado sin torturas y, eventualmente, purgar su condena en una cárcel de privilegio, Rodríguez Buratti decidió poner fin a sus días. Dios y su conciencia sabrán por qué lo hizo, pero también en su trágico destino contó con ventaja sobre sus víctimas: Rodríguez Buratti pudo elegir.
¿Qué fue primero, la guerrilla o la represión? Ante una muerte violenta, el debate desatado en las últimas semanas sobre el origen de la violencia política en Uruguay parece un acto de frivolidad.
En la dimensión humana de aquel conflicto, da lo mismo que haya sido uno u otro y que las bajas se registren de este lado de la trinchera o del otro. Lo trascendente es comprender que el desprecio por la vida y la dignidad del adversario puede volverse en nuestra contra, como en un efecto bumerán. Hablando de enseñanza de la historia reciente, el suicidio de Rodríguez Buratti y el procesamiento de algunos de sus compinches debería servirnos al menos para aprender esta lección.
Efecto bumerán
CYBERTARIO
La sociedad uruguaya sigue abrumada por las reverberaciones de su pasado.
Por Gerardo Sotelo
13.09.2006
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