Primero fue el gobierno argentino que, sin el menor pudor, utilizó la facilitación real para trancar el préstamo del Banco Mundial.
El procedimiento causó estupor por el desparpajo con el que fue encaminado pero nadie pudo llamarse a sorpresa. Uno de sus principales voceros había querido disimular que fue la Administración Kirchner quien propuso la mediación al monarca, en plena cumbre presidencial. La dimensión del desaire fue tal que, rápidamente, debió dar marcha atrás.
Pero luego sería el gobierno uruguayo quien se sumaría a esta larga lista de desatinos. El presidente Vázquez insiste en su posición de no negociar con cortes de ruta y así se lo hizo saber al facilitador real a través del director general de Cancillería, José Luis Cancela. Su determinación es comprensible pero contraproducente. Si todavía no lo quiere creer, ahí está la Asamblea Ciudadana de Gualeguaychú y su reciente decisión de cortar la ruta, que no deja lugar a dudas.
Cuando Vázquez anuncia que no negociará con presiones, tales como el bloqueo de préstamos o rutas, le está diciendo a los enemigos de la negociación qué deben hacer para estropearla.
Al poner en manos de sus adversarios la capacidad de decidir si se negocia o se continúa por el camino de la insensatez, hipoteca la soberanía sobre sus propias decisiones. Tan sencillo como eso.
El punto no es si las presiones sobre el Banco Mundial y el bloqueo de Fray Bentos son medidas legítimas, como parece creer Vázquez.
El gobierno uruguayo tendrá sus razones para condenarlas y el argentino y la Asamblea Ciudadana de Gualeguaychú las suyas para sostener lo contrario. ¿Qué mejor que un proceso de mediación y negociación para remover semejantes trabas? Vázquez parece no comprender que su colega argentino ya perdió en este absurdo conflicto al menos tres batallas (en el Mercosur, La Haya y el Banco Mundial) pero que aún mantiene una capacidad de hacer daño que apenas ha puesto en juego. La Administración Kirchner se encuentra en una encrucijada en la que se metió voluntariamente pero de la cual no le resulta fácil salir.
¿Piensa Vázquez que Kirchner tiene facultades para enfrentarse a la población de Gualeguaychú y sacarlos de la ruta a sangre y fuego? ¿Estaría dispuesto él a hacer lo mismo en condiciones similares? Está claro que no. Entonces, ¿qué sentido tiene seguir encerrando a Kirchner en las consecuencias de sus desaciertos? Si los deseos expresados son sinceros, el gobierno uruguayo debe ponerse del lado de la facilitación y no de la confrontación, aunque no le guste todo lo que haga la contraparte.
Mientras esto no ocurra, Juan Carlos de Borbón se estará preguntando quién lo mandó meterse en este lío, o lo que es peor...