Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

La Senda está trazada

CYBERTARIO: DURAZNO ROCK Y GANANCIAS

Más allá de la música y la fiesta, el festival de rock de Durazno nos marcó el camino de la prosperidad.

(Por Gerardo Sotelo, especial para El Portal)

24.11.2004

Lectura: 4'

2004-11-24T00:00:00-03:00
Compartir en
¿Cómo es posible que una ciudad de treinta mil habitantes facture más de un millón y medio de dólares en un fin de semana? ¿Cómo es posible que cincuenta mil rockeros no desaten una batalla campal? ¿Por qué un emprendimiento de semejante resultado no figuraba en ningún programa de gobierno? ¿Qué pasó de verdad en Durazno?

Si usted piensa que la clave del éxito estuvo en la firma patrocinadora, en la intendencia municipal o en las bandas, se equivoca. Esos elementos son necesarios pero no suficientes. En todo caso, el Pilsen Rock fue un éxito porque esos intereses confluyeron en un buen producto, pero no hubiera alcanzado.

La clave del éxito estuvo en la actitud del público y en la de los duraznenses.

Los habitantes de esa simpática y tranquila capital del interior supieron aprovechar la oportunidad. Podrá decirse que eso no es nuevo ni siquiera para Durazno y que fenómenos similares se viven en Minas, Treinta y Tres o Paysandú. Quizás en este caso sea más significativo porque Durazno presenta los peores indicadores de consumo cultural del país, por razones que los investigadores no logran revelar. Aún así, nos han dado un ejemplo de auténtico progresismo: tuvieron una oportunidad y no la dejaron pasar, se pusieron a trabajar pensando en sus clientes, arriesgaron su seguridad y sus ahorros y, oops, ¡ganaron dinero!

¿Y qué decir de esos cincuenta mil jóvenes? Salieron a buscar lo que querían sin reparar en las distancias, sin saber dónde iban a dormir ni qué iban a comer. El espíritu libertario del rock llevado a su máxima expresión. Para un país como el nuestro, acostumbrado a recelar del éxito ajeno, la hazaña parecerá menor. Es que Uruguay ha sacrificado a sus mejores hijos en la pira de la envidia, la tabla rasa o la falsa modestia. Esta vez, estamos ante un fenómeno de proporciones casi épicas, medido en la dimensión de los duraznenses, del rock uruguayo o en cualquier otra.

¿Cómo es posible que semejante filón no figurara en ningún programa electoral ni fuera descubierto por los mejores cerebros del país? ¿De qué Consejo de Economía podría haber surgido un emprendimiento de tales proporciones? Ambas preguntas se contestan solas: ninguno de nuestros ilustres burócratas se juega su dinero ni su futuro, salvo para prosperar a la sombra del poder de turno. Para los duraznenses, en cambio, se trataba de una oportunidad irrepetible de salir de malas. No necesitaron cursos de marketing ni de hotelería ni de gestión cultural para saber lo que tenían que hacer. Inteligentes, laburadores y progresistas, salieron a comprar harina y grasa para hacer tortafritas, carne y pan para hacer milanesas y acomodaron el cuarto del fondo para recibir gente de costumbres extrañas. En lugar de lamentar la tranquilidad perdida, aprovecharon el bullicio. En lugar de juzgar los gustos de sus clientes, buscaron satisfacerlos. Ganaron dos veces porque se quedaron con más dinero del que tenían y conocieron una forma diferente de vivir.

¿Por qué llegaron a entenderse dos grupos tan distintos? Porque ambos se necesitaban para satisfacer sus necesidades y por eso formaron un...mmm...cómo decirlo... ¡un mercado! Aunque nadie les dijo lo que tenían que hacer ni cómo debían comportarse, miles de personas desconocidas, anónimas y sin ninguna capacitación especial, lograron satisfacerse mutuamente guiadas por sus intereses particulares y por el sentido común. Para el dueño del camión que cobrara ochenta pesos por pasajero, la recaudación valía más que su descanso. Para el seguidor de La Trosky, llegar a Durazno valía más que los ochenta pesos. El vendedor de milanesas quería los treinta pesos del flaco y el flaco valoraba más la milanesa del duraznense que sus treinta pesos. Los habitantes de Durazno preferían el bullicio a la pobreza mientras que los jóvenes espectadores preferían las molestias al tedio. Comerciaron en libertad y cada uno obtuvo lo que buscaba. Lejos de comportarse como provincianos majaderos, actuaron como ciudadanos del mundo moderno, se abrieron a las demandas del exterior y se quedaron con el vuelto. Un verdadero ejemplo de adaptación a los embates de la economía global.

Eso sí: para que el milagro de los panes y los peces se reeditara, fue necesario que el Estado dejara de confiscar y reprimir. Esta vez, sus fuerzas de seguridad actuaron con discreción y sus recaudadores de impuestos se tomaron un fin de semana de descanso. Sí, otro Uruguay es posible. Podemos ser más libres, más felices y menos pobres. La senda está trazada; nos la mostró el rock. Y los duraznenses.