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Pablo Mieres

Escribe Pablo Mieres

Brasil y su reflejo sobre nosotros

“El enorme respaldo obtenido por Jair Bolsonaro es hijo del hartazgo y del enojo con respecto a un sistema político corroído y dominado por prácticas corruptas”.

22.10.2018 10:43

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2018-10-22T10:43:00-03:00
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Mucho se ha hablado en nuestro país y en el mundo sobre lo ocurrido en las elecciones de Brasil. Conviene destacar que lo más importante fue la masiva expresión ciudadana en rechazo contra los partidos y contra los políticos que gobernaron ese país en los últimos tiempos.

En efecto, el enorme respaldo obtenido por Jair Bolsonaro es hijo del hartazgo y del enojo con respecto a un sistema político corroído y dominado por prácticas corruptas. Por supuesto que el principal partido que es objeto de este cuestionamiento es el PT y su principal líder, Lula, porque ha sido el gobernante de estos últimos tiempos. Sin embargo, no menos cuestionado resultó el resto de los partidos relevantes de ese país que se desmoronaron en su apoyo electoral, tal el caso del PSDB, PMDB y otros partidos que históricamente conformaron el sistema de partidos de ese país.

Justamente, lo más impactante es el derrumbe del sistema de partidos que condujo a Brasil desde el retorno a la democracia hasta la profunda crisis que se desató a partir de las investigaciones judiciales que dejaron al descubierto la amplitud y profundidad de la corrupción política en ese país.

Ya hace unos años el escándalo del "mensalao" había puesto de manifiesto la corrupción sistémica que afectaba a la política brasilera. El "mensalao" era un sistema de pagos "extra" y por debajo de la mesa a los legisladores brasileros por parte del gobierno del PT para que votaran determinadas leyes.

Tales hechos afectaron a la política brasilera y comenzaron a erosionar la confianza ciudadana en el sistema; pero la "operación lavajato" impulsada por el sistema judicial y la actuación decidida de un conjunto de jueces, fiscales y policías, demostró que la corrupción era gigantesca y que eran muy pocos los políticos que quedaron al margen de estas maniobras. El caso Odebrecht fue emblemático en tal sentido y, además, la sucesión de investigaciones alcanzó a Lula, la figura más fuerte de los últimos veinte años, quien terminó condenado por hechos de corrupción y sobre el que pesan numerosas causas que se están sustanciando en el vecino país.

Este proceso tiene muchos puntos en común con lo ocurrido hace un cuarto de siglo en Italia. En efecto, en aquel momento, la operación "mani pulite" (manos limpias) determinó que el accionar de un conjunto de jueces italianos puso en evidencia una enorme actividad de corrupción que afectaba a muchos de los principales dirigentes de los partidos italianos más relevantes. Tal proceso determinó el declive definitivo del PDC, el PS y el PC, principales partidos de la Italia de la posguerra.

Y del desmoronamiento del sistema de partidos italiano histórico emergieron nuevas colectividades políticas y apareció un "outsider" que, rápidamente, se convirtió en la figura de mayor relieve de la Italia de estos tiempos. Nos referimos a Silvio Berlusconi que, con su grupo recién creado, Forza Italia, gobernó y mantuvo una fuerte influencia durante buena parte de los últimos años.

En Brasil está ocurriendo algo parecido. El derrumbe de la política tradicional brasilera da paso a la emergencia de una figura ajena al sistema que irrumpe con un enorme respaldo electoral por su contenido antisistema y rupturista con las reglas de juego existentes.

El problema es que este candidato expresa convicciones alejadas del ideario democrático. Su postura reconocida de apología de la dictadura brasilera, sumada a sus declaraciones señalando que no reconocería el resultado de las elecciones si él no resultaba ganador, junto a posiciones homófobas y de desprecio hacia las mujeres genera preocupación e incertidumbre sobre sus posturas en caso de ser confirmado su triunfo en segunda vuelta, lo que parece altamente probable.

Nadie puede dudar sobre la legitimidad de su triunfo y sobre el hecho de que una importante porción de la ciudadanía brasilera, casi la mitad del electorado, optó por él. La democracia es un valor superior y los pronunciamientos populares deben respetarse en cualquier caso, sea quien sea el que resulte elegido.

De todos modos, no podemos ocultar nuestra preocupación. Veremos qué orientación asume este gobierno, en caso de ratificarse, y qué impactos tendrá sobre la región y sobre nuestro país.

Pero hay algo más que no debemos soslayar del ejemplo de lo ocurrido en Brasil, y es el riesgo que representa para el sistema democrático e institucional la pérdida de la confianza en la política y en los políticos. La corrupción, la caída de ciertos valores éticos se convierte en un alto riesgo para la institucionalidad democrática. Por ello son particularmente cruciales las decisiones que cada partido y cada dirigente tome frente a la corrupción.

La falta de decisión, el "mirar para el costado", "barrer debajo de la alfombra", minimizar los hechos de corrupción o no sancionar a quienes no cumplen con los deberes éticos o definitivamente incurren en acciones ilícitas o irregulares, van gestando la crisis y pueden determinar un rechazo muy relevante en la expresión electoral ciudadana. Es, por ejemplo, muy mala señal que el partido de gobierno no sancione a un dirigente que está procesado por corrupción.

La gente está esperando señales fuertes de transparencia y ética en la gestión pública, por eso venimos impulsando desde hace un año un conjunto de normas para promover la transparencia y el control sobre la gestión pública.