Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Asediados

Asediados

19.05.2010

Lectura: 4'

2010-05-19T12:46:29-03:00
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El operativo montado por el Ministerio del Interior para proteger a la sociedad de acciones violentas y delictivas debería movernos a la reflexión. Ya no sobre los “inadaptados” o las “lacras” (como calificó, indignado, Alberto Kesman, a un grupo de hinchas aurinegros que despreciaban el Himno Nacional) sino sobre el resto del cuerpo social, que no está dispuesto a utilizar la violencia para resolver sus diferencias o exteriorizar sus emociones. Que seamos la mayoría, como suele señalarse en los medios de comunicación y en el discurso público, no debería empañar el reconocimiento de que los violentos forman parte de la misma sociedad, y son hijos de las mismas familias, en términos generales, que los ciudadanos pacíficos.

Expresado en estos términos, podríamos considerar que la sociedad uruguaya tiene, como todas las sociedades modernas, un conjunto de personas que, por diversas razones, se manifiesta de una manera disruptiva y destructiva, al punto de poner en riesgo ciertos asuntos esenciales de la convivencia, como el respeto a la integridad física, la vida, el honor y la propiedad de sus semejantes. Tales manifestaciones suelen derivar en conductas ilícitas pero son legitimadas por los valores y códigos del grupo al que pertenecen sus protagonistas.

Parece evidente que estamos ante un tipo de comportamiento que excede su consideración “deportiva” (como si fuera un tipo de conducta que tiene alguna vinculación especial con el fútbol y el básquetbol y que no existiría fuera de ese contexto) o meramente represiva. Quien crea que la gente se vuelve “inadaptada” o “lacra” por culpa del fútbol o de sus dirigentes, va a desarrollar una visión ilusoria de la realidad y una reacción neurótica que empieza pidiendo “que vayan todos presos” y que puede terminar justificando cualquier cosa.

En una entrevista que le realicé el martes de mañana al propio Jefe de Policía de Montevideo, Walder Ferreira,  advertía sobre los riesgos de excederse en los métodos represivos. Aún en la hipótesis de que se pueda detener a todos los violentos que se agrupan y asolan la ciudad en el marco de un partido de fútbol, es muy poco probable que vayan a desaparecer las expresiones de violencia colectiva, y que semejante operación no termine atropellando los derechos del resto de los hinchas y de los ciudadanos.

Los “inadaptados” son muchos más de lo que imaginamos y sólo nos escandalizan (nos importan) cuando se manifiestan colectiva y desfachatadamente, como en los desmanes del Centro durante los festejos por la obtención del campeonato. ¿Dónde se cree que estaban el día anterior? ¿Dialogando con papá y mamá sobre la importancia de mantener ordenado el cuarto? ¿Jugando al hándbol en el “cole”? ¿Leyendo a Ortega y Gasset?

Los jóvenes que patotean a otros jóvenes en la puerta del liceo, que arrebatan a una mujer la cartera en cualquier esquina, que resuelven sus problemas del barrio como matones, que roban los útiles de las escuelas donde van sus propios hermanos, no se vuelven “lacras” en el Estadio Centenario ni mucho menos nacieron con una alteración cromosomática que los haya vuelto inmunes al respeto por el prójimo o al valor trascendente de los símbolos patrios. De algún modo, son hijos e hijas de esta sociedad, de sus circunstancias históricas y de sus pautas civilizatorias, lo mismo que quienes pretendemos regir nuestra conducta por el respeto a la ley y la integridad física, moral y patrimonial de nuestros semejantes.

El problema del abordaje represivo es que se queda en lo anecdótico (la vidriera rota o el guarda asaltado) y se olvida de lo fundamental: la sociedad en la que vivimos se apoyaba en los valores de la modernidad. Los “inadaptados”, en cambio, son la versión más primitiva de la antimodernidad (las hay más sofisticadas) y se sustentan en la negación de la racionalidad, del pensamiento científico, de valores trascendentes. Más aún, se ha llegado al punto de trascendentalizar valores subsidiarios, como la filiación deportiva, la vinculación con alguna tribu urbana o la admiración por cierto tipo de música. La negación de la validez ciertos valores, comportamientos y rituales cívicos tradicionales, no es un problema del fútbol o de la sociedad uruguaya, ni deriva exclusivamente de la crisis económica.

La idea de que estas manifestaciones de violencia colectiva van a desaparecer con una mezcla adecuada de represión e inclusión social es comprensible, pero reposa en la ilusión de que es posible regresar a los “viejos buenos tiempos”. Si es que fueron tan buenos.