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Contenido creado por Gonzalo Charquero
Obsesiones y otros cuentos
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OPINIÓN | Obsesiones y otros cuentos

Algunas cosas que se veían en un hogar de Boston hace muchos años

Periodistas y académicos, una relación complementaria y a veces celosa y competitiva.

Por Miguel Arregui
[email protected]

25.04.2025 10:05

Lectura: 5'

2025-04-25T10:05:00-03:00
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Una tarde de noviembre de 1988, junto a otros jóvenes periodistas uruguayos, toqué a la puerta de una casa de Cambridge, un elegante suburbio de Boston que alberga la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), dos de los centros universitarios de mayor prestigio mundial.

Nos atendió Elsa María Oribe, una señora refinada e innegablemente uruguaya, hija del poeta y ensayista melense Emilio Oribe, quien nos hizo pasar a una sala ataviada con óleos de Pedro Figari y José Cúneo.

Aquellos retazos de lo mejor de un Uruguay ya muerto y enterrado, en el corazón de Massachusetts, era el hogar de Milton Vanger, el muy respetado historiador de José Batlle y Ordóñez, dos veces presidente de Uruguay (1903-1907 y 1911-1915) y creador de una imprecisa y poderosa corriente política que signó el siglo XX.

Fue una noche muy emotiva, con vino y conversación ardorosa. Ellos vivían pendientes de Uruguay, aunque parecían haber perdido un poco el pulso fino. Idealizaban el país y el proceso de apertura democrática que se vivía entonces. Vanger sabía muchísimo de cierta etapa histórica, pero no necesariamente podía acompasar los tiempos mucho después y a tanta distancia.

Ya tarde en la noche Vanger nos hizo subir a un altillo y nos mostró el archivo microfilmado de Batlle y Ordóñez: cartas, fotografías, recortes de prensa y apuntes, que guardaba en cajas de cartón (y que en 2011 donó a la Facultad de Humanidades de la Udelar).

El neoyorkino Milton Isadore Vanger llegó a Uruguay en 1950, después de haber obtenido una licenciatura en Historia en la Universidad de Princeton. Investigó obsesivamente sobre el expresidente José Batlle y Ordóñez en la Biblioteca Nacional y otros archivos y reunió testimonios de protagonistas. Se ganó la confianza de la familia del caudillo colorado y accedió a su archivo personal, hasta entonces vedado a los uruguayos, que copió en microfilms. Elsa Oribe, a quien conoció como bibliotecaria, marchó tras él después de casarse por poder. Vanger se doctoró en Harvard en 1958 y, con la ayuda de su esposa, escribió una serie de libros imprescindibles que se publicaron en inglés y en español: Batlle y Ordóñez of Uruguay, José Batlle y Ordóñez: el creador de su tiempo 1902-1907, El país modelo: José Batlle y Ordóñez 1907-1915, Reforma o revolución - La polémica Batlle-Mibelli.

Hasta entonces el ciclo de Batlle y Ordóñez había sido divulgado más que nada por periodistas militantes y políticos apologéticos, o bien por enemigos.

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Aquella noche en Cambridge con Vanger y su esposa puede ilustrar sobre las no siempre afinadas relaciones entre dos tipos de intelectuales: los académicos y los periodistas, parecidos y tan distintos.

Los académicos e historiadores profesionales suelen desconfiar de los puntos de vista de los periodistas, y de su afición a investigar poco tiempo, escribir rápido y simplificar conceptos, al punto de cometer errores vergonzosos. Al fin de cuentas, investigar y entender un asunto puede llevar una vida.

Los periodistas mientras tanto suelen creer que los académicos son untuosos, presumidos y que no pueden expresar una idea en menos de mil palabras.

Es falsa la idea de que solo los académicos pueden escribir buena historia; y es falsa la idea de que la buena historia tiene que ser aburrida.

Buena parte de la mejor historia en Uruguay ha sido escrita por periodistas. Mi biblioteca está llena de esos buenos libros, cuyos autores omito para no despertar celos aldeanos.

Un gran manual de historia nacional, que comenzó a publicarse hace más de un siglo y formó a muchas generaciones, lo escribió el muy católico y francés Hermano Damasceno, de la congregación Sagrada Familia, quien deseaba conocer el país en el que se hallaba. HD no ocultaba su óptica religiosa (llamaba “impío” al rey Carlos III porque expulsó a los jesuitas de sus dominios) y era por momentos apasionado y parcial. Pero también resultaba muy claro, ordenado y tenía gran fuerza pedagógica.  

Walter Isaacson, un periodista estadounidense veterano y riguroso, ha escrito algunas formidables biografías sobre diversos personajes, desde Leonardo da Vinci a Steve Jobs. Otro periodista, Jon Lee Anderson, publicó una de las más documentadas biografías de Ernesto “Che” Guevara.

Y, por supuesto, hay una larga serie de historiadores que fueron muy amenos, desde Hugh Thomas a Paul Johnson.

El ostensible amor de Milton Vanger por Uruguay, un Uruguay de contornos dulcificados por la nostalgia; su devoción por Batlle y Ordóñez; su esposa uruguaya, su archivo y su pinacoteca: ¿descalifican al académico? Hace más de sesenta años Carlos Real de Azúa cuestionó que Vanger, en su entusiasmo juvenil, hubiese considerado a Batlle “poco menos que el inventor del país”, contra todos “los determinismos y causalismos”. Uruguay ciertamente era un país próspero antes de “Pepe” Batlle. Pero Real de Azúa también creía que la obra de Vanger era profunda, amena y feliz.

La objetividad no existe, salvo como ideal; aunque sí existen la honestidad y la distancia del investigador respecto al objeto de sus estudios. Y Milton Vanger, a juzgar por su formidable obra, sí que las tenía. Y además sabía narrar.

Por Miguel Arregui
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