La decisión de los colorados de promover una enmienda que declare inconstitucional cualquier impuesto a las jubilaciones parece un manotón de ahogado más que una meditada iniciativa política. La campaña, que languideció durante meses en manos de los militantes foristas, encontró en la reciente decisión de la Suprema Corte el combustible necesario para su relanzamiento.
Tres años después de la dura derrota del 2004, la dirigencia colorada no encuentra el camino que le permita volver a hacer pie en un electorado cada vez más esquivo. Para foristas y quincistas la situación es todavía peor. Tras dominar la política nacional y el partido durante dos décadas, se encuentran ahora con un electorado del 8 por ciento y sin poder contener la candidatura de Pedro Bordaberry, quien obtendría el 60 por ciento de los votos colorados si las internas fueran hoy.
¿Es la recolección de firmas para blindar a los jubilados el camino del resurgimiento? Salvo que sus líderes teman perder influencia en este importante sector a manos nacionalistas, no parece el más adecuado para crecer. Dicho de otro modo, si algo no le falta al viejo partido de José Batlle y Ordóñez son votos de jubilados. Más bien deberían concentrarse en cómo convencer a un ciudadano menor de 60 años de que vale la pena votarlos.
Si bien el rechazo al impuesto a la renta es una vieja consigna batllista, a los colorados les va a ser difícil argumentar en contra de una imposición tributaria que utilizaron en sus tres últimos gobiernos, valiéndose incluso de una declaración de constitucionalidad de la Suprema Corte. Pero además, parecen ignorar que cerca del 80 por ciento de los jubilados no paga IRPF o paga menos de lo que pagaba con el IRP.
Muchos dirigentes siguen pensando que la razón de su debacle electoral es la crisis del 2002. Más allá de estas circunstancias coyunturales, hay explicaciones culturales de la que rara vez dan cuenta sus voceros. Los votantes colorados que permitieron a Tabaré Vázquez ser presidente podrán acompañar o no al próximo candidato frentista. Lo que seguramente no hagan es votar a un partido que identifican con una sensibilidad, una praxis política y una dirigencia propia de otro tiempo.
En el imaginario de los uruguayos menores de cincuenta años, el Partido Colorado es el símbolo de un pasado percibido como negativo, tanto por sus resultados como por sus prácticas políticas. Para ellos la tradición batllista (con su talante progresista y su sentido social) está mejor representada en otros partidos.
Por eso los pocos colorados que quedan prefieren consolidar un espacio nuevo a pesar de la incertidumbre y reservas que despierta el candidato. El abrazo del pasado fin de semana entre Batlle y Sanguinetti no fue motivado por la campaña de recolección de firmas ni por las ansias de triunfo sino por Pedro Bordaberry y por la inminencia de una interna que puede dejarlos al borde de la extinción.
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