Uno de los venenos más letales para un gobierno es la incoherencia, la lucha fratricida dentro de sus propias estructuras, el poder como la mayor prenda y trofeo de su política. Hay áreas actuales de la administración - y nunca mejor puesto el nombre que “administración” - que viven en esa situación. Y son sectores claves. Y el peor remedio para estas situaciones es hacer la plancha.
La salud fue una de las reformas más profundas y más exitosas del anterior gobierno. Fue un paso importante en la redistribución de la riqueza, porque le dio acceso a cientos de miles de uruguayos, mayoritariamente niños y jóvenes a la salud y mejoró los niveles de atención, aumentó los salarios médicos, no sólo como medida de justicia sino para reforzar la mejora general de la salud. Se multiplicaron los recursos por paciente que destina en Estado, se equiparon y mejoraron decenas de hospitales a lo largo de todo el país. Fue por todo esto que la reforma de la salud tuvo una altísima aceptación en la opinión pública.
En la campaña electoral en los discursos de la fórmula presidencial en el programa del FA insistimos que la reforma debía ampliarse a nuevos sectores y continuar su avance. Hoy la situación ha cambiado y no precisamente para mejor.
Comencemos por algo que es todavía más general que la propia salud pública, que tiene que ver con el clima, los métodos y las relaciones dentro del gobierno y dentro del Frente incluso de las propias fuerzas políticas que lo integran. No somos idílicos, pero nos referimos a la relación entre compañeros, o que al menos deberían serlo.
Todo se ha precipitado de la peor manera. Cambios, limpieza de cargos sin explicación ni evaluación, comunicaciones miserables por fax para cesar a gente que se esforzó, que trabajó duro y que transformó la realidad en muchos servicios y hospitales. Compañeros o profesionales y servidores públicos sin partido. Todos maltratados.
Lo peor de lo peor, supuestos dossier con investigaciones administrativas que nadie conoce y que nadie sabe quienes las hicieron, esgrimidas como base para la sospecha, para justificar cambios y remociones que no son de “normal administración”. ¿Quién es ahora esa policía administrativa que funciona en ASSE?
¿Por ser médicos especialistas los directores desplazados no estaban comprometidos con la reforma? Es muy grave, como visión de la reforma y del país.
Y los conflictos no son sólo entre sectores del Frente Amplio, son dentro de los propios sectores mayoritarios, tensiones y broncas que se trasladan a las relaciones institucionales. Y en el medio de todo los usuarios, la reforma, la gente.
Para dirigir un acorazado hay que nombrar a un almirante, a lo sumo un contra almirante, no un inexperto cabo que no tiene ninguna preparación en gestión de la salud. No es cierto – y los uruguayos lo sabemos muy bien – no se puede nombrar como ministro de economía a una ama de casa y no se puede poner a administrar a decena de miles de funcionarios y un presupuesto de cientos de millones de dólares a quien no tiene ninguna experiencia y ni siquiera logra explicar cual mes el rumbo de su gestión. Lo vimos todo en directa por televisión.
Los cambios en la gestión de la administración de la salud metal, un sector particularmente sensible, con connotaciones muy directas con una visión de la sociedad y de la siquiatría democrática es otro eslabón de la misma cadena. Y las substituciones, sin ninguna evaluación, la destrucción de la obra de un equipo importante que mejoró notoriamente las condiciones de atención a los pacientes se verán con el tiempo. Y todos seremos responsables.
Porque en el fondo uno descubre que además del ejercicio excesivo y desproporcionado del poder lo que hay es una visión diferente de la salud y sobre todo de la reforma de la salud. Los cargos pasan, se renuevan con más o menos sensibilidad, lo que no se puede poner en peligro es todo lo que hemos avanzado. Lo que no se debe es poner en peligro las mejoras en la salud de la gente.
Si hay personas que tienen en sus manos la gestión de ASSE, como representantes del gobierno o con otra investidura que consideran que la salud en el Uruguay debe ser totalmente pública, que lo digan claramente. Y todos sabremos a que atenernos.
Si otros o los mismos consideran que los niveles profesionales, la capacitación para cargos de gestión de la salud, de los hospitales, de los servicios no importan mayormente y que lo que vale es la fidelidad a los aparatos, o a los sindicatos o a cualquier otro centro de poder, que también lo digan explícitamente. En estos temas no valen los balbuceos.
Lo que no podemos admitir es que silenciosamente, sin aviso, sin debate público, se avance en esa dirección, que no es la que discutió y aprobó el Frente Amplio, ni fue lo que prometimos en la campaña electoral y lo que además le informamos a la sociedad uruguaya. Eso es inadmisible.
Y lo peor de todo es que no podemos andar a los tumbos, con algunas corporaciones médicas que se aferran a sus intereses y que se transforman en los interlocutores privilegiados del gobierno.
Siempre recordando la vieja máxima de Confucio de que el que tiene la culpa no es el chancho, sino el que le rasca el lomo o el que permite que el chancho se embarre y no reacciona, lo mira y hace la plancha. Y esto vale a todos los niveles.
El Estado tiene mecanismos muy complejos que muchas veces dan la sensación de ser una máquina de parar las cosas, de detener los mejores impulsos, ahora cuando se deciden hacer ciertas cosas mal hechas, imponerlas parece que el sistema funciona perfectamente y es de lo más expeditivo.
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