Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

¡Qué pena!

¡Qué pena!

18.06.2008

Lectura: 3'

2008-06-18T09:01:52-03:00
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Durante la visita del Rey Juan Carlos de España a Montevideo, en 1983, participé de una concentración semi-espontánea frente a la embajada de ese país. Con la excusa de saludarlo, se buscaba realizar una demostración de apoyo a los dirigentes opositores, incluyendo a varios frenteamplistas, que Juan Carlos osadamente había invitado a cenar. No éramos más de doscientos o trescientos manifestantes, rodeados por las fuerzas de seguridad, que casi nos igualaban en número, pero nos dimos el gusto de aplaudir a dirigentes que resistían a la dictadura como podían. Del otro lado de las rejas, dentro de la Embajada, los periodistas españoles registraban aquella pacífica y silenciosa manifestación, donde lo más estridente eran los aplausos con que recibíamos la llegada de los dirigentes proscriptos. Recuerdo que la partida de los periodistas fue interpretada como el fin de la inmunidad, por lo que decidimos disolvernos antes de que se desatara la represión. Así de dura era la situación en el país y así de frágiles sus disidentes.

Aquella noche en la esquina de Bulevar España y Libertad, sentí en carne propia el valor de la solidaridad internacional y el rol que deben cumplir los gobiernos democráticos. Aprendí que quienes disfrutamos de la libertad tenemos la obligación de utilizarla en beneficio de los oprimidos, como una vez otros lo hicieron con nosotros. Andando el tiempo, aprendí también que no todos los que luchaban contra la dictadura lo hacían en nombre de la libertad, sino apenas de la liberación de sus compañeros. Con dolor, pude ver cómo muchos de ellos podían convertirse, frente a determinadas circunstancias políticas o ideológicas, en cómplices de los tiranos y los carceleros. Para ellos, la libertad de los individuos de pensar, organizarse y manifestar pacíficamente no constituye un derecho humano inalienable, sino apenas un asunto instrumental, sometido a la tutela de la vanguardia organizada y limitado por sus eventuales antojos.

El presidente Vázquez se encuentra por estos días en Cuba, donde mantendrá reuniones con los gobernantes de la isla pero no recibirá a los representantes de la oposición. El episodio de la Embajada de España me vuelve a la memoria cada vez que leo sobre la resistencia cubana, especialmente sobre las Damas de Blanco, un grupo de mujeres que manifiestan pacíficamente por la libertad de sus familiares, condenados a largas penas de prisión por el salvaje delito de pensar diferente. Las excusas con que se pretende desacreditar su lucha son extraordinariamente parecidas a las que usaban las dictaduras latinoamericanas para enchastrar a los familiares de sus víctimas, por no decir idénticas. El imaginario colectivo de los revolucionarios, como el de los dictadores de derecha, es una antinomia sangrienta, según la cual todo aquel que no apoya al régimen es un enemigo y como tal debe ser reprimido. Por eso, el joven cubano que le pidió una entrevista al presidente uruguayo terminó preso. Qué pena que Vázquez no haya estado frente a la Embajada de España aquella noche.