El presidente Mujica va a pedir perdón en nombre del Estado uruguayo por crímenes que no cometió él sino los militares que gobernaron el país durante la dictadura y de los cuales él fue una víctima más. Mujica pretende que los comandantes de las Fuerzas Armadas estén en el acto, lo que sería de orden, por cuanto fue esa institución la protagonista de los crímenes que ameritan el pedido de perdón.
Hay quienes afirman que, siendo Mujica y el MLN responsables a su vez de crímenes y atentados contra los ciudadanos y las autoridades democráticas, carece de sentido que pidan perdón por delitos ajenos sin haber pasado primero por su propio mea culpa. Otros sostienen que los delitos protagonizados por privados no pueden ser comparados con los que comete el Estado, por sus desiguales implicancias institucionales y humanas. En todo caso, asuntos como el “pasado reciente” y el “perdón” están aún a flor de piel, como consecuencia de la gravedad de lo ocurrido y, seguramente, de las características propias de la transición uruguaya.
¿Resolverá algo este pedido de perdón? Nada, salvo cumplir con fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Tal como sostiene Mujica, “el perdón es un territorio subjetivo de las cosas que se llevan adentro”, un pleonasmo que reafirma el carácter personal y aún arbitrario de perdonar.
Pedir perdón no parece una acción encaminada a reparar el daño cometido en el ánimo del ofendido sino la conciencia del ofensor. En este caso, se puede entender la decisión de la Corte desde el punto de vista institucional y simbólico, pero no en su dimensión espiritual y trascendente, ya que sólo puede ser válido el pedido de perdón si viene de quien cometió el daño que se quiere reparar.
Sebastián Marroquín, el hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, fue al encuentro de los descendientes de las víctimas de su padre porque sentía que tenía que pedirles perdón. El hecho es conmovedor porque Sebastián, que era un niño en esa época, bien podría considerarse entre los damnificados por la vesania de su padre.
El sentimiento de culpa, contracara del perdón, es igualmente subjetivo, aleatorio, y no necesariamente recae sobre los criminales. Más aún, puede ocurrir que el ofensor se haya perdonado a si mismo por creer que había razón para sus crímenes o por las causas que fuera, con independencia de lo que sienta o piense su víctima.
El perdón es una gracia que se da si el agredido quiere darla. No obstante, las consecuencias espirituales y psicológicas de no perdonar constituyen una cruel paradoja, por cuanto afectan principalmente el ofendido.
Lo que debería hacer el Estado es reconocer su responsabilidad, ofrecer sus disculpas y manifestar cómo va a evitar que tales crímenes vuelvan a ensangrentar al país. Ofrecer disculpas y promover acciones que prevengan estos hechos expresa arrepentimiento y compromiso. Tanto las víctimas como las generaciones presentes y futuras podremos al menos reconocer el valor de ambos gestos.
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