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Vida en la red

Por The New York Times

Opinión: Hablemos claro sobre el acoso en Twitter

El absolutismo de la libertad de expresión puede ser contraproducente cuando se trata de aumentar la base de usuarios y las ganancias de la empresa.

29.04.2022 09:44

Lectura: 9'

2022-04-29T09:44:00-03:00
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Por The New York Times | Elizabeth Spiers

Dentro de poco, el cofundador y director ejecutivo de Tesla, Elon Musk, se convertirá en el nuevo propietario de una plataforma de redes sociales algo frecuentada, con más de 217 millones de usuarios diarios. El multimillonario ha revelado muy poco sobre cómo planea operar el negocio, pero una cosa está clara: está muy muy preocupado por cómo hablamos en la plataforma y parece decidido a anular algunas de sus políticas de moderación para permitir toda clase de expresión legal en Twitter.

“La libertad de expresión es la base de una democracia funcional, y Twitter es la plaza pública digital donde se debaten asuntos vitales para el futuro de la humanidad”, declaró Musk en su anuncio del acuerdo. Afirma tener una tolerancia saludable a las críticas. “Espero que hasta mis peores críticos se queden en Twitter, porque eso significa la libertad de expresión”, tuiteó.

Sin embargo, la retórica de los absolutistas de la libertad de expresión como Musk confunde el acoso con la crítica. Yo he sido blanco de ambas cosas en las dos décadas que he dedicado a escribir columnas sobre medios de comunicación, finanzas, cultura y política y hay una diferencia importante entre estos dos conceptos.

A saber: hace un par de semanas, un excolega de Musk en PayPal, Keith Rabois, me llamó tonta en Twitter después de que sugerí que eliminar las políticas de moderación sería perjudicial para el negocio de Twitter. Esta no es una crítica muy sofisticada, pero tampoco es acoso.

Pero también he recibido amenazas de violación, cartas anónimas enviadas a mi casa, comentarios intimidantes sobre mi familia y todo tipo de peyorativos misóginos que no se pueden publicar en este periódico, debido a mis posturas declaradas sobre cualquier cosa: desde el aborto, las prácticas de contratación de las empresas emergentes y quién debería ser el próximo James Bond. Ni siquiera tengo que escribir algo particularmente provocativo para que esto ocurra; una vez me amenazaron con violencia por una columna que escribí sobre por qué no estaba de acuerdo con la manera en que la Oficina de Estadísticas Laborales calcula el índice de precios al consumidor.

Estas experiencias no infrecuentes para las mujeres y las minorías que alzan la voz en público, en Twitter y en otros contextos, y el acoso que yo he sufrido es mucho menor al que han enfrentado otras personas. Esto sucede todo el tiempo. Las políticas de moderación actuales de Twitter no pueden prevenirlo por completo, pero sí están diseñadas para mitigarlo. Twitter solicita a sus usuarios cumplir con un acuerdo de términos de servicio que prohíbe ciertos tipos de expresión, el acoso, en particular. También estableció estas políticas de moderación para combatir la desinformación. El valor de estas medidas no siempre es evidente para los poderosos como Musk porque, si eres un hombre blanco en internet, es mucho menos probable que recibas una amenaza de violación y también estás bastante apartado de un posible escenario de violencia real.

Musk insiste en que las políticas de la empresa son demasiado restrictivas. Pero esto no se trata de la libertad de expresión en el sentido consagrado en la Primera Enmienda, es decir, garantizar que el Estado no pueda censurar a sus ciudadanos. Al parecer, lo que Musk busca es una especie de licencia infinita para decir casi cualquier cosa, en cualquier parte. Es una definición absolutista de la libertad de expresión que dicta que las corporaciones están obligadas a permitir que cosas que podrían ser dañinas para sus usuarios o perjudiciales para sus negocios permanezcan en sus plataformas porque cualquier límite a la libre expresión es censura de facto y la censura de cualquier tipo es peor que las consecuencias del discurso de odio, el acoso y la desinformación.

Claro que es probable que la eliminación de las políticas que restringen el discurso de odio afecte mucho más a las mujeres y a las minorías que a los hombres blancos como Musk y, a diferencia de él, la mayoría de las víctimas de acoso y amenazas no puede costear un equipo de seguridad personal. Las normas de Twitter ya permiten una variedad extensa de abusos, muchos de los cuales radican en un área gris entre la ofensa personal y el acoso.

¿Exactamente qué cree él que no se puede decir en la plataforma en este momento? Sin duda, no es difícil encontrar teorías científicas desacreditadas sobre la raza, argumentos de que las mujeres son inferiores a nivel intelectual, comentarios antisemitas, defensas de la supremacía blanca y diatribas transfóbicas que siguen en la plataforma incluso con la política actual en vigor. Es fácil asumir que la expresión censurada que Musk defiende es aún peor que eso. Como lo dijo el comediante Michael Che en Saturday Night Live, el acuerdo de 44.000 millones de dólares demuestra “cuántas ganas tienen los blancos de usar ‘la palabra con n’”.

Todo esto es un argumento moral y ético a favor de conservar las políticas de moderación, pero lo más desconcertante sobre la cruzada de Musk es que es difícil ver cómo eliminarlas sería bueno para el negocio. En la actualidad, las estadísticas demográficas de Twitter tienden hacia la población masculina. Si Twitter quiere que su negocio crezca más y aumentar su rentabilidad, lo cual parece ser su objetivo, necesita ampliar su alcance. Hacer de la plataforma un entorno hostil hacia las mujeres y las minorías no conduce a la expansión, a menos que considere que su audiencia más valiosa son los hombres blancos con tendencias conservadoras y que ellos existen en cifras cada vez mayores, lo cual es falso según las tendencias demográficas.

En todo caso, el historial de Twitter indica que, cuando la plataforma le abre las puertas a una variedad de personas, la base de usuarios crece. Cuando el trol de Twitter más grande de todos, el expresidente Donald Trump, fue expulsado de la plataforma en enero de 2021, hubo investigaciones que sugirieron que el porcentaje de adultos en redes sociales que afirmaba usar Twitter aumentó un 21 por ciento. (Trump ha declarado que no pretende regresar a Twitter, pero esta columna no tiene el espacio suficiente para enlistar todo lo que el exmandatario ha dicho que no haría y luego terminó haciendo, así que se vale ser escéptico). Si al expresidente se le invita a volver, es muy plausible que algunos de los usuarios más nuevos que llegaron tras la partida de Trump abandonen la plataforma.

Musk afirmó que no quiere comprar Twitter para ganar dinero, pero como un emprendedor exitoso, podría decirse que quiere que la empresa, que desde hace mucho ha batallado para ser rentable, sea un éxito. Los ingresos actuales de la empresa dependen bastante de los anuncios y, en mi experiencia, como exempresaria de medios y alguien que sido editora jefa de publicaciones, por lo general, a los anunciantes no les gusta promover sus marcas al lado de contenido incendiario; incluso las noticias políticas diarias a veces se consideran demasiado polémicas. Si Musk deja que Twitter se convierta en un hervidero de discurso de odio y desinformación, pondrá a prueba la tolerancia al riesgo de los anunciantes de la plataforma y es probable que descubra que menos marcas están dispuestas a asumir el riesgo de aparecer en los perfiles contaminados de las personas.

Por supuesto, también existe el riesgo —moral y comercial— de que permitir más acoso y desinformación en la plataforma cause daños físicos en el mundo real. La teoría conspirativa Pizzagate de 2016, precursora de QAnon, se difundió en gran medida por redes sociales y culminó con un hombre disparando un rifle AR-15 en un local de pizzas en Washington D. C. Cuando la gente se siente con el derecho de lastimar a otros debido a la normalización de una retórica de odio en línea, se vuelve más fácil que las teorías conspirativas se propaguen y transformen en actos de violencia. Una plataforma que disemina esa clase de retórica y adopta un enfoque de no intervención hacia la desinformación no solo crea una experiencia desagradable para sus usuarios, sino que puede provocar la muerte de alguien.

Es totalmente posible que Musk no haya pensado en nada de esto a fondo. Su oferta pública para comprar Twitter comenzó hace apenas unas semanas y desde entonces sus intenciones declaradas han cambiado sin cesar, acompañadas de un informe de valores tardío y confuso, además de declaraciones contradictorias. Disfruta del troleo en línea, y quizá todo esto empezó como una broma que luego se tomaron tan en serio los mercados, los accionistas de Twitter y el público que el mismo Musk comenzó a considerarlo.

Si fue así como sucedió, es posible que el magnate no sepa qué hacer ahora que obtuvo lo que quería. Las acciones de Tesla se desplomaron tras el anuncio de la compra, lo cual podría ser un reflejo del presentimiento de los accionistas de que Musk tal vez no sea capaz de dirigir otra empresa con eficacia además de las cuatro que ya lidera (Tesla, SpaceX, Neuralink y The Boring Company).

Es complicado desarrollar e implementar políticas de moderación sofisticadas y Twitter ya ha dedicado años a modificar y tratar de idear algo que funcione. Los términos de servicio actuales no son perfectos, pero si Musk decide desmantelarlos parcial o totalmente, podría vivir en carne propia un nuevo lado de Twitter: los aspectos de la plataforma que se utilizan como armas contra las mujeres y las minorías quizá también le afecten. Y si la empresa no logra ampliar su base de usuarios, sus peores críticos tal vez sean la única área de Twitter que crezca.