En una hazaña técnica sin precedentes, la NASA logró reactivar los motores de alabeo de la Voyager 1, que llevaban dos décadas fuera de servicio, salvando así una de las misiones científicas más longevas y legendarias de la historia espacial.
La sonda, lanzada en 1977 y actualmente a más de 25.000 millones de kilómetros de la Tierra, había empezado a perder control sobre su orientación debido a la obstrucción progresiva de los propulsores de reserva, usados desde 2004. Ante la amenaza inminente de que la nave dejara de apuntar su antena hacia nuestro planeta, los ingenieros del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) apostaron por lo impensable: intentar reparar los propulsores originales que habían sido descartados hace 20 años.
Una carrera contra el tiempo (y el espacio)
El operativo fue doblemente riesgoso. Por un lado, los calentadores internos de los motores originales habían dejado de funcionar, lo que congelaba la hidracina, el combustible necesario para su operación. Activar los propulsores sin calentar previamente las toberas podía haber provocado una explosión.
Por otro lado, la única antena capaz de enviar comandos a la Voyager —la antena 43 de 70 metros en la estación de Camberra, Australia— entraría en mantenimiento desde el 4 de mayo hasta febrero de 2026, lo que dejaba una última ventana crítica de comunicación.
El regreso del alabeo
La maniobra implicaba restablecer un circuito alterado en 2004, responsable de la energía de los calentadores. Con precisión milimétrica y dos días de latencia en cada comando enviado y recibido, los ingenieros lograron reconectar los calentadores, y poco después, los propulsores originales volvieron a funcionar.
“Probablemente no pensaron que las Voyager seguirían funcionando otros 20 años”, admitió Kareem Badaruddin, líder de la misión, al explicar por qué no se intentó antes esta reparación.
Una sonda que se resiste a morir
La Voyager 1 es el objeto humano más alejado de la Tierra y una fuente invaluable de datos del espacio interestelar. Su gemela, la Voyager 2, también sigue activa, aunque ambas están en cuenta regresiva: el plutonio que las alimenta se está agotando y los sistemas comienzan a apagarse progresivamente.
Sin embargo, esta reparación no solo evita la pérdida del control de orientación —clave para seguir recibiendo datos—, sino que también prolonga la vida científica de la sonda, desafiando todos los límites conocidos de la exploración robótica.
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