En los últimos años Twitter se volvió la plataforma por excelencia del discurso político. Una mezcla justa y perfecta entre libertad de expresión, interacción y permeabilidad social la llevaron a convertirse en el nuevo escenario de la política, entre tantas otras actividades. Sin embargo, escándalos como el de Cambridge Analytica, por mencionar un ejemplo reciente, pusieron en entredicho el uso de los datos de los usuarios por parte de estos gigantes digitales. Google, Facebook, Amazon; todas empresas líderes acusadas en varias ocasiones por prácticas monopólicas y venta de información ajena.

El grado de incidencia que las políticas de uso de estas empresas pueden tener en cualquier actividad o proceso electoral es enorme y de una moralidad discutible. En esta ocasión entrevistamos al filósofo Javier Mazza y analizamos el rol de los grandes medios en la política, el poder de sus CEO´s y la conciencia de los usuarios sobre el uso de sus datos.

Trump, etiquetado y censura

Si hay alguien que sabe usar Twitter es el mismísimo expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump. La interacción que le permite la plataforma resulta perfecta para su modus operandi comunicativo; con mensajes cortos y potentes, que generan reacciones de todo tipo pero nunca indiferencia. Por mucho tiempo esta red fue su principal megáfono hasta que, en 2020, la relación comenzó a presentar sus primeras rispideces.

En marzo de ese año entraron en vigor los nuevos cambios en las políticas de uso de Twitter, especialmente en el ámbito cívico, que a partir del mes en cuestión detallarían la prohibición de utilizar los servicios de la plataforma con el fin de manipular o interferir en elecciones u otros procesos cívicos. El 26 de mayo de ese año, Trump escribe un tuit sobre el voto por correo y lo califica de ser "nada menos que un fraude electoral". Twitter responde aplicando su sistema de fact-checking y etiquetando la publicación como si fuera "potencialmente engañosa". A partir de ahí, esto se hizo rutina.

La contienda entre Trump y Twitter continuó con recurrentes etiquetados debajo de los tuits. Sin embargo, la espera antes de la aparición de la segunda medida fue efímera: ahora se trataba de etiquetas que a priori tapaban el mensaje y requerían de la aceptación del usuario de para mostrarlo.

Así siguió hasta el 7 de enero que se le suspende la cuenta por 12 horas. Un día después, la suspensión se extiende de manera indefinida. Todo esto con el asalto al Capitolio mediante y un discurso de Donald Trump que, para muchos, incita de una forma clara a la insurrección. Como si fuera poco, también fue la asunción de Biden, el nuevo presidente de los Estados Unidos.

Convivir con la desinformación

Al margen de lo ocurrido al norte del continente, ¿qué se debe hacer con la información falsa?

"No porque algo sea falso hay que censurarlo. Eso no quiere decir que las ideas falsas tengan que circular sin oposición en el espacio público. Justamente, las ideas falsas o las ideas que determinada cantidad de la población considera falsas conviene salir a impugnarlas y demostrar su falsedad. Ahora, en las plataformas, la situación es otra porque no queda claro si el espacio online es un espacio público -como lo es una plaza- o privado -como lo es una casa-. Esto ocurre porque las condiciones no son ni completamente de privacidad ni completamente de publicidad".

Mazza agrega que en Twitter uno puede bloquear usuarios, algo que muestra un aspecto del ámbito privado, pero al mismo tiempo las cuentas son, por defecto, públicas, y la única persona que se hace responsable de lo que se publique ahí es su autor. Esto se regula por la legislación norteamericana de la sección 230 que exime de responsabilidad a las plataformas por lo que sus usuarios publiquen y en ellas circule.

No obstante, las plataformas tienen sus límites respecto a lo que permiten y lo que no.

Publicidad y privacidad

"Ahí yo creo que convergen dos discusiones que están emparentadas; la primera es la discusión en torno a la censura y a la libertad de expresión en la democracia y la segunda es la discusión en torno a la privacidad y publicidad. Esto es porque las condiciones de libertad de expresión en los espacios públicos no son las mismas que en los espacios privados."

En cada hogar hay una o varias personas que ponen las reglas sin tener que dar explicaciones. Twitter es una empresa privada y las tiene -deducción que suena bastante lógica- pero hay quienes ven en esto un intento de gobernar el discurso digital por parte de los CEO´s ("Chief Executive Officers" o, en español, directores ejecutivos) de las grandes plataformas.

"Vi muchísimo el argumento de que ahora son los CEO´s de las compañías los que gobiernan el discurso público y manejan los hilos de la política. Por una parte podés decir que sí, pero por otra uno puede pensar que, en algún punto, es la política la que tiene culpa de volcar su discusión a las redes. Si la red es un espacio que tiene una determinada cantidad de reglas y el político se vuelca a esa red y después infringe esas reglas, bueno... las reglas estaban. Sin embargo, ¿Twitter aplica con la misma rigurosidad sus reglas para todos los usuarios? Por supuesto que no. Si Twitter aplicara a rajatabla todas las reglas que tiene, suspendería a la mitad de las cuentas que tiene".

Estas reglas están y aparecen en las políticas de uso que cada usuario acepta al crearse una cuenta, un acto propio del ámbito privado. Pero al mismo tiempo, da las explicaciones de por qué toma cada medida y de por qué censura, procedimiento característico del ámbito público.

"Si todavía lo que nosotros no tenemos claro es si el espacio online es público o privado, la discusión en torno a qué tipo de censura o a qué tipo de reglamentación sobre el discurso pueden ejercer las plataformas no va a estar clara nunca. Y, si vamos a decidir que el espacio online no es ni público ni privado, sino una especie de híbrido intermedio, tendríamos que rompernos los sesos para caracterizar este nuevo ámbito y pensar cuáles son las reglas del discurso en este espacio y si se puede censurar como en el espacio privado o no se puede censurar como en el espacio público. Esas discusiones las tenemos que dar. Tenemos que empezar a pensar activa, seria y periódicamente sobre estos temas".

Esto requiere replantearse la concepción de lo que es el espacio público, el espacio privado, su convergencia, el papel de las redes, la conciencia de las personas frente al manejo de sus datos privados. En fin, significaría crear un nuevo paradigma en el que lo que ocurre en el mundo online tenga sus reglas claras y no se compare con lo que ocurre en el mundo "real". O bien, acordar seguir comparándolo. Pero lo que es seguro es que la gran discusión es poder definir qué es el mundo online.

"Lo que cambia, por sobre todo, es la entidad de la palabra. Hoy la palabra no es solo sonido y grafemas, sino también matemática, porque transita por las vías de los algoritmos y esta hecha de unos y ceros, de lenguaje binario. Eso te habilita a que puedas etiquetar y catalogar distintos tipos de discurso de una manera en la que nunca antes en la historia de la humanidad se había podido hacer. Entonces, el grado y magnitud en la que el discurso está cambiando es gigantesca".

Afortunadamente, la necesidad de resolver estas incógnitas surge cada vez con mayor urgencia en las personas. Mazza menciona que al ciudadano del siglo XXI se le hace cada vez más evidente el apuro de tener un grado de conciencia importante sobre los modos de funcionamiento de las herramientas tecnológicas que utiliza. Hace unas semanas, cuando Whatsapp anunció un cambio en las condiciones de uso que entre tantas cosas implicaría que la plataforma compartiera información con Facebook, se dio una migración tecnológica masiva hacía otras empresas de mensajería como, por ejemplo, Telegram.

Las redes, ¿democratizan o hacen todo lo contrario?

Por su diseño podemos decir que democratizan, debido a que generan un lugar al que cualquiera puede ingresar siempre y cuando tenga o pueda acceder a un dispositivo que se lo permita. Pero, por otro lado, si uno tiene un seguidor, lo que publique no va a ejercer ningún tipo de influencia sobre nada ni nadie. Sí. Estás ejerciendo tu derecho a la libre expresión, pero tu incidencia va a ser prácticamente nula. Además, los algoritmos de la red catapultan y muestran con mayor frecuencia y a mayor cantidad de personas aquellos tuits con mayor interacción, es decir que, no se le da el mismo espacio a la voz de cada persona y las reglas por las que uno ve o no ve un tuit están determinadas por fórmulas matemáticas.

"Nosotros no podemos pretender que las redes democraticen de hecho y simplemente abriéndonos una cuenta en una red social sin prestar un mínimo de atención a cómo es que funciona la red, cuáles son las dinámicas del discurso y qué formatos predominan en la plataforma".

Este aspecto no se reduce a la lectura de las políticas de uso, sino que hay otros engranajes que hacen a la red y tienen gran relevancia. Estos son algoritmos. Algunos de ellos tienen comportamientos conocidos, pero hay otros que no y son los que se conocen como algoritmos "de caja negra". Ni los dueños de las empresas, ni aquellas personas que hicieron posibles su respectivas creaciones pueden ver cómo es que estos algoritmos están tomando las decisiones. El "Page-rank", algoritmo que determina y clasifica por importancia las páginas web que aparecen en el buscador de Google, es un ejemplo. Su existencia no agrada a los usuarios en absoluto y en algunos casos tampoco a sus creadores. En contraposición, empresas tecnológicas como IBM están buscando herramientas para poder controlar y detectar sesgos de los propios algoritmos.

Queda claro que el discurso online está en un nivel muy superior al discurso que se da por fuera de las plataformas. No necesariamente superior en calidad, sino en complejidad. La cantidad brutal de variables que contiene -nuevas para nosotros- y la dificultad para definir un contexto concreto en el cual se enmarque cada discurso dejan en evidencia la urgencia de resolver qué relevancia le damos a cada variable. Hasta ese entonces y como sostiene Mazza, va a seguir siendo muy relativo el límite entre lo que es censura y lo que no, entre lo que es robo de datos y lo que no y entre lo que es incitación al odio y lo que no.

"Pensemos que el 8 de enero Twitter no le hubiera censurado la cuenta a Trump y que, independientemente de si hay o no causalidad en esto, los daños en el Capitolio hubieran pasado a mayores y hubieran prendido fuego el lugar, hubieran muerto personas y hoy el Capitolio de los Estados Unidos no existiría porque hubiera perecido en llamas. La discusión que estaríamos teniendo sería otra; no sería en torno a la omnipotencia de los CEO´s de las plataformas, sino que sería en torno a por qué no actuaron a tiempo para prevenir que se incendie el Capitolio".