Por The New York Times | Alex Vadukul and Jamie Lee Taete
En el campus de la Universidad del Sur de California, el sol de la mañana iluminaba una réplica inflable de una estación espacial blanca apta para la habitabilidad humana. El pequeño cartel que había junto a ella decía “Marte: ¡Ha llegado la hora!”.
A partir del 9 de octubre, astrónomos, ingenieros en robótica y científicos planetarios pasaron junto al cartel camino de una convención de tres días celebrada por la Mars Society. A ellos se unieron estudiantes de secundaria, aficionados a la ciencia ficción y expertos en informática, personas que no trabajaban en la industria espacial, pero que estaban unidas por su deseo de mirar a las estrellas y preguntarse: ¿Qué hay ahí fuera? Y: ¿Cuándo podré ir?
Tomaban café fuera de una sala de conferencias mientras intercambiaban contactos de LinkedIn y discutían a qué presentaciones asistirían, entre ellas “Debatir la Constitución Marciana” y “Preparar café de calidad en Marte”. Entre los recuerdos a la venta había calcetines de Elon Musk, bóxeres con imágenes del telescopio espacial Hubble y sudaderas con capucha en las que se leía “Ocupa Marte”.
Marge Lipton, una voluntaria de 77 años, estaba encargada de la mesa de ventas. “Todavía recuerdo la tierra sacudirse y cómo me inspiró”, dijo Lipton, quien presenció el lanzamiento del Apolo 15 cuando era productora de ABC News. “Como niña de la década de 1960, me picó la pasión por el espacio y nunca me abandonó. Muchos de los que estamos aquí queremos saber qué hay al otro lado del río, qué hay al otro lado de la montaña”.
A su lado, un compañero voluntario armaba afanosamente un vehículo espacial de Lego.
“Todos nosotros queremos llegar a Marte”, continuó Lipton, “pero nos damos cuenta de que el pueblo estadounidense tiene muchas otras cosas en la cabeza ahora mismo. No sé cómo superaremos este momento en Estados Unidos y volveremos a centrar la atención en Marte. Pero al menos cuando estamos aquí, no tenemos que darnos explicaciones”.
Conseguir que la gente se preocupe por llegar al planeta rojo ha sido la misión de la Mars Society desde 1998, cuando fue fundada por Robert Zubrin y una red de científicos e ingenieros descontentos con la disminución de las ambiciones de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por su sigla en inglés).
Por aquel entonces, la idea de un asentamiento humano en Marte pertenecía al reino de los cuentos de Isaac Asimov. Ahora, gracias en parte a Elon Musk y su programa SpaceX, parece más cercana a la realidad, aunque muchos miembros dijeron no estar de acuerdo con las posturas políticas de Musk.
Andy Greco, ingeniero de Boeing que vive en Seattle, hizo una presentación sobre el hábitat de Marte simulado en la isla Devon, un puesto ártico deshabitado en Nunavut, territorio canadiense. Como jefe de un grupo de investigación, pasó dos semanas en la base aislada, establecida por la Mars Society en el año 2000.
“Tratamos el exterior del hábitat como si fuera el mortífero espacio, incluso esperamos a que se despresurice la esclusa cuando salimos”, dijo Greco, de 38 años, tras su charla. “Sabemos que solo estamos practicando, pero nos hace pensar que realmente estamos en otro planeta. Fue la mayor aventura de mi vida hasta ahora, y conllevó todos los peligros emocionantes sobre los que leí en los libros de ciencia ficción cuando era niño”.
“Sin duda, respondería a la llamada de un boleto sin regreso a Marte”, añadió. “Para muchos de nosotros, soñadores, ha estado en nuestra imaginación durante tanto tiempo que hacerlo realidad no es tan inaudito en nuestras mentes”.
Eric Kristoff, gestor de proyectos de tecnología de datos de Chicago, se tomó un respiro entre conferencias como “Tu voz en el Congreso importa para un futuro espacial” y “El Calendario Lukashiano: llevar el tiempo a Marte”. Su mochila estaba cubierta de parches que hacían referencia a películas como Alien y El vengador del futuro.
“Para mí empezó de niño”, dijo Kristoff, de 55 años. “Pero luego creces. Consigues un trabajo que no tiene nada que ver con el espacio. Te ocupas de la vida y de los niños. Pero todo volvió a mí cuando empezaron a retirar el programa del transbordador espacial. Eso me molestó mucho. ‘Cómo se atreven’, pensé”.
“Aún necesitamos fronteras y tenemos que volver a esa mentalidad fronteriza”, añadió.
Alexander de Graaf, de 13 años, que había volado desde Vancouver, Columbia Británica, con su padre, se paseaba por los pasillos mientras se preparaba para dar una conferencia.
“Mi ponencia se llama ‘La generación Marte: ahora’, y trata de la importancia de la participación de los jóvenes en la exploración espacial”, dijo. “Ahora mis amigos me toman en serio cuando hablo de Marte en la escuela, mientras que quizá las personas se reían de otros hace años”.
“Personalmente, creo que la predicción de Elon es un poco descabellada, que tendremos un millón de personas en Marte en 2050, pero es un buen aproximado”, añadió. “Sin embargo, yo no iría a Marte si me dieran un boleto sin regreso. Para mí, se trata del mensaje de que somos una especie resistente, de que podemos hacerlo”.
Zubrin, fundador de la Mars Society, dedicó gran parte de la conferencia a firmar ejemplares de su libro de 1996, Alegato a Marte. “¡Nos vemos en Marte!”, escribió en sus dedicatorias.
Ingeniero nuclear y aeroespacial nacido en Brooklyn, se unió a uno de los primeros grupos de defensa del espacio, Mars Underground, mientras trabajaba para Lockheed Martin. Cuando la NASA presentó en 1990 una propuesta de 450.000 millones de dólares para enviar seres humanos a Marte, se sintió motivado para desarrollar Mars Direct, un plan alternativo de 20.000 millones de dólares, que pasó a constituir la base de su libro. Tras su publicación, Zubrin recibió miles de cartas de entusiastas del espacio, que lo impulsaron a fundar la Mars Society.
Refugiado en un aula vacía, lejos de sus admiradores, Zubrin, de 73 años, expresó su opinión sobre el estado actual de la exploración espacial. Según el presupuesto propuesto por el presidente Donald Trump, que se dio a conocer en mayo, el gasto anual de la NASA se reduciría en unos 6000 millones de dólares.
“El espíritu estadounidense solía consistir en la idea de que podíamos hacer cualquier cosa”, dijo Zubrin. “Ahora este tipo dice que quiere volver a hacer grandioso a Estados Unidos, pero aquí está, con sus recortes presupuestarios, destruyendo una de las cosas que realmente ejemplifica la grandiosidad de Estados Unidos, el programa estadounidense de exploración espacial”.
“¿Seguimos siendo una nación de pioneros?”, continuó. “¿Somos el pueblo del futuro o del pasado? Eso es lo que está en juego”.
También habló de Musk, quien de joven fue miembro de la Mars Society y ha pronunciado discursos en la convención anual. Una fotografía del autor junto a Musk aparece en el prefacio de Alegato a Marte.
“Solía ser nuestro caballero blanco”, dijo Zubrin. “Tengo serios problemas con sus ideas políticas, pero eso no significa que no lo admire por lo que ha hecho por los viajes espaciales. Aquí todos aún celebramos cuando Musk y SpaceX hacen algo asombroso”.
El segundo día de la convención se celebró una cena de gala en un centro de la tercera edad cercano que la Mars Society había alquilado para la velada. Algunos miembros se arreglaron para la ocasión, y cambiaron las camisetas de Star Wars por camisas de vestir. En el bufé, se sirvieron puntas de ternera (“Tri-puntas planeta rojo”) y berenjenas a la parmesana (“Berenjena a la parmesana veg-nusiana”) antes de sentarse.
El orador principal de la noche fue Rob Manning, ingeniero que ayudó a dirigir la misión Mars Pathfinder de la NASA en 1996. Fue presentado por el director ejecutivo de la Mars Society, James Burk, antiguo ingeniero de software de Microsoft. En su discurso de apertura, Burk recordó el aterrizaje de la nave Pathfinder en las llanuras Ares Vallis de Marte.
“Recuerdo que estaba pegado al televisor, porque estábamos aterrizando en Marte, y este hombre era el ingeniero jefe que dirigió la entrada, el descenso y el aterrizaje del equipo Pathfinder”, dijo Burk. “No puedo creer que esté aquí presentándolo. Me pellizcaría”.
Manning no tardó en subir al escenario para hacer una larga presentación de diapositivas sobre Marte. Su embelesado público se deleitó con las imágenes en pantalla que mostraban los valles y cráteres del planeta y las viejas fotos del control de la misión en las que aparecía con su tripulación.
Bill Maloney, de 29 años, salió a contemplar el cielo nocturno con su plato de comida. Se asomaba una luna resplandeciente.
“No miro tanto hacia arriba como hacia dentro”, dijo Maloney, un emprendedor espacial de Nueva York. “Marte nos desafiará, y el desafío es la esencia del ser humano. De eso se trata. Creo que hemos retrocedido espiritualmente como sociedad, y llegar a Marte es un ejercicio espiritual más que cualquier otra cosa”.
“Llevamos un cuarto del siglo XXI y muchos de nosotros solo rezamos para que las aceras de nuestras ciudades estén más limpias, mientras que en la década de 1960 hablábamos de ir a la Luna”, dijo. “El problema de la humanidad ahora quizá no sea que nuestros problemas sean muy grandes, sino que nuestros sueños se han vuelto muy pequeños. Marte es el primer paso para cambiar eso”.
Alex Vadukul: escribe artículos de fondo para la sección Styles del Times, y se especializa en historias sobre la ciudad de Nueva York.