Contenido creado por Gerardo Carrasco
Medioambiente

Nada puro

El aire contaminado es una amenaza para el cerebro del niño

Respirar aire polucionado es tóxico para el cerebro y afecta negativamente el desarrollo cognitivo.

20.09.2018 15:41

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2018-09-20T15:41:00-03:00
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Montevideo Portal

Un número creciente de investigaciones demuestran que el aire contaminado es tóxico para el cerebro de los niños y lastra el desarrollo cognitivo. Los expertos reclaman medidas para proteger colegios y zonas infantiles, algo que muchas ciudades en el mundo no contemplan.

Respirar aire contaminado causa y agrava enfermedades respiratorias y cardiovasculares. El efecto sobre el cerebro de fetos y niños aún no se traduce en números en un informe y se conoce desde hace menos tiempo. Pero las evidencias son contundentes.

Como suele ocurrir en los estudios sobre la influencia del ambiente en el organismo -ya sea el nexo entre tabaquismo y cáncer o entre dieta y enfermedad cardiovascular-, es complejo demostrar una relación causa-efecto entre el humo del tráfico y la ralentización del aprendizaje en niños. Pero los estudios observacionales muestran una correlación tan clara y abundante que los expertos no dudan en apelar al principio de precaución

Durante la primera década del siglo XXI empezaron a acumularse evidencias de lo que dos expertos en salud ambiental, Phillipe Grandjean y Philip Landrigan, describieron en 2014 en The Lancet Neurology como una "pandemia de neurotoxicidad" en niños.

Ambos médicos detectaban un "aumento en la incidencia de autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad, dislexia y otros problemas cognitivos", y lo atribuían a un conjunto de conocidos neurotóxicos, como el plomo, el metilmercurio o el tolueno. Pero también advertían de la posible existencia de más compuestos dañinos para el desarrollo del cerebro, aún sin identificar. Varios indicios apuntaban a que al menos parte de ellos podrían proceder del tráfico, informa la agencia de divulgación SINC.

Un trabajo de 2008 hallaba inflamación en el cerebro de niños y perros en Ciudad de México, y culpaba a la alta contaminación. Efectos similares se observaron poco después en ratas expuestas a tubos de escape de motores diésel. Las partículas generadas por los motores, en especial los diésel, son tan pequeñas que podrían pasar de los pulmones a la sangre y llegar al cerebro, generando inflamación.

En 2010, un grupo de investigadores liderados por Jordi Sunyer, del CREAL -hoy ISglobal-, en Barcelona, decidieron buscar un posible vínculo entre contaminación del tráfico y aprendizaje infantil. Su proyecto BREATHE fue financiado con casi 2,5 millones de euros del Consejo Europeo de Investigación (ERC). "Postulamos que la contaminación del tráfico, en particular las partículas ultrafinas (...), obstaculiza el desarrollo cerebral", explicaron los investigadores.

Pronto esa hipótesis de partida se vio respaldada. Un trabajo publicado en 2015 en PLOS Medicine mostraba que el desarrollo cognitivo de los niños que van al colegio en zonas de alta contaminación es más lento. En un año los escolares expuestos a poca polución mejoraron un 11,5% su memoria de trabajo, mientras que en los colegios con aire de peor calidad la mejora fue de solo un 7,4%.

El estudio consistió en medir durante un año habilidades cognitivas de 2.715 niños de 7 a 10 años de 39 colegios de Barcelona, descartando en lo posible el efecto de factores que se sabe que influyen en el desarrollo, como la clase social. "El deterioro de las funciones cognitivas tiene consecuencias para el rendimiento escolar", dijo Sunyer en 2015. "Los niños de las zonas con mayor contaminación podrían estar en una situación de desventaja".

Otros resultados de BREATHE han ido en la misma línea. Los investigadores estudiaron también, a lo largo de un año, la relación entre niveles de contaminación dentro y fuera de las aulas y la capacidad de atención de los niños y niñas. "Los incrementos en los niveles ambientales procedentes del tráfico se asociaron a una disminución en todos los procesos de atención en las aulas", explicaron los autores en 2017 en la revista Epidemiology.

Los días de más polución los niños mostraron "un retraso equivalente a más de un mes en la mejora natural de la velocidad de respuesta" esperable por la edad. "Es una evidencia más de la necesidad de evitar la contaminación atmosférica en el entorno de los centros escolares, y especialmente la de los vehículos diésel", declaró Sunyer.

Los más vulnerables

El efecto de la contaminación sobre los niños es importante porque su cerebro está en pleno desarrollo. También el de los fetos. Varios estudios en Europa y Estados Unidos muestran que cuando las embarazadas respiran aire contaminado, sus hijos se resienten.

Entre 1998 y 2006 un grupo liderado por Frederica Perera, hoy directora del Centro de Salud Ambiental Infantil de la Universidad de Columbia (Nueva York, EE UU), reclutó a 720 embarazadas residentes en barrios de bajos ingresos en Nueva York, como Harlem o South Bronx. De ellas, 665 llevaron durante 48 horas una mochila con equipos de medición para un tipo de contaminantes llamados hidrocarburos aromáticos policíclicos (PAH), que se emiten al quemar combustibles fósiles y que, según han mostrado estudios en animales, son neurotóxicos que atraviesan la placenta y pueden causar inflamación, estrés oxidativo y lesiones vasculares en el cerebro del feto.

Los trabajos con esta cohorte de parejas madre-hijo empezaron a publicarse hace unos quince años y muestran que a mayor exposición a PAH de las madres, peor desarrollo neurológico de los hijos. Los niños que respiraron más PAH obtuvieron peores puntuaciones en test de inteligencia general y verbal, y tienen más riesgo de sufrir ansiedad, depresión y déficit de atención.

En 2012 el grupo de Perera hizo escáneres cerebrales a 40 niños de la cohorte. Los resultados, publicados en JAMA Psychiatry en 2015, revelan alteraciones morfológicas en los cerebros de los niños con mayor exposición, en concreto menos sustancia blanca -la que forman los axones de las neuronas-en el hemisferio cerebral izquierdo. Este rasgo "se asoció con un procesado más lento de la información durante las pruebas de inteligencia" y con problemas de comportamiento.

En España existe el Proyecto INMA-Infancia y Medio Ambiente, una cohorte de unas 4.000 parejas madre-hijo reclutadas entre 1997 y 2008 en siete regiones españolas. Hace unos años investigadores de ISGlobal coordinados por Mònica Guxens empezaron a analizar la relación entre exposición a dióxido de nitrógeno -uno de los principales contaminantes del tráfico- y capacidad de atención en niños de la cohorte INMA.

Una publicación el año pasado en Environment International revela que las exposiciones altas se relacionan "con un retraso en la capacidad de niños y sobre todo de niñas". Guxens declaró: "Se desconoce aún el impacto clínico de esta falta de atención, pero podría tener implicaciones para toda la población debido a la ubicuidad de la exposición".

Los resultados de distintos grupos de investigación en distintos sitios confluyen. Un artículo de revisión publicado en 2015 en Endocrinology muestra "un aumento exponencial" de este tipo de estudios en la última década, con resultados que ofrecen "evidencias suficientes" de que la exposición pre y posnatal sobre todo a PAH, partículas muy pequeñas y óxidos de nitrógeno incide negativamente sobre la inteligencia global y la capacidad de atención, y aumenta el riesgo de sufrir trastornos del espectro autista. Este efecto "no puede ser ignorado: debe aplicarse el principio de precaución para proteger a los niños", concluyen los autores.

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