Desde su comercialización, la inteligencia artificial (IA) se incorporó a la vida cotidiana rápidamente. Aunque genera temor en buena parte de la población, ya es utilizada por millones de personas para trabajar, estudiar o resolver tareas diarias.
Así lo señala un estudio internacional realizado por KPMG y la Universidad de Melbourne, que consultó a más de 48.000 personas en 47 países.
Los resultados revelan una paradoja: el 80% de los encuestados teme los efectos de estas tecnologías, pero el 66% ya las utiliza de forma regular e intencionada. El número se dispara entre los estudiantes terciarios, donde el uso llega al 83%, y también es alto en el ámbito laboral, con un 58% de trabajadores que las integran a sus tareas. En países emergentes, esa cifra asciende al 72%, frente al 49% en economías avanzadas.
Pese a esta adopción masiva, la formación en IA sigue siendo escasa. El 61% de los encuestados no recibió ningún tipo de capacitación y solo el 39% accedió a instancias educativas formales o informales. Casi la mitad admite no saber cómo funcionan estas herramientas ni cuándo están siendo utilizadas. Aun así, tres de cada cinco personas creen que pueden manejarlas con eficacia.
La aceptación social de la IA es alta, pero la confianza es limitada. A nivel global, el 72% aprueba su uso, aunque solo el 54% confía en estas tecnologías. En los países emergentes, la confianza alcanza el 57% y la aceptación, el 84%, mientras que en los desarrollados cae al 39% y 65%, respectivamente.
Los beneficios más destacados por los usuarios incluyen mejoras en eficiencia, acceso a información, personalización de servicios e innovación.
Sin embargo, las preocupaciones también están extendidas: la mayoría teme por la privacidad, los ciberataques, la desinformación, la dependencia tecnológica y la pérdida de empleo. Según el informe, solo el 42% considera que los beneficios superan los riesgos, frente a un 32% que opina lo contrario.
El ámbito laboral refleja esa tensión. Los empleados destacan la utilidad de la IA para aumentar la productividad, mejorar la calidad del trabajo y optimizar el uso de habilidades. Pero también aparecen señales de alerta: el 50% prefiere usar IA en lugar de interactuar con colegas, más de la mitad cometió errores por aplicarla mal y casi el 50% subió información sensible a plataformas públicas. En muchos casos, los trabajadores ocultan que están usando estas herramientas, lo que evidencia problemas de gobernanza interna.
En la educación, el uso de IA se volvió habitual, pero genera riesgos. Cuatro de cada cinco estudiantes dicen esforzarse menos porque saben que pueden apoyarse en estas herramientas y dos de cada tres no declaran su uso al presentar trabajos. Entre un 25% y un 33% reconoce una baja en su pensamiento crítico o su capacidad de colaborar con otros. Solo la mitad de las instituciones educativas tiene políticas claras sobre su implementación.
La regulación se vuelve un tema clave. El 70% de los encuestados reclama normas específicas para encauzar el desarrollo de la IA. Sin embargo, solo el 43% considera que las leyes actuales protegen adecuadamente a la ciudadanía. La mayoría apoya una combinación de enfoques: el 76% pide legislación internacional, el 69% espera regulaciones nacionales y el 71% sugiere esquemas compartidos con la industria. Además, el 87% exige marcos legales para combatir la desinformación generada por estas tecnologías.
El informe también identifica una diferencia regional marcada. En países como India, China, Nigeria, Egipto, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, se observa mayor confianza, adopción y formación. En contraste, en Estados Unidos, Alemania, Japón y Francia crece el uso, pero también la preocupación y el escepticismo. Según los autores, esta diferencia podría incidir en la competencia económica global, si los países emergentes logran capitalizar su ventaja en la implementación de IA.
El estudio concluye que, “para avanzar hacia un desarrollo ético y sostenible, será clave invertir en educación, mejorar la gobernanza y garantizar mecanismos de transparencia”.