Un estudio publicado en Nature Climate Change lanza una advertencia contundente: el 10% más rico de la población mundial fue responsable de dos tercios del calentamiento global registrado desde 1990, así como del aumento de fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, sequías e incendios.

El análisis, liderado por la investigadora Sarah Schöngart (ETH Zúrich), revela que el 1% más adinerado contribuye hasta 26 veces más que el promedio global al aumento de eventos de calor extremo, y 17 veces más a las sequías en zonas críticas como la Amazonia.

La investigación combina datos económicos globales con simulaciones climáticas de alta resolución para rastrear el impacto desproporcionado de los estilos de vida e inversiones del sector más privilegiado. Los hallazgos no solo muestran que la crisis climática tiene nombres y apellidos, sino que apuntan a una profunda injusticia estructural: las regiones que menos han contaminado —como el sur de África, el Sudeste Asiático y América Latina— son las más afectadas por los impactos.

América Latina: víctima de la desigualdad climática global
En particular, la Amazonia —compartida por Brasil, Perú, Colombia, Venezuela y otros países andinos— figura como una de las regiones más golpeadas por la huella de carbono de las élites globales. Según el estudio, si toda la humanidad hubiese emitido como el 50% más pobre del planeta, el calentamiento desde 1990 sería prácticamente nulo.

Esto pone en evidencia la necesidad de que la acción climática sea no solo urgente, sino equitativa: no se trata solo de reducir emisiones, sino de distribuir responsabilidades de forma justa. América Latina, con su alta vulnerabilidad ambiental y limitada capacidad fiscal, necesita que los compromisos financieros internacionales para “pérdidas y daños” sean más que promesas.

¿Quién debe pagar la transición?
Los autores del estudio subrayan que las emisiones indirectas asociadas a las inversiones financieras de los sectores más ricos son tanto o más relevantes que su consumo directo. Esto refuerza la necesidad de políticas progresivas: impuestos al carbono dirigidos al capital, restricciones a inversiones contaminantes, y mayores aportes de las élites al financiamiento climático internacional.

“Si no se regulan los flujos financieros de los más ricos, cualquier intento de mitigación será parcial y desequilibrado”, advierte Carl-Friedrich Schleussner, coautor del estudio.

Con información de Europa Press