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Tecnología

Por The New York Times

Buscando el amor en el metaverso

Lo único que se requiere para ir a una cita VR son unas gafas de realidad virtual completamente cargadas y un corazón abierto.

22.08.2022 15:37

Lectura: 9'

2022-08-22T15:37:00-03:00
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Por The New York Times | Madeleine Aggeler

En nuestra primera cita, CC y yo nos encontramos en una plataforma flotante suspendida en medio de una galaxia lejana. Como suele ocurrir con muchos viajes espaciales, experimentamos algunas dificultades técnicas. Se suponía que CC —nombre con el que pidió ser identificade— era un conejo, pero me pareció más una pequeña chica animada con una sudadera con capucha, grandes orejas de gato y una cola. Mi voz tenía cierto retraso que interrumpió el flujo natural de la conversación y, durante varios minutos, mi cuerpo —el de una mujer rubia y larguirucha con una chaqueta acolchada corta y mallas— se arrastró casi en cuclillas, como un terrier que busca el lugar perfecto para hacer sus necesidades.

“Lo siento”, escuché a mi voz decir un par de segundos después de realmente haberme disculpado. “No sé por qué está pasando esto”.

“¡No te disculpes!” me respondió CC, quien me aseguró que ya había visto cosas mucho más extrañas antes. Así era la naturaleza de interactuar en la realidad virtual.

Había hecho ‘match’ con CC una semana antes en Nevermet, uno de un creciente número de servicios de citas de realidad virtual (VR, por su sigla en inglés) que les permiten a los usuarios emparejarse con otros entusiastas de la VR para luego organizar un encuentro en algún lugar del metaverso. También están Flirtual, que promete “citas seguras y mágicas en realidad virtual”, y la Agencia de Citas Corazones Solitarios de Second Life. Incluso Match Group, la empresa responsable de aplicaciones como Match, OkCupid, Tinder y Hinge, anunció en noviembre el lanzamiento de Single Town, un espacio virtual donde los solteros pueden reunirse y organizar encuentros pixelados.

Lo único que se requiere para ir a una cita VR son unas gafas de realidad virtual completamente cargadas y un corazón abierto. Con eso, tú y tu acompañante podrían disfrutar de un interminable atardecer en la playa en Serenity Cove de VRChat o recorrer un paisaje posapocalíptico en Race Against Fate. También podrían jugar al loco paralizado, o encantados, en un mundo con paredes móviles mágicas o coquetear en una guarida submarina rodeada de gigantescas medusas alienígenas. También podrías simplemente reunirte con tu pareja en un bar, una opción de cita VR muy popular, al parecer.

Nevermet fue lanzada el Día de San Valentín de este año, con un objetivo sencillo: reconfigurar por completo la naturaleza humana. “Nuestra intención es cambiar el mercado de las citas, de manera que la atracción física se convierta en uno de muchos factores en lugar de la forma principal en que las personas se conectan”, me dijo el director ejecutivo de Nevermet, Cam Mullen, en una entrevista telefónica.

Mullen alega que, en la actualidad, las citas se centran demasiado en la apariencia. Con la realidad virtual, los humanos pueden finalmente evolucionar más allá de lo superficial y conectarse en un nivel más profundo: de corazón a corazón y de espíritu a espíritu.

La interfaz de Nevermet es similar a la de otras aplicaciones de citas como Tinder o Bumble, pero en lugar de mostrar fotos de alguna carcajada en la boda de algún amigo o a alguien que exhibe triunfante una lubina rayada recién pescada, los perfiles de los usuarios muestran sus avatares del metaverso. En lugar de biografías en las que se busca un “compañero de aventuras”, los usuarios suelen incluir sus nombres de usuario de VRChat y Discord y una lista de sus juegos VR favoritos. Incluso antes de que los desarrolladores comenzaran a lanzar aplicaciones para el metaverso, ya existía una próspera vida social en él, una que me han contado que suele estar llena de drama, intriga, borracheras y ERP (sigla en inglés de juego de roles erótico, es decir, en esencia sexo VR).

Los usuarios habituales de la VR con los que conversé describieron grupos de amigos del metaverso que eran nudos gordianos de tensión romántica, en los que diferentes personas se emparejaban todos los días. También hay clubes de realidad virtual, que son espacios populares donde la gente va a beber y divertirse. “Se hacen grupitos”, aseguró Stonie Blue, de 23 años, sobre la escena de citas VR. “Es como un drama de bachillerato, pero de personas que salieron hace mucho del bachillerato”.

Blue conoció a su esposa, Elaine Karapetian, de 27 años, en la realidad virtual; ambos son creadores en VRChat. Al principio los unió su amor por la banda 100 gecs y profundizaron su relación cuando Blue ayudó a Karapetian a lidiar con una serie de enredos emocionales. Como dice Blue: “Resulta que la solución a sus problemas con los hombres era encontrar un hombre diferente, y ese fui yo”.

Poco después, Blue y Karapetian se enfrentaron al hecho de que una de las mayores ventajas de las citas VR (el poder conocer a personas de todo el mundo) también era una de sus mayores desventajas. Cuando se conocieron, Blue vivía en Newcastle, Inglaterra, y Karapetian vivía en Wisconsin. A pesar de que pasaban mucho tiempo en la realidad virtual, era importante para ambos conocerse en persona lo antes posible para ver si eran lo suficientemente compatibles como para tener una relación más seria.

En mayo de 2021, Karapetian tomó un vuelo al Reino Unido y, afortunadamente, todo salió a la perfección. Fue allí cuando la pareja descubrió otro gran inconveniente de las citas en la realidad virtual: salir con alguien en la VR podría parecer algo cercano a la realidad, pero no, no es lo mismo.

“Una vez que conoces a alguien de forma física, la realidad virtual se queda corta”, afirmó Blue. La primera vez que se encontraron en la realidad virtual cuando Karapetian se fue del Reino Unido fue terrible. “Lloramos juntos. Fue así de triste. Pensábamos: ‘Esto apesta, no quiero estar en la VR’”.

Menos de un año después, Blue viajó a Estados Unidos a visitar a Karapetian y se casaron. Actualmente, Karapetian está esperando su visa para mudarse al Reino Unido. Aunque ha sido muy importante para esta pareja pasar tiempo juntos en la vida real, Karapetian aseguró que conoce a muchas personas que prefieren mantener su experiencia de citas VR completamente en línea.

“De la gente que conozco que va a citas VR, parece que muchos de ellos nunca se encuentran en la vida real, parece que es parte del juego”. La realidad virtual también puede ser un espacio para que los usuarios experimenten de manera segura con su identidad sexual y/o expresión de género. Según Anthony Tan, cocreador de Flirtual, la mayoría de sus usuarios tienen entre 18 y 30 años, y el 50 por ciento se identifica como LGBTQ+.

Antes de hacer la transición, Karapetian contó que en ocasiones solía entrar a un mundo privado VR y se asignaba un avatar femenino por un tiempo. También conoció muchos amigos en VRChat que son transgénero y que la ayudaron a sentirse lo suficientemente segura como para seguir adelante con su propia transición.

“Antes de la realidad virtual, estaba en un entorno que no me aceptaba mucho”, afirmó. “Lo que la VR hizo por mí fue brindarme un grupo de personas que me permitió explorar”. CC afirmó haber notado un gran aumento en la cantidad de usuarios VR durante la pandemia. Al parecer, la realidad virtual es una tecnología atractiva para quienes se quedaron atrapados en casa con dinero y tiempo de sobra. Fue una manera fácil de escapar de la banalidad y el horror del mundo real y conectar con otros sin el riesgo de inhalar virus dañinos. ¿Y si además puedes conocer gente nueva, coquetear con ella y tener citas en lugares exóticos? Pues aún mejor.

Aun así, es difícil determinar si la pandemia ha dado paso a una nueva era de la realidad virtual. Aunque compañías como Meta y Google están invirtiendo bastante en tecnología VR, su promesa ha trastabillado por años y nunca ha logrado despegar realmente.

En 1989, este periódico describió la tecnología en un artículo de primera página: “Con el uso de un casco y guantes especiales, las personas se sentirán inmersas en mundos tridimensionales generados por computadora y podrán controlar la computadora usando las manos de manera natural”. El periodista, Andrew Pollack, escribió: “Algún día, dos personas podrían jugar una simulación de tenis entre sí, sin salir de su sala”.

Más de tres décadas después, las gafas de realidad virtual no se ven muy diferentes de los cascos de aquel momento, aunque se han vuelto mucho más asequibles. En 1989, un casco y guantes VR podían costar hasta 200.000 dólares. Hoy, una de las gafas Oculus Quest 2 de Meta cuestan 399 dólares (un incremento de los 299 dólares que costaban antes del 1.° de agosto). Pese a que gran parte del crecimiento de la realidad virtual se ha dado por niños cuyos padres les obsequiaron gafas Quest por su cumpleaños, Navidad o simplemente para darles una distracción, Tan espera que la realidad virtual pueda extenderse más allá de la generación Z y los jugadores de hueso colorado que la utilizan en la actualidad.

“Cuando he hablado con mis padres o personas de su edad, me han dicho que les ha gustado la realidad virtual luego de probarla, así que creo que le darán una oportunidad”, afirmó Tan. Sin embargo, hasta que haya una adopción generalizada de la realidad virtual, Tan cree que el éxito de las citas VR dependerá del boca a boca, del mismo modo que las aplicaciones de citas como Tinder y Bumble se volvieron más populares una vez que las citas en línea perdieron el estigma.

“Hemos producido relaciones reales, y creo que eso es prueba de que le funciona a las personas”, afirmó. Existe un número creciente de servicios de citas de realidad virtual (VR, por su sigla en inglés) que les permiten a los usuarios emparejarse con otros entusiastas de la VR y luego organizar un encuentro en algún lugar del metaverso. (Ohni Lisle/The New York Times) Existe un número creciente de servicios de citas de realidad virtual (VR, por su sigla en inglés) que les permiten a los usuarios emparejarse con otros entusiastas de la VR y luego organizar un encuentro en algún lugar del metaverso. (Ohni Lisle/The New York Times)