Por Sofía Durand Fernández
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Era un día lluvioso en Barcelona. Ximena Borrazás caminaba por Las Ramblas cuando vio a alguien que le llamó la atención: una persona en situación de calle. Había algo particular en su mirada. Decidió acercarse, preguntarle quién era y pedirle permiso para fotografiarlo. Por ese entonces, asistía a un taller de fotografía y debía buscar un tema de reportaje.
Y así lo encontró.
Durante un año, salió por las calles del Barrio Gótico a conocer las historias de quienes las habitaban día y noche. Lo compartió en Instagram y tuvo éxito. Este proyecto terminó siendo un libro llamado Fantasmas del Gótico (2019). Uno de sus ejemplares incluso llegó a las manos del Papa Francisco.
Ese solo fue el comienzo. Borrazás, una aficionada de la historia bélica, se encontraba cerca del epicentro del conflicto entre Rusia y Ucrania. "Estaba todo el día con noticieros de fondo, me despertaba y ponía BBC, CNN, todo. Estaba obsesionada", recuerda. Se prometió a sí misma que, si escalaba el conflicto, ella iba a ir a cubrirlo. No sabía cómo, pero lo haría.
Así llegó primero a Lviv, ciudad fronteriza de Ucrania. Volvería otras cinco veces. Le seguirían Jersón, Etiopía, Líbano, Siria. Ximena aprendió en el proceso, en la primera línea, aunque recomienda que "no lo prueben en sus casas". Defiende como virtud involucrarse emocionalmente con las historias que conoce. Y, ante todo, está convencida de que el día que pierda la sensibilidad, tiene que dedicarse a otra cosa.
En junio de 2025, The Guardian publicó su reportaje sobre Tseneat, una mujer que fue víctima de violencia sexual en Tigray. También ha trabajado con medios como CNN, BBC y Deutsche Welle.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Cómo nació Fantasmas del Gótico (2019), tu primer proyecto?
Siempre me pregunté qué tiene que pasar para que una persona termine en la calle. Hice un curso inicial de fotografía en Casa Arbus, y después me fui a Barcelona, donde hice otro curso de un año. Ahí dabas módulos por temas como retrato o reportaje social y tenías que salir a la calle a practicarlo. Habíamos dado retrato y reportaje, había que salir a practicar y me acuerdo de que salí por Las Ramblas y vi a un hombre con una mirada que me llamó la atención. Llovía a cantaros, no había nadie y le pregunté si le podía sacar una foto. Le expliqué lo que estaba haciendo, le pregunté quién era y me dijo que era una persona sin techo. Empecé a hablar con él y eso fue el inicio de todo. Después estuve dos años pateándome el barrio Gótico cada fin de semana, todos los sábados religiosamente, para hablar con gente sin techo.
¿Qué aprendiste de esa experiencia?
Nunca lo hice para que me publicara un medio de prensa, lo hice por interés personal. Empecé a publicar esas historias en Instagram y vi que cada vez más gente me seguía y se interesaba. Si había algún sábado que no publicaba la historia del día, me lo reclamaban. Empecé en 2019 y en diciembre de ese año hice una campaña de recolección de abrigo y comida para navidad. Se me ocurrió de un día al otro y en una semana recaudamos alrededor mil euros de gente que donó y que confiaba en que yo lo iba a dar. Me los reventé en supermercados mayoristas, compré de todo e hice 15 bolsas gigantes con mantas y comida. Después, imprimí las fotos de ellos, las plastifiqué, escribí el nombre de cada uno atrás y les agradecí por haber compartido su historia conmigo. Gente de pueblos, fuera de Barcelona, vino a ayudarme a repartir las bolsas.
La gente me empezó a pedir el libro. Yo nunca lo había hecho. Hice 100 copias y se fueron volando. El Papa Francisco tenía un libro mío.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Cómo llegó el libro a las manos de Francisco?
Conocí a un periodista guatemalteco que es activista y tiene una ONG para detener el trabajo infantil. Un día me invitó al Foro Económico Mundial que es en Davos, Suiza. Me dijo que iba a conocer gente muy relevante y que lleve cuatro libros. Él estaba cenando en una reunión y yo andaba pululando, hasta que me manda un Whatsapp diciéndome que vaya porque estaba el monseñor Lucio, la mano derecha de Francisco. El periodista interrumpió la cena para presentarme y dijo que yo tenía un libro sobre las personas sin techo que a Francisco le iba a encantar, porque él hacía mucho por ellos en Italia. Entonces el monseñor me pidió que le lleve un ejemplar. Se lo firmé para él y me dijo: "yo esto no se lo puedo dar a Francisco, está firmado para mí". Entonces fui a buscar otro y así fue que mi libro llegó a las manos del Papa Francisco.
¿Alguna vez recibiste respuesta de su parte?
Me llegó un mail del Vaticano que decía que al Santo Padre le había encantado y que me agradecía.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Cómo llegás a la fotografía de guerra?
Soy una persona que se guía bastante por su voz interna. Soy fanática de la historia bélica, me vi 7000 documentales, me apasiona la Segunda Guerra Mundial. Estaba viviendo en Barcelona y las tropas rusas se estaban acercando a la frontera ucraniana. Yo estaba todo el día con noticieros de fondo, me despertaba y ponía BBC, CNN, todo. Estaba obsesionada. Me acuerdo que dije: "si empieza la guerra, yo me voy. No sé cómo, pero tengo que ir".
La guerra masiva estalla el 24 de febrero de 2022 y los primeros días comencé a cubrir las manifestaciones en Barcelona de la comunidad ucraniana, que es muy grande. Pegué tremenda onda con los ucranianos, me sentía una más. Los ucranianos se habían cansado de la prensa; la prensa escrita es una cosa y la televisión otra muy diferente. Estaban los cámaras de medios intentando filmar la lágrima que caía y ellos decían: “mi familia se está muriendo y vos venís a sacarme las lagrimas”. Entonces habían decretado no hablar con prensa. Yo me metí y hacia fotos, hablaba con la gente, les preguntaba desde un interés genuino. Así fui teniendo contacto con ellos, me pasaban el teléfono, y después algunos periodistas me contactaban para ver si les podía conceder una entrevista. A partir de eso, definí que tenía que entrar. Primero tenía que ir cerca a ver qué onda. A la semana me fui a la frontera del lado de Polonia.
¿De manera autogestionada?
Sí, a pulmón. Primero me fui a la frontera polaca con un grupo de colegas y fotógrafos. Fui con una periodista uruguaya que se llama Romina Rinaldi. Estuvimos alrededor de cinco días cubriendo la oleada de refugiados ucranianos. En ese momento, la información era muy volátil, una cosa es estar del lado polaco y otra del ucraniano. Te pensabas que estabas en la frontera y te caía una bomba. Estuve conociendo sus historias, viendo cómo se iban a diferentes países de Europa. Hice todo para conseguir una carta de un medio porque era lo que te pedían las Fuerzas Armadas de Ucrania para acreditarte. Lo conseguimos y entramos a Lviv, una ciudad fronteriza del lado ucraniano, para las pascuas ortodoxas con Romi y Dani, otra fotógrafa uruguaya. Después entré cinco veces más.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Con qué te encontraste cuando llegaste?
Fue raro. Yo iba con el pensamiento de que iba a encontrar guerra, destrucción, tanques. No fue lo que encontré, alegremente, porque Lviv sigue siendo una ciudad en la que la gente puede hacer una vida relativamente “normal”. Pero no era lo que iba a buscar. Yo quería ver realmente la crudeza de la guerra.
Llegaste sin mucha preparación previa, ¿nunca temiste que eso te jugara en contra?
Esa vez que entré a Lviv estuve un fin de semana largo porque era lo que podía estar por trabajo. La segunda vez fui directo al frente, sin siquiera tener torniquetes. No lo recomiendo, no lo hagan en casa. Pero es la manera que tenés de aprender. Es muy importante saber a dónde vas, porque todo el mundo quiere ser corresponsal de guerra porque es cool. Está demás si amás eso, ¿pero cómo saber si lo amas? Hay gente que cree que le gusta, pero cuando llega ahí y ve los tiros y las bombas se da cuenta de que se equivocó.
¿Cuál fue la primera vez que te sentiste verdaderamente en peligro?
En Ucrania, no en la segunda entrada. Fue en febrero de 2023, en Jersón. Las únicas dos veces que sentí un miedo muy difícil de explicar, que se te mete en los huesos y decís “capaz llegué demasiado lejos”, fueron ahí. Es una ciudad que está en el frente, que estuvo ocho meses ocupada por Rusia, que fue liberada y ahora está parcialmente ocupada. Es un Óblast y lo divide un río llamado Dniéper, de un lado están los rusos y del otro los ucranianos. Bombardean con artillería por la cercanía que hay.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Qué sentiste al trabajar en ese lugar?
Me sentí realizada porque estaba haciendo lo que me apasiona. Creo que es una carrera muy acelerada en el sentido de confirmar que te gusta. Una vez que pisas ahí, te das cuenta al instante si eso es para vos o no.
¿Qué elegís retratar?
Si trabajás para una agencia estás haciendo breaking news, entonces vas más empotrado con batallones. Yo lo hice al principio, ahora no se puede tanto porque están complicados los permisos. Hay muchas cosas para hacer y el reporterismo de guerra es diferente. Podés ser documentalista de conflictos, que son proyectos más a largo plazo y requieren más tiempo y conocer más a la gente. Podés hacer los dos en simultáneo, también. Yo tengo un proyecto sobre soldados. En 2022 conocí a la Legión 80, me los presentó mi interprete. Lo mas curioso es que la gran mayoría de ellos, antes de la guerra, se dedicaban a tareas de campo y eran civiles como yo. Por alguna razón, me sentí identificada. Si la guerra llega a mi país, capaz que tengo que dejar lo que estoy haciendo para empuñar armas y defenderlo. Cada vez que he podido, los he ido a ver y me he quedado en la base a vivir con ellos un par de días para meterme en las entrañas del batallón.
La primera vez que los conocí fue con la idea de breaking news, pero después empecé a conocerlos y quise documentar sus vidas más allá de los uniformes. Al hablar de soldados se me viene a la mente un bloque verde militar, algo que no tiene sentimientos. Pero son seres humanos que tienen miedo, sueños, que están tristes, contentos, como cualquier otro. Eso es un soldado también. Para mí eso era lindo de documentar, que las personas que están lejos de eso puedan conocer más. Sobre todo ahora, que vivimos en un siglo en el que estamos más rodeados de guerra que nunca y que te puede tocar en cualquier momento. Nadie está libre.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Qué costo tiene involucrarse con las historias? ¿Cómo manejás la parte emocional?
Es duro. Siempre estuvo este tabú de que el periodista tiene que ser imparcial o que no puede mostrar sus sentimientos. Eso es una gran mentira. El periodismo es lo menos imparcial que hay en esta vida, está hecho por seres humanos, y si no sos freelance, respondés a líneas editoriales que responden a gobiernos. Por ejemplo, cuando empezó la escalada en Gaza podías ver la noticia en BBC, en CNN o en Al Jazeera y parecían conflictos distintos.
Yo no soy neutral, creo que lo que me hace diferente a mis compañeros es que cada uno tiene su propia mirada y eso te hace único como fotógrafo, no van a haber dos iguales. Creo que lo que también me hace diferente es que me involucro. Es difícil y cuando llego a mi casa lloro un montón, voy a terapia y lo digo porque está bien normalizarlo. Hay gente que está empezando, como yo empecé hace no tanto, y no sabe de esto. Me encontré con los señores del periodismo, generalmente hombres, que critican que no se puede mostrar, que está mal y que no sos profesional si llorás y decís que lloraste. Me hubiese encanado encontrarme con alguien que me diga: "está bueno que llores, eso quiere decir que sos humano y que vas a hacer un trabajo que le llegue a los demás".
¿Cómo es meterse a la guerra siendo mujer?
Es complicado ser mujer, punto final. En el mundo del periodismo es complejo porque es bastante machista y mucho más el reporterismo de guerra. Pero si sos inteligente, lo usas a tu favor. Hay que saber ser viva. Lo hablaba con un colega muy conocido español: le conté que tenía al comandante de la Legión 80 en la habitación, que se acostó en al cama, me mostró en el celular fotos de su mejor amigo al que habían asesinado y se puso a llorar. Y me dijo: “a mí eso en la puta vida me hubiese pasado porque soy hombre”. No se van a mostrar vulnerables. Tiene sus cosas de mierda, como que primero miran si estás buena y te intentan levantar antes de ver si sos profesional o no. Si lo usás a tu favor, podés sacar muchas más cosas que los demás.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿En qué otros lugares estuviste?
En Etiopia estuve tres veces cubriendo la postguerra de Tigray, que es considerada la guerra más sangrienta de este siglo. Estuve en el Líbano el año pasado durante tres meses cubriendo la guerra para ACNUR, que es el alto comisionado para las Naciones Unidas de los refugiados. Estuve en Siria cubriendo la caída de Bashar al-Asad. Estuve dos veces embarcada en el Mediterráneo central en barcos humanitarios que rescatan personas migrantes de África, y estuve en las Islas Canarias el año pasado documentando la llegada de botes de migrantes.
¿Te gustaría ir a Gaza?
Me encantaría, pero no dejan entrar. Israel no quiere testigos.
¿Cuáles son tus máximas en términos técnicos?
No podés ir muy cargado. Tenés la carga del equipo antibalas. Solo el chaleco pesará aproximadamente siete kilos, el casco que pesa un kilo o más, el botiquín con el torniquete. Si es invierno, la ropa. Pareces un muñeco Michelin. Si vas con 700 cámaras no es práctico. Yo voy con un cuerpo solo y mucha gente me dice que soy suicida porque me pasa algo con la cámara y cagué. Micrófonos llevo dos, micro de cañón y de los Lavalier que se prenden en la ropa. Foco no llevo. Como hago televisión, que hago bastante para TN, me llevo el aro de luz de influencer porque soy mi propio cámara. En el medio del Líbano, en el barrio de Hezbolá, con un edificio bombardeado atrás, saqué mi aro de luz y pasaban motos atrás preguntándome qué hacía ahí. Soy fan del lente 24-70 mm, es versátil, todo terreno, tengo un sigma 24-70 que no lo cambio por nada en el mundo y una Sony a7 IV que es enana.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Querés seguir haciendo esto?
Sí, hasta el día que me muera. O que me maten.
¿Cómo se lo toman tu familia y amigos?
Mi familia me apoya, nunca nadie se opuso. Sorprendentemente, cuando le dije a mi madre que me iba a ucrania me dijo: “todas las profesiones tienen su riesgo, hay algunas con riesgo más elevado, pero nada te asegura que vivas tantos años. Al final, si es tu pasión, el propósito de tu vida, hacelo, rompete el culo para hacer la mejor, pero hacelo”.
¿Con qué medios has trabajado?
Trabajo mucho con la Deutsche Welle, France 24, The Guardian, CNN, BBC. En España he publicado en El País y en La Vanguardia, el periódico de Catalunya. Algunos llegan a mí, cuando fue el terremoto en Marruecos la CNN me llamó porque sabía que estaba ahí. Había conocido a la directora de fotografía, me había hecho una review de portafolio en un festival de fotografía que había en Francia. Pero la mayoría de veces te ofrecés.
Foto: Ximena Borrazás (@xborrazas)
¿Hay alguna historia en especial que te haya marcado?
Sí, las de las mujeres violadas de Tigray. Una niña que tiene una cicatriz enorme en el estómago. La guerra fue desde 2020 a 2022, pero al día de hoy sigue el 40% del territorio ocupado. La guerra terminó, pero no del todo. Ella estaba caminando con su madre por un pueblo en la frontera y cuatro soldados las interceptaron, diciendo que tenían un hombre en el TDF (Tigray Defense Forces), que es el brazo político de TPLF (Frente de Liberación Popular de Tigray), el partido independentista de Tigray. La madre dijo que no, que no tenían ningún hombre ahí, entonces los hombres la empezaron a violar frente a su hija de diez años. La niña empezó a gritar y ellos la apuñalaron y le tiraron agua. Le hirieron el pecho y le dejaron una cicatriz gigante. Esa historia me marcó mucho porque fue de las primeras que conocí de violación como arma de guerra.
Otra que me marcó muchisimo fue la historia de Tseneat, el personaje principal del reportaje que publicamos en The Guardian. Es una mujer que había dado a luz a mellizos y a la semana llegaron los soldados a su casa. La violaron más de diez de ellos frente a los bebes y le insertaron una bolsa de plástico negra en la vagina que llegó al útero. Su canal vaginal estaba abierto porque había dado a luz, y dentro de la bolsa había una nota escrita a mano, un cortador de uñas y piedras. Ella cargó eso durante dos años con una infección brutal. Se salvó de milagro.
¿No perdés la sensibilidad al convivir con tanto horror a diario?
No la perdés. El día que no me sorprenda más, tengo que dejar de hacer esto.
Por Sofía Durand Fernández
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