Una banda de minitas. Una banda de moda. Estas son solo algunas de las afirmaciones que se hicieron en estos 20 años sobre Airbag, la banda argentina de los hermanos Sardelli, nacidos en Don Torcuato.
Ya sea por tener un público mayoritariamente femenino, por lo que pasa en “Colombiana” o por su vínculo popular con la Selección argentina y el fútbol en general, Airbag despierta juicios y polémicas, principalmente en los sectores más conservadores del rock rioplatense.
Ellos hacen lo que quieren. Y a muchos no les causa gracia.
Quien no conoce a la banda ni lo que ocurre en sus shows en vivo, no espera encontrarse con una mezcla de rock clásico, hard rock, blues, tango, música clásica, crítica social, canciones de amor y espectáculos nudistas. Pero sí, todo eso forma parte de un todo con sentido.
La noche del 27 de julio fue una oda al rock clásico, al tango y a José Gervasio Artigas. Y se tocaron todos los instrumentos. Con la fecha del sábado 26 agotada en su preventa, la segunda cargaba con unas exigencias altas y la expectativa natural de lograr el mismo show dos veces.
Pero no fue el mismo show. No conocen de setlists, en el más positivo de los sentidos. La improvisación es un factor clave en sus presentaciones, y suele ser lo más memorable de sus toques.
Percusión repetitiva y un humo que ahoga. Color rojo fulminante. El comienzo es el impacto de un airbag. En pantalla se lee El club de la pelea, nombre de su último álbum. Una obra que cuestiona al sistema y lo establecido de todas las maneras. Y en el humo que no cede, sale Guido corriendo. El menor de los hermanos Sardelli tomará al toro por las guampas durante la primera parte del show. Seguido por sus hermanos, ya están los tres en escena. Así comenzaba “El club de la pelea”, y su guiño al clásico cinematográfico del año 1999.
Que los jóvenes de antes soñaban con ser bomberos y policías, y que hoy quieren hacer plata. Que por eso no hay más rock. Esas son las afirmaciones que se pueden encontrar en sus entrevistas, unas que aprovechan para dar su visión sobre la música actual, la dictadura de los algoritmos y la creación en función de métricas y visualizaciones. Ellos juran hacer lo que hacen por pasión, una que hace que miles de espectadores se arrastren para verlos.
Suena “Jinetes cromados”, y eso es sinónimo de pogo. Los espectadores en el campo de pie son una masa homogénea que se mueve de arriba a abajo. ¿En la escenografía? Fuego, motos, cráneos.
Cortesía de producción
Al hit de 2021 le seguía uno de sus temas más recientes. Sin cortar la energía arrolladora que caracteriza a Guido, sonaron “Anarquía en Buenos Aires” y “Corazón lunático”, dos canciones del nuevo álbum. El rubio vestía su conjunto de confianza: remera blanca básica, bikers negros, melena al viento y un pequeño crucifijo de madera. Que no engañen las apariencias, porque la simbología religiosa tiene una extraña pero fuerte presencia en El club de la pelea (2025).
Después de tres temas al hilo encabezados por Guido, era el momento de la estrella, Pato Sardelli. Que si bien ya se había lucido con sus solos de guitarra, ahora llegaba para cantar. Sonó “Noches de insomnio”, como la que se iba a experimentar después del show. Su destreza con la guitarra y el despliegue histriónico que ofrece el hermano del medio resulta incuestionable. Tocar la guitarra con los dientes. Hacerla delirar. Una vez más: hacen lo que quieren.
Luego se intercalaron. Volvió Guido con “Vivamos el momento” y otra nueva, “No confíes en tu suerte”, con Pato. En la escenografía, los colores azul, rojo, y fuego, mucho fuego.
Así, Patricio se dirigía al público para anunciar la siguiente canción, también del nuevo disco: “Esta canción me pone de muy buen humor”, dijo entre risas, mientras sacaba la armónica para introducir “Extrañas intenciones”, de sus hits más recientes.
Cortesía de producción
En seguida volvió Guido para regalar “Por eso nadie recordará tu nombre”. Más guiñadas al cine. Pie de micro, y muchos agudos. La carga que lleva consigo esta canción es una declaración de intenciones artísticas.
Durante las tres horas de concierto, los Sardelli no se quedaron quietos. Gastón, el más reservado, supo acompañar a su manera. Pero Pato corrió de un lado a otro y Guido saltó de arriba abajo. Hay cosas que son de piel, que no se pueden demostrar. Sin embargo, Airbag lo sigue demostrando 20 años después.
De manera repentina, el show bajaba sus revoluciones para provocar impulsos diferentes. Se volvía más íntimo, y susurraba. De repente y sin avisar llegaba “Nunca lo olvides”, himno al amor por excelencia. Ser el soldado de alguien más, pero uno ya rendido.
Esto fue apenas un amague, porque el pogo se iba a llevar el protagonismo una vez más.
Las caras de Pato y Guido ya no se veían. En su lugar, máscaras de cráneos. Los siguientes tres minutos iban a ser para calentar motores. Luces rojas y humo. Primeros planos. El espectador es invitado a través de un dedo que lo señala, y guitarras que chillan. Como siempre. Lo más agudo que se puede. Movimientos de lengua, una que asomaba atrevida por la máscara. El demonio tocaba la puerta de la noche. Los Sardelli pedían más movimiento para lo que se venía: “Huracán”. El campo de pie enloqueció, y los protagonistas también.
Cortesía de producción
Pero quien vence al diablo es Dios. Uno muy presente en las últimas entregas de la banda. Sonó “Irme lejos” con una luz azul tenue. Al pie de micro, Guido le cantó a la Virgen María. La canción de un hombre derrotado que pide ayuda y consuelo.
A la hora de ofrecer furia y masculinidad, los Sardelli son los primeros, pero su éxito está, por el contrario, en que no titubean en mostrarse vulnerables. Un hombre rústico y corpulento que no tiene miedo a arrodillarse ante la divinidad en la que cree.
Airbag tampoco se entiende sin la complicidad de la sangre. Tres hermanos de casa humilde, fanáticos del rock, criados en Don Torcuato. Se miran, se sonríen, se comunican a través de solos en guitarra, se aman. Y se nota. Lejos de una competencia interminable, no se pisan entre sí. Canta Pato o canta Guido, compone Pato o compone Guido. Porque no importa quién lo haga ni quién canta más canciones. Y por eso están donde están.
Cortesía de producción
Llegó otro momento de emotividad de la mano de “Cae el sol”. Tras un “apagame todo” de Patricio, el Antel Arena apaga todas sus luces. El cantante agradecía a quienes se encontraban lejos, en las tribunas.
Como es lógico, la segunda fecha tuvo gusto a despedida. Patricio, todavía más entregado que en la noche del sábado, no paró de dirigirse al público y generar un ida y vuelta de gran dinámica. Y no se cansó de agradecer. El “gracias, Uruguay” se escuchó de manera incesante. Celulares prendidos, noche estrellada y "el ritual se terminó”.
Pero no hubo tiempo para distraerse; el ritmo volvió a subir de manera inmediata. Era el turno de “Motor enfermo” de la mano de Frankie, un personaje conocido para sus fans. Así, Patricio pedía euforia para un inflable gigantesco de Frankenstein, mascota que llevan a varias de sus presentaciones. Una vez más se cayó el techo. “Directo al infierno, el calor de un motor enfermo”. Todo eso estaba en el aire. Una atmósfera pesada.
La crítica social volvió a aparecer, con Guido, obviamente. Porque llegaba “El hombre puerco”. Una lanza de violencia a la codicia y el modelo de hombre exitoso y competidor al que aspira el sistema de los últimos años. Habano en mano y parodia, Guido se burlaba: “El hombre puerco será un gran, gran presidente”, “de tu hambre se alimenta”, “subite, nene, tengo todo para vos: plata, fama, putas y rock n´roll”.
Cortesía de producción
Pidieron manos al aire para “Verte de cerca” de Patricio. Luego, sonaron “Cuchillos guantanamera”, y Guido —de nuevo—, con “Apocalipsis confort”. Porque el verdadero apocalipsis no es la destrucción, sino el peligro de la quietud. La pérdida de las riendas.
Volvió la intimidad. Patricio entró en calor y se sacó la ropa, quedando de torso al descubierto. Porque la provocación de lo sensual también le encanta. “Tengo sed”, comentaba. Así, un vaso de lo que parecía ser whisky se acomodaba en sus manos. Y los hermanos brindaron por todos: “Salud, Uruguay; salud, Montevideo; salud, Argentina”. Después, sonó “Cicatrices”, pero en seguida, “Bajos instintos” con Guido. Otra vez el sexo presente.
“Por mil noches” fue la llegada de lo inevitable. Esa canción que, según Pato, cantan para esos momentos en los que das todo, y aun así no alcanza. Una canción que se ha relacionado con derrotas futbolísticas y el hambre de cada día más. Una canción que en los shows suele alargarse varios minutos, y en la que los tres hermanos miran a la cámara en medio de las miles de luces de celulares que acompañan. La canción se convirtió en un himno, y gracias a él, la noche del 27 de julio va a brillar mil años más. Pero, como dijo Pato en voz alta, “lo malo de esta canción es que se termina”.
Una vez más, no vale despistarse. En ese momento, la improvisación —aunque sea en apariencia— jugó un rol clave. Patricio de remera blanca al piano y cerveza Corona a un lado. Algunos solos, y versos de “Tu nombre”.
Cortesía de producción
“Me quiero quedar acá y tocar 300.000 canciones, pero tengo que elegir”. Salvo quienes estuvieron también en la noche del sábado, nadie esperaba lo que venía: “A Don José”, de Los Olimareños, también al piano. Esto desencadenó el grito repetido de “Uruguay, Uruguay” en el público.
Como ya se estaba tardando, llegó el momento del tango. Patricio no se apartó del piano, y versionó un trozo de “Volver”, de Gardel y Le Pera. Y así, como si nada, remera a la cabeza, a lo pirata. Torso desnudo una vez más, guitarra, y “Have You Ever Seen The Rain?”, de Creedence Clearwater Revival. Cover frecuente desde los conciertos de 2024 en Vélez. Pero sin dejar de tocar, la improvisación hizo lo suyo, como venían alertando. Rock clásico en trozos: la intro de “Bad To The Bone”, The Destroyers. Y como en Don Torcuato, los tres hermanos en ronda, enfrentados. A diferencia de la primera fecha, Guido a la batería, como en sus primeros años. Solos, competencias, y los dientes de Pato en la guitarra.
La percusión que anticipa el delirio. En el mundo de Airbag, los golpes sordos y repetidos en la batería anuncian la exhibición femenina. Pero todavía faltaba escuchar “Go Daddy O”, de Big Bad Voodoo Daddy. Y entre caras de rabia, también asomaba la inocencia. Porque Guido tiene la capacidad de reventar la batería a golpes, para después acomodarse el pelo y sonreír. Con su sonrisa, apareció la Quinta Sinfonía de Beethoven. “Seven Nation Army” de The Whites Stripes, todo esto en trozos. Después, todo se aflojó con el retorno a los inicios: “La partida de la gitana”.
Las intervenciones de Patricio al público nunca cesaron. Algo que los caracteriza es que sus fanáticos se entregan a su merced. Afirma que quiere que una de sus pelotas inflables llegue a las tribunas porque nunca lo logró, y el público uruguayo se lo concede.
Así, “Colombiana” y su exhibicionismo. Se puede decir que los Sardelli tocan la guitarra hasta que la gente se saque la ropa. Y siempre lo consiguen. Al ritmo del tambor, mujeres a los hombros. Remeras y soutienes en mano revoleándose en el aire. Tetas en pantalla. Muchísimas. Luego, trozos de “Primavera 2001” y de “La moda del montón”.
El éxtasis no cedía. “Como un diamante”, de Guido. Y cuando parecía que terminaba, el Sardelli menor advirtió: “Todavía queda un nene”: sonó “Kalashnikov”. Y para despedirse Patricio volvió a los comienzos, con “Solo aquí”. Con gusto amargo se anunció el final, porque comenzó a sonar “Por una cabeza” de Carlos Gardel. Bandera de Uruguay, y agradecimientos infinitos.
Si en la noche del 26 la cosa estuvo más repartida, el día 27 Patricio encarnó el protagonismo, como hizo durante toda su carrera. El rol de Guido fue más dinámico que en la noche anterior, animándose a ocupar la batería una vez más. Las canciones de Guido dan guerra, euforia, provocación incesante y retazos de hard rock. Con sus pantalones militares que no siempre sube a las tablas, es una topadora que arrasa con lo que tenga en frente. Patricio por su parte, encarna la sensibilidad de lo romántico. El lado más sensorial del mundo masculino. Y con sus canciones —que son las más conocidas—, congrega a un público de todas las edades y clases sociales.
Si el hecho de contar con un público mayoritariamente femenino los convierte automáticamente en boyband como el fruto de una ecuación matemática, lo más probable es que lo sean. Pero la música no entiende de conclusiones, de números ni de realidades materiales. Hay momentos que no se explican. Y la noche de ayer sirvió talento, pasión y momentos, por lo menos, vibrantes.