Por Sofía Durand Fernández
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¿Cuántos minutos bastan para que tu vida cambie por completo? En La Mujer de la fila (2025), Natalia Oreiro es Andrea Casamento, una mujer que se hace cargo de tres hijos y una casa tras la muerte de su esposo. Al principio, lo único fuera de lo común es que se queda dormida para llevar a los más pequeños a la escuela y entonces Gustavo, el mayor, se hace cargo.
Unos minutos después, todo se derrumba.
El resto de la película sigue a Andrea en juzgados, hablando con abogados, "gente pesada" y vecinos intentando entender qué pasó y por qué su hijo está preso. Conocerá la cárcel y todos los vericuetos que esta incluye: trancas, trancas y más trancas. La atravesarán la impotencia, la rabia, la angustia, la vergüenza. El conflicto principal no es lo que le sucede a Gustavo tras las rejas, sino cómo Andrea —y tantas otras mujeres como ella— deben enfrentar ese sistema.
Andrea Casamento existe en la vida real. El 4 de abril de 2004, su hijo de 18 años fue detenido por ser acusado de robo en el barrio de Palermo. A raíz de esto, conoció a las mujeres de la fila: las madres y familiares de personas privadas de libertad y que esperan para entrar a visitarlos en la cárcel. En 2008, junto a tres otras mujeres, fundaron la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD), con el fin de acompañar y aconsejar a aquellos que tienen familiares detenidos.
La mujer de la fila esta basada en lo que le ocurrió a ella, pero también en la realidad de tantas otras mujeres.
Benjamín Ávila conoció la historia de Casamento a través de la charla TED que dio en 2017. Según él, lo emocionó tanto que decidió "meterse". "Teníamos esa información de primera mano porque nuestro interés era el respeto hacia lo verdadero y no lo espectacular", explica Natalia Oreiro en entrevista con LatidoBEAT.
Más allá de Natalia Oreiro y de Amparo Noguera —que interpreta a “La Veintidós”, la madre de un convicto—, el resto de los personajes femeninos que aparecen en la fila están encarnados por mujeres reales. Mujeres que han pasado por ese mismo lugar, que conocen la espera, los trámites y la mirada social que pesa sobre ellas.
Fotos: Javier Noceti
Benjamín, ¿cómo llegás a conocer la historia de Andrea Casamento y en qué momento decidís llevarla a la pantalla?
Benjamín Ávila (B.A.): Una amiga me mandó la charla TED que hizo Andrea contando su historia. Yo me meto en historias que me interpelan personalmente y me emocionó tanto, me produjo tantas cosas, que dije: “metámonos ahí”. Los productores la conocían y fue encontrarse a un ser con una resiliencia descomunal. Tiene una manera de ver su propia vida con una energía y una fuerza, que a mí me llevó a otros lugares y a otros tipos de mujeres que he conocido en mi vida. Por mi historia personal —soy hijo de desparecidos—, soy muy cercano a las Abuelas de Plaza de Mayo y cuando conocí a Andrea encontré una energía muy vital parecida a la de ellas. Pasar del dolor a encontrar el amor en ese caminar y en esa estructura de vida que tenían.
¿Qué tanto colaboró con el desarrollo del guion?
B.A.: A la hora de plantear cambios en la historia, Andrea tuvo generosidad, me dijo: “Benja, hacé lo que quieras, lo único que importa es poder visibilizar lo que nos pasa a nosotras”. Tuvo la claridad de entender que una película no es la realidad, sino que es abrir una puerta a una realidad. Yo iba cambiando cosas junto a Marcelo Mueller, un amigo brasilero con el que escribí el guion, y la llamaba para contarle. Íbamos y veníamos hasta que llegamos a una primera versión de guion que estaba muy bien.
¿En qué momento surge la idea de que Natalia sea la protagonista?
B.A.: Cuando pensaron en la posibilidad de que sea Natalia, yo me la imaginé a ella y me volví loco. La llamé y le dije: “che, tengo una historia que es para vos”. A mí lo que me gusta de Nati es que te lleva mucho más lejos de lo que vos pensás, ella ve las cosas así. Hay algo que yo aprendí estando cerca de ella, me sume a esa mirada para ver hasta dónde podíamos llegar.
Fotos: Javier Noceti
Natalia, ¿cómo te preparaste para este rol?
Natalia Oreiro (N.O.): A diferencia de otros personajes que existieron y que demandaban de mí un trabajo de comprensión de los que les pasaba en lo íntimo más de lo que se veía externamente, acá lo maravilloso fue escuchar. Yo interpreté personajes que no eran contemporáneos, entonces no tenía esa posibilidad de escucha de primera mano, de que tengan la generosidad de brindarme su intimidad y también de mirar. Para nosotros la observación es todo. Hay algo transformador en esta película en relación con las mujeres de la fila y es que se sienten vistas. Cuando uno pone luz en un lugar y el otro se siente visto, se transforma, transforma un hecho personal en uno colectivo, la sombra se modifica. Siempre está la mirada con el que uno mira las cosas y en este lugar era una mirada de mucho respeto y admiración.
En primer lugar, a Andrea, una mujer que vivió una tragedia y que, teniendo la posibilidad de olvidarla como una hace con los hechos traumáticos, ella la resignificó y le dio un sentido a su vida. Encontró en lo que le sucedió el motivo por el que continuar y el por qué está en el mundo. Ella cuenta que antes su preocupación mayor era qué ponerse para ir a tomar el té con las amigas y, a partir de ese momento, su preocupación pasó a ser sacar a todas esas mujeres de una situación de circulo vicioso en el que no encuentran respuestas y la burocracia es tal que se quedan en el intento, se les va la vida en ser escuchadas, que no sean maltratadas. Fundaron la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD).
¿Qué aprendiste de los testimonios de primera mano de las mujeres de la fila?
N.O.: Por más empático que seas y trabajo social que hagas, hasta que no estás cerca de una persona que está atravesada por la cárcel, todo lo que te cuentan es de oído. Mirá que yo ya había ido dos veces a la cárcel de mujeres a presentar dos películas, pero no es lo mismo que te lo cuenten de primera mano cuando las acompañás. Hay mujeres que perdieron a sus hijos ahí dentro, que ese es el miedo más fuerte que tiene una madre cuando está en esa situación: que te lo maten. En un punto es también dejarte llevar por la emoción, porque no hay mucho que actuar. Cuando me preguntan si me costó este personaje: no, no me costó, hay personajes que me han costado mucho más porque requerían una composición específica, una forma de hablar, moverse o pensar.
Acá, en realidad, era estar permeable a una emoción real y genuina. Eran momentos de mucho cuidado, con un equipo muy unido. Sabíamos que, además de estar haciendo un hecho cinematográfico, estábamos contando algo socialmente importante. Pero no recuerdo momentos de charla entre nosotros que consistieran en no estar pudiendo lograrlo, que me pasa en muchos momentos. Lograr llegar a los estados bajo cualquier circunstancia, sea favorable o adversa, es parte de mi trabajo.
Fotos: Javier Noceti
Hay una escena en la que se reúnen todas y cuentan cómo es su experiencia. Se siente más parte de un documental que de una ficción. ¿Cómo vivieron este momento desde sus roles?
N.O.: Para mí toda la película fue así: es una verdad difícil de actuar. Obviamente "La Veintidós" es una actriz maravillosa que se llama Amparo Noguera, es chilena, pero las demás son todas mujeres de fila de verdad y estuvimos todo el día con ellas. Hay algo que está pasando que no se puede actuar, es real. Nos apoyamos en ellas y teníamos esa información de primera mano porque nuestro interés era el respeto hacia lo verdadero y no lo espectacular. Nosotros no queríamos contar una película de cárcel, nuestra mirada estaba puesta en los familiares que están afuera, que también están presos. No es lo que pasa dentro de la cárcel, sino cómo repercute en quienes van a visitarlos.
B.A.: Había algo en el ambiente del equipo. Desde la preproducción yo ya venía trabajando en lo verdadero, en estar presente. En el país estábamos viviendo un momento muy difícil políticamente, no sabíamos si íbamos a poder hacer otras películas. Entonces yo planteé que aprovechemos esto porque quizá sería nuestra última película. Había algo de esa hermandad, de sentir que estábamos honrando nuestra profesión haciendo esta película. Esta escena se filmó la primera semana. Estaba escrito el guion, pero propuse que experimentemos. Para mí había la oportunidad de hacer algo que había visto en otras ficciones y era cruzar ese límite en el que no sabés donde termina la ficción y dónde empieza la realidad.
Yo hice cámara, pero ese día no, así las chicas me miraban a mí. Yo les preguntaba, les hablaba y veíamos qué pasaba. Empezaron a hablar, otra se sumo, y así. Les pedía que me repitan algunas cosas, pero eran cosas que ya me habían contado. Se empezó a armar en ese momento una cuestión de emoción muy fuerte. Ellas, nosotros, los cámaras, los sonidistas, todos empezamos a llorar. Todos lloraban. Lo que pasó ahí fue que esa verdad los inundó. De ahí en más, la película cargó con esa energía que se disparó y la locación cárcel vino después de eso. Ahí entramos en una dimensión real y se terminó de amalgamar esa sensación. Creo que la película se permeó de todo eso, hay algo de documental en términos emocionales.
Por Sofía Durand Fernández
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