La observación, o la falta de ella. El concepto de una afección ocular como metáfora de una filosofía. Una forma de mirar. En Ojo vago (2025), Martín Arocena ubica al discurso como el centro de su obra. Lo moldea y lo traslada por diversas situaciones, y distrae a su lector. Uno que se ve constantemente interpelado. Y a partir de sus descubrimientos, plantea nuevas preguntas. Es, entonces, filosofía.
Su autor, además de escribir, es docente. Ganador del Primer Premio en el Concurso Literario Municipal en 2010 y el Tercer Premio Nacional de Literatura MEC en 2013, entre otros reconocimientos, algunos de sus cuentos integraron la antología El descontento y la promesa (2008), coordinada por Hugo Achugar. Y Ojo vago, obra que nos convoca, recibió el Segundo Premio Nacional de Literatura MEC en 2020.
Martín Arocena asegura que en un cuento espera encontrar ritmo, y una forma personal de contar que valga más que su argumento. Porque en sus palabras, no le agrada lo sustentado en lo argumental. Y en las del autor y crítico literario Roberto Appratto, Arocena "es, sin duda, uno de los mejores escritores uruguayos de su tiempo".
¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
Hay muchos, y son tan diversos que sería difícil elegir. ¡Qué sé yo! ¿En qué se parecen Diarios de Franz Kafka (1948), El guardián entre el centeno (1951) y Los detectives salvajes (1998)? ¿Y Molloy (1951), El Aleph (1945) y De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981)? La lista podría seguir, obviamente. Los libros que me afectaron son los que están escritos por los más grandes pero, por supuesto, estoy a años luz de poder generar un efecto semejante.
Top 3 de libros que más regalaste/recomendaste.
En su momento regalé mucho El último encuentro (1942) de Sándor Márai y La pesquisa (2000) de Saer, porque, además de ser dos librazos, se conseguían muy baratos por todas partes. Ahora el primero sigue estando en cuenta, pero el amigo Saer ha visto, desde donde nos esté mirando, cómo los precios de su libros se han disparado de forma estrepitosa. También regalé mucho Portátil (2017) —ese compilado de la obra de Foster Wallace—, porque un día vi que en un supermercado había como siete metidos en un tacho junto a un montón de basura por $150 cada uno. Me pareció digno rescatarlos del infierno en el que habían caído por el dictamen arbitrario de vaya a saber qué dios iletrado. Los compré a todos —ante el desconcierto de la cajera— y anduve repartiéndolos como un buen samaritano.
¿Qué sueño recordás más?
Me mataste.
Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?
No me gustan los libros coescritos. La creación literaria es individual y se sustenta en la fuerza y el estilo del individuo. Esos son artificios hijos de la vanguardia que nunca funcionaron.
Foto: Javier Noceti
¿Qué cosas nunca pueden estar separadas?
Es de Perogrullo, pero obviamente que la escritura de la lectura.
Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo supiera, ¿cuál sería?
¿Tenés un carné de investigador para prestarme?
Contanos qué estás leyendo ahora.
Desayuno en Tiffany’s (1958), Leopardi (2010), de Pietro Citati, ¿Quién se hará cargo del hospital de ranas? (2019), de Lorrie Moore, y estos días estuve releyendo también Las bellas extranjeras (2013), de Cartarescu.
¿En qué te gustaría reencarnar?
No estoy seguro de que me gustase.
El primer verso que te viene a la mente.
"Yo nací un día que Dios estuvo enfermo".
¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?
Que recuerde haber prestado y perdido… El perfume (1985) de Süskind, Kafka en la orilla (2002) de Murakami, La invención de la soledad (1982) de Auster, y Esta historia (2005) de Baricco. En este momento tengo prestados Irrupciones (2001) de Levrero y El talento de Mr. Ripley (1955) —si bien mi edición lleva el nombre de la película de Alain Delon, A pleno sol (1960)—, pero esos espero que me los devuelvan. Los que me robé, no pienso decírtelos. Tampoco hay que avivar a la gilada.
Como lector, ¿qué te gusta encontrar en un cuento?
Buena literatura, como siempre. Se trate de un cuento o lo que sea. Ritmo, lenguaje, una forma personal de decir las cosas. Claro que muchísimos cuentos —probablemente por su brevedad— suelen sustentarse en el argumento, sobre todo lo que se escribe de un tiempo a esta parte —porque estamos en una época devota de lo argumental— y a mí no me gusta lo que se sustenta en el argumento.
Foto: Javier Noceti
Nacido para...
No sé. Disfruto mi trabajo —soy profesor—, pero no de trabajar en exceso. Me gusta el ocio; me permite leer, escribir, dormir la siesta, quedarme hasta tarde haciendo mis pequeñas cosas intrascendentes; todo lo que construye a un ser humano. Confío en las personas que disfrutan del ocio, sospecho de las que no saben cómo sobrellevarlo.
Imaginá que tenés la oportunidad de escribir una secuela para cualquier libro clásico. ¿Cuál libro elegirías continuar y qué dirección tomaría la historia en tu secuela?
No cometería ese atropello, mucho menos si el libro me gusta.
¿Qué escribirías en un muro? ¿Y en la pared de un baño?
Nada. Nunca en mi vida escribí un grafiti.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
Madame Bovary (1856).
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Es difícil decirlo, porque lo escribí junto a otras cosas. Además, fue escrito hace mucho. Obtuvo un premio del MEC en 2020, así que sacá cuentas. Respecto a lo segundo, no hubo concepción de ninguna idea. Nunca hay concepción de ninguna idea. Me siento y escribo una frase, y después otra, y después otra.
¿Por qué elegiste ese epígrafe?
Me parecía que iba en consonancia con la forma de ser y ver el mundo del narrador.
¿En qué momento te sentiste más vivo?
Cuando Progreso salió campeón uruguayo, aunque tenía nueve años. Me acuerdo de todo como un sueño: la gente, mi padre, la cara de mi padre. Yo tirando esos cuetes que antes llamaban “peditos de vieja”. Me dieron un montón de plata y me mandaron a lo de Angelita —la almacenera— a comprar todo el stock disponible para, de ese modo, hacerle saber a los hinchas de los dos cuadros del sistema que les habíamos pasado el trapito, por decirlo de una forma decorosa.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Son tres relatos enardecidos de un tipo intolerante y paranoico, o de tres tipos distintos. Cada uno con sus particulares intolerancias y obsesiones, por momentos despreciables, por momentos graciosas (creo), que se encuentran en una situación de relativa inmovilidad, por diversas circunstancias.
Foto: Javier Noceti
¿Cuál fue la reacción más inesperada qué recibiste con este libro?
Al momento solo lo leyó una persona, Roberto Appratto, que escribió la contratapa. Por lo que me dijo y lo que escribe, pienso que le gustó. Además lo leyeron los miembros del jurado de los Premios a las Letras 2020, y a juzgar por los resultados, asumo que también les gustó. No pude hablar con ellos, estábamos en pandemia y no nos dieron ni el diploma.
Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?
Ni idea.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Como te decía, Madame Bovary puede ser un ejemplo. Pero en general, cualquier libro de los verdaderamente grandes. Kafka, Joyce, Faulkner, Bernhard, Perec, Borges, Saer, Carver, Bolaño, Cartarescu, Foster Wallace. La lista podría seguir otro poco, pero ahí ya tenemos un equipo de fútbol completo.
Escribir para ...
Nada.
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Fragmento de Ojo vago
Estoy en la sala de espera de la Clínica Bernasconi, un espacio ameno y cálido, rodeado de sillones con corte clásico y pinturas de estilo posvanguardista que rememoran, aunque de forma chabacana, la obra de Mark Rothko. Son las 17:45 de un martes y esta es la primera y, supongo, única consulta que haré al Dr. Bernasconi. Afuera el mundo colapsa. Sobre las ventanas que dan a la principal arteria de esta zona residencial donde la Clínica Bernasconi se inserta, la lluvia arrecia con una energía inusitada. Ahora mismo un hombre pasa corriendo con un pedazo de cartón en la cabeza. Tras él, los autos van y vienen furibundos bajo una cortina de agua que los torna imprecisos. Más allá, la plaza, monumental y vacía, con la figura del héroe, reviste al conjunto de cierta irrealidad. Trato de acomodarme lo mejor que puedo. Siento que la espera va a ser prolongada. No sé si esto se debe a la paciencia con que el resto interactúa o a cierta cosa en la atmósfera, un clima determinado que soy incapaz de precisar. Tampoco sé si el contraste con el exterior es la clave o si esta agradable sensación que me recorre responde a los diversos estímulos que despiden sobre nosotros. Sea por lo que sea, todo resulta exquisito: un equilibrio perfecto de bienestar. La temperatura ronda los veintidós grados, lo cual permite a las recepcionistas y a los jóvenes técnicos (sin duda estudiantes reclutados por Bernasconi para tener un ejército industrial de reserva que se encargue del trabajo sucio) vestir ropas frescas; un aroma a algún tipo de madera con apenas toques cítricos sobrevuela el ambiente, dándome la impresión de que huelo un libro recién salido de la imprenta; por debajo, o por encima, dependiendo de qué se entienda por qué, logro reconocer una suite de Bach, lo suficientemente suave para permitirme escuchar las voces de los presentes, lo suficientemente fuerte para que no pase desapercibida.
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