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Contenido creado por Sofia Durand
Historias
La noche del 10

Maradona como conductor, mito y autoentrevistado en su propio Rock and Roll Circus en vivo

A 20 años del final del show: el ídolo en un reality de extravagancia, carisma y rating que no tuvo premio. ¿Puede un dios ser revelación?

07.11.2025 17:43

Lectura: 8'

2025-11-07T17:43:00-03:00
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Por Sebastián Chittadini

Todas las estrellas del espectáculo argentino están reunidas en el salón del Hilton. Los focos apuntan a cada integrante de la farándula, con la certeza de que el gran protagonista está en una de las mesas del fondo. Comparte terna en la categoría revelación con la conductora Carla Conte y la actriz Griselda Siciliani, pero es vox populi que va a ser el ganador. De traje oscuro, acompañado por Claudia, Dalma y Gianinna, viajó desde Manchester —donde había jugado un partido benéfico invitado por Robbie Williams— exclusivamente para estar ahí.

Había estado muchas veces en la televisión, pero nunca de esa manera.

Las cámaras lo siguen desde que dijo que su sueño era jugar en el Mundial. Lo enfocan aplaudiendo los premios de otros, cantando de alegría cuando su programa gana por mejor producción integral y saludando como si manejara todo lo que pasa en la cancha. Horas después, ya estará volando otra vez rumbo a Europa, contratado por una cadena española para comentar el Mundial 2006.

Se anuncia la terna. La pantalla dividida en tres lo muestra sonriente, entero, masticando chicle y aplaudiendo. Suena uno de los nombres que nadie esperaba escuchar, pero mantiene la sonrisa y el aplauso. Por dentro, seguro piensa que a Aptra (Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentinas) se le escapó la tortuga, que el jurado le tomó la leche al gato. Griselda Siciliani, en su momento de gloria, sube al escenario a recibir su premio y se lo dedica. Lo admira, como tanta gente. Piensa y pensará que, si él está nominado a algo, nadie quiere que gane otra persona. Dirá siempre que ni ella quería ganar.

Esa misma noche, el recuerdo llevó a Diego Armando Maradona a otro escenario de luces encendidas, público de pie, productores corriendo y una orquesta de aplausos y cámaras. Había conocido tantas muertes como epifanías, regresando una y otra vez con el milagro como noticia. Siempre volvía, para probar que la fe en él era posible, y para demostrar que cada renacer renovaba el relato.

Joaquín Sabina, Diego Maradona y Charly García en

Joaquín Sabina, Diego Maradona y Charly García en "La noche del 10"

“La imagen solo vendrá en el tiempo de la resurrección”, escribió San Pablo. Y, para él, la resurrección llegó en los tiempos de la imagen. Para ser más exactos, en los del prime time. Meses antes, había vuelto a ser dueño de la pelota, convirtiendo un estudio en un estadio en el que era maestro de ceremonias de sí mismo. En esa escenografía de luces y redención, durante trece lunes, celebró su propia misa. Su carta a los fieles. Su propio circo.

El 11 de diciembre de 1968, en Londres, los Rolling Stones intentaron capturar el delirante espíritu de la época con una de las puestas en escena más ambiciosas de la historia del rock. El escenario estaba diseñado para parecerse al interior de la carpa de un circo, el de Sir Robert Fossett. Trapecistas, enanos, payasos, tragafuegos y acróbatas compartían pista con un tigre y un canguro boxeador. En el lineup, figuras musicales como The Who, Marianne Faithfull, John Lennon o Eric Clapton.

A las dos de la tarde, con la seguridad de un domador de la cultura pop, Mick Jagger —traje rojo, moño negro y sombrero de copa— prometía sonidos, imágenes y maravillas que iban a deleitar los ojos y oídos del público. The Rolling Stones Rock and Roll Circus no fue mostrado en ese momento y se creía perdido hasta que una versión restaurada finalmente se proyectó en 1996.

En Buenos Aires, 37 años después, la televisión argentina todavía creía en el poder de los grandes eventos. Lunes 15 de agosto de 2005, 22:00: La noche del 10.

De jean y camisa, saco y zapatos negros, el maestro de ceremonias se alista para su número. Irrumpirá cantando “La mano de Dios” de Rodrigo en primera persona después de que un coro conformado por Vicentico, Alejandro Lerner, Fabiana Cantilo, Bahiano, Los Nocheros, Airbag, Marcela Morelo y Luciano Pereyra abra la función.

“Bienvenidos a La noche del 10”, anuncia mientras el mundo entero lo ve limpio, saludable, televisivo. También capturará el espíritu de la época con un show total que incluye números musicales, entrevistas de primer nivel, juegos, anécdotas y mucha emotividad. A diferencia del experimento Stone, todo gira alrededor de un solo hombre. Y en vivo.

Los Stones habían hecho un circo de 15 horas, Diego hizo uno de 13 noches en el que la desmesura cobraba sentido. Como el Jagger que sonríe entre payasos y guitarras, tenía claro que no hay diferencia entre la verdad y la actuación cuando uno ya se convirtió en el espectáculo. Sabía que la televisión era casi como la pelota: había que dominarla, poner el cuerpo, hacerla obedecer.

¿Momentos? Mil. El primer programa, con la tregua y el cabecita inolvidable con Pelé; la delirante y a la vez lúcida autoentrevista en el programa número diez; el festejo de su cumpleaños 45 llegando en helicóptero a La Bombonera desde el estudio. Se estremeció con Chespirito, tiró al aro con Manu Ginóbili y se paseó por todo el estudio del brazo de Mirtha Legrand. Entrevistó a Fidel Castro en Cuba, invitó a Antonio Banderas —vía satélite desde Marbella— a comer un asado junto a su familia y fue levantado en andas por Mike Tyson en el Luna Park. Charló con Zidane, Sabina, Arjona, Darín, Kasparov, Gabriela Sabatini, Raffaella Carrá, Natalia Oreiro, Xuxa, Susana Giménez, Tevez, Riquelme, Francescoli. Jugó al fútbol tenis, le pateó un penal a su arquero en Italia 90 y coconductor Sergio Goycochea, le regaló dos relojes a Lionel Messi, bailó, leyó cartas, se emocionó, repartió abrazos y besos.

Si el Rock and Roll Circus había capturado el delirio de una era, cada programa de La noche del 10 era una película de autor en sí misma, un Gran Hermano unipersonal con rating de misa popular. Varias biblias y unos cuantos calefones. El exceso performático, sin embargo, no anulaba la lucidez. En medio de ese show de espejos, de ese espectáculo desbordado, Maradona todavía encontraba el modo de interrogarse a sí mismo.

Sobre el cierre de la recordada autoentrevista, el Diego conductor quiso conocer la mirada sobre la vejez del Diego entrevistado. “De viejo, no creo que me conozca demasiado la gente”, profetizó.

Agradeció a su Argentina mirando a cámara, con una sonrisa que iluminó todo el Luna Park. Era 7 de noviembre, casualmente como el día en el que se había casado con Claudia en ese mismo lugar, en 1989. Con las luces del último programa apagándose y el público aplaudiendo, la cámara se alejaba de él mientras seguía saludando. Como si el show pudiera durar para siempre. Detrás de escena, con la sonrisa todavía dibujada saludó uno por uno a los técnicos y al equipo de producción.

Un año después, el nombre Diego Armando Maradona apareció en una terna improbable: Martín Fierro, categoría revelación. El argentino más famoso y universal, postulado como si recién hubiera aparecido. Tal vez le causó gracia verse ahí, o tal vez no. Tal vez se ilusionó con averiguar cuánto pesaba el Martín Fierro, porque quien compite no puede evitar salir a ganar. Pero el premio no se fue a Segurola y Habana, tal vez como una confirmación de que, a lo largo de su vida, ya había sido todo lo que alguien podía ser.

Diego Maradona y Pelé en

Diego Maradona y Pelé en "La noche del 10"

Como el Rock and Roll Circus de los Rolling Stones, La noche del 10 fue un desfile irrepetible de máscaras, amigos y fantasmas. Un show inmortal, imperfecto, imposible de definir bajo ningún convencionalismo. Como si alguien tuviera que definir qué es lo maradoniano entre cámaras y luces de varieté. Nadie hablaba todavía de los “creadores de contenido”, pero él se anticipó. Pletórico, omnipresente y al borde de la melancolía, narró su propia historia como quien graba un sueño en formato reality.

No importaba si la función había sido perfecta, o que hubiera alcanzado picos de rating de 40 puntos, sino que hubiera sucedido. El circo podrá haber bajado el telón, la gente se habrá ido a sus casas, pero el mito siguió girando.

En una de esas noches grandilocuentes de excesos televisivos, Charly García recordó la vez que se había tirado a una piscina desde un noveno piso:

—Cuando estaba en el aire, esperaba verlo a Dios.

Con una sonrisa cómplice, miró a su amigo y remató:

—Pero no te vi.

Por Sebastián Chittadini