Alimentarse y alimentar. Rispideces intergeneracionales. Acortar estas distancias. En esta novela, los personajes lidian con aquellos escalones que la vida misma pide superar. No hay eventos impactantes ni difíciles de creer. En el universo de Lucía Lorenzo, los personajes se atraviesan con el choque de la vida misma, y la búsqueda incesante de vínculos que ayuden a sortearla. El intento de acomodarse al presente es constante, casi una cuestión de supervivencia.
Licenciada en Comunicación Audiovisual, Lucía Lorenzo colaboró como periodista para la revista Lento y La Diaria. A la vez, dirige talleres de lectura y escritura. Tenerlo por escrito (2019) fue su primer libro de cuentos, y recibió el segundo premio del Concurso Nacional de Cuentos Paco Espínola, otorgado por la Biblioteca Nacional y Radios Sodre.
En palabras de la autora Cecilia Ríos, "Lucía Lorenzo se acerca a personajes que, entre pájaros, hospitales, mariposas y corredores oscuros, ensayan distintas versiones de sí mismos y conviven con sus fantasmas y fingimientos". De alguna manera, se superan, evolucionan, se perdonan. Trabajan sus luces y dejan atrás sus sombras, unas que parecen venir de fábrica con la propia especie humana.
¿Qué libro de otro autor/ a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
¡Absalón, Absalón! (1936), de William Faulkner. Frankie y la boda (1946), de Carson McCullers. La geometría del amor (1966), de John Cheever, entre otros.
Top 3 de libros que más regalaste/recomendaste.
Islas en el golfo (1970), de Hemingway, Bajo el volcán (1947), de Malcolm Lowry y Diario (1927), de Katherine Mansfield.
¿Qué sueño recordás más?
Un tsunami en la playa Ramírez.
Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?
Con Virginia Woolf, por su sensibilidad e inteligencia. Con Clarice Lispector, por las mismas razones.
Foto: Javier Noceti
Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo supiera, ¿cuál sería?
Creo que sigue cerrada.
Contanos qué estás leyendo ahora.
Cuentos completos (2005), de Grace Paley, La puerta de la misericordia (2002), de Tomás de Mattos y Gurisas chicas (2025), de Dani Olivar.
¿En qué te gustaría reencarnar?
En un varón.
El primer verso que te viene a la mente.
“A llegos sosiegos celesteros rezan”, de Mateo.
¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?
Uno de Felisberto; no me lo devolvieron. Y La isla Sajalín (1895), de Chéjov, no lo devolví.
Foto: Javier Noceti
Como lectora, ¿qué te gusta encontrar en un cuento?
Verdad.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
Los cuentos de Chéjov.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Cinco años.
¿Por qué elegiste esos epígrafes?
Porque aportaban algo al texto.
Foto: Javier Noceti
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
No sabría describirlo sin caer en la redundancia.
Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?
Creo que el portugués. No sería necesario viajar para probarlo.
Contanos sobre una lectura que haya tenido un impacto significativo en tu vida. ¿Qué libro fue y por qué fue tan importante para vos?
Cuentos espaciales (1962), de Ray Bradbury, cuando era adolescente y porque era adolescente.
Escribir para ...
Vivir.
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Fragmento de Una novedosa soledad
Un misterio indescifrable
Lo ve bajar del árbol, resbalar un poco, sostenerse enseguida en el aire, el cuerpo joven, demasiado joven, haciendo esa demostración de fuerza, la fuerza como una vestimenta, como una ropa adecuada. Lo ve y mira sus piernas, sus pies descalzos rozando la madera del árbol y el árbol allí, sosteniéndolo y esperándolo. Baja de un salto, las rodillas se doblan un poco, y enseguida lo oye decir algo sobre Tom Sawyer. Lo oye decir algo sobre un río, una barca, los troncos gruesos, firmes sobre el caudal rápido. ¿Lo leíste?, pregunta ella. Él la mira con asombro, como si no entendiera del todo la pregunta. Algo vio, una vez, un día, en televisión. La barca hecha de troncos, los troncos sosteniéndolo y trasladándolo. Podés leerlo, le dice ella. ¿Qué? La mira de soslayo, se sacude el short, la remera, pasa una mano por sus pies descalzos. Tom Sawyer no es un programa de televisión, dice ella, risueña. Es una novela. No me gusta leer, dice él, y lo piensa, piensa algo sobre eso. No me gusta estar quieto, aclara después. En el árbol, dice ella. ¿En el árbol qué? Ella le mira el short, las piernas flacas. Podés leer en el árbol, le dice. Él la mira, lo hace con atención ahora, como si no comprendiera del todo el sentido de sus palabras. Los árboles no son para leer, dice él, inseguro. Un programa de televisión, repite ella, burlona y sonriéndole abiertamente, pero a él no le hace gracia. No le da gracia que ella sepa algo que él no sabe. Que ella hable de leer aquello y él piense en un programa que vio en televisión, un día.
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