Los inconfundibles acordes de “Sweet Georgia Brown”, en la versión silbada que había grabado el grupo Brother Bones and His shadows en 1949, empezaron a sonar en el majestuoso Estadio Central Lenin mientras un equipo de básquetbol conformado por jugadores negros vestidos con los colores de la bandera de los Estados Unidos (EE. UU.) irrumpía en la cancha ante un público que miraba en silencio. Los Harlem Globetrotters ya sabían lo que era encantar a audiencias internacionales, desde que en 1950 habían hecho su primera gira por Europa. En Berlín, por ejemplo, llegaron a jugar frente a 75.000 personas y en Roma a deleitar con sus habilidades al Papa Pío XII. Pero la cosa era diferente en la Unión Soviética (URSS).

Ninguno de los presentes había escuchado jamás esa canción que los desconocidos visitantes habían adoptado como tema característico en 1952, ni visto a una persona negra. Algunos, incluso, querían frotarles la piel para ver si se les iba el color.

Por aquel entonces, el mundo estaba mucho menos globalizado y mucho más polarizado por la rivalidad entre las dos grandes potencias mundiales, que abarcaba no solo al ámbito político o ideológico. George Orwell ya había usado el término “Guerra Fría” en un ensayo publicado en el diario británico Tribune en octubre de 1945. La carrera espacial, nuclear, militar e informativa ya había empezado, pero Estados Unidos y la Unión Soviética también competían en el campo estético –buscando el liderazgo en el diseño y la arquitectura– y en el deportivo, que se convirtió en un campo de batalla simbólico en el que cada bloque quería demostrar poder y ser mejor que el otro. La llamada Cortina de Hierro quedó más de manifiesto que nunca en los años 80, cuando el capitalismo y el comunismo intercambiaban boicots a los Juegos Olímpicos de Moscú y Los Ángeles.

Nikita Kruschev lideraba el régimen soviético y Dwight Eisenhower presidía a la potencia norteamericana en un año 1959 que, en sus primeros tres días, dejaba muestras de que no iba a ser muy tranquilo. El 1º de enero, Fidel Castro tomaba el poder en Cuba tras el triunfo de la Revolución, el 2 veía cómo la URSS lanzaba al espacio a la sonda Luna 1 y el 3 amanecía con Alaska convirtiéndose en el 49º estado de los EE. UU.

En la Unión Soviética estaba prohibido el ingreso de cualquier producto de consumo cultural generado en el mundo capitalista, algo que hacía que Moscú no fuese una ciudad atractiva para Andy Warhol. En 1975, el artista escribió una oda a la cadena de comida rápida de McDonald’s, en la que decía que lo más hermoso de ciudades como Tokio, Florencia o Estocolmo era la presencia de la Gran M y otras, como Moscú o Beijing, no tenían todavía nada realmente bello. Durante la Guerra Fría, los Beatles eran considerados una amenaza que difundía el capitalismo: se dice que fueron el primer agujero en la Cortina de Hierro porque la gente escuchaba sus discos de forma clandestina.

Faltaban tres décadas para la disolución de la URSS, pero tanto el líder soviético como el norteamericano apostaban por abrir una época de coexistencia pacífica, lo que se dio en llamar un “deshielo” en la relación entre las dos superpotencias. En ese contexto y con toda la carga simbólica posible, el 4 de julio de 1959 y tras ocho años de negociaciones por parte de su propietario Abe Saperstein con las altas esferas soviéticas, los Harlem Globetrotters volaban desde Estados Unidos al país prohibido para los norteamericanos. El acuerdo estipulaba que el equipo cobraría el equivalente a 4.000 dólares de la época por cada uno de los nueve partidos que disputaría, con la condición de que ese dinero debía ser gastado en Moscú.

El equipo existía desde 1926, ya había grabado una película en 1951 y contaba en sus filas con un gigante de 2.16 metros llamado Wilt Chamberlain, que acababa de firmar contrato con los Philadelphia Warriors de la NBA. Con el tiempo, ese jugador sería siete veces el máximo goleador de la liga profesional estadounidense y acumularía récords imposibles, como el de 100 puntos en un solo partido. La gente en la Unión Soviética desconoce todo esto, pero Chamberlain diría muchas veces que su paso por los Globetrotters fue lo más disfrutable de una carrera que incluyó dos títulos de la NBA.

Mucho antes de que los Beatles pudieran ser escuchados de forma legal –en 1986–, o de que un policía soviético sonriera a la cámara mientras, al fondo, se organizaba una cola de horas para probar una hamburguesa en la apertura de McDonald’s en Moscú –el 31 de enero de 1990–, la pegadiza “Sweet Georgia Brown” sonó para hacer historia.