El dorado invade cada rincón y obliga a creer que tal vez, o al menos esta noche, todo lo que brilla sí es oro. Desde los vestidos y el calzado de las tres coristas y las tres músicas, pasando por el predominio de las melenas rubias —que, bien sabido es, son las que más se divierten—, hasta los sacos de los hombres de la banda.
El protagonista cumple con la regla al pie de la letra: lleva una campera animal print con lentejuelas, estrellas bordadas en la parte trasera del pantalón y un reloj que lanza destellos áureos. Rod Stewart es el rey Sol arriba del escenario. No hay lugar para el minimalismo: todo brilla, hasta el piso y los escalones blancos en el centro del escenario.
Es la tercera vez que el músico octogenario se presenta en Uruguay. Realizó un show en 1989 —cuando recibir artistas internacionales era una rareza— y regresó en 2014. En los tres casos, el lugar fue el Estadio Centenario. Durante las dos horas de espectáculo rindió homenaje a algunos de sus amigos y al club de sus amores, cambió varias veces su atuendo, lanzó pelotas de fútbol al público y ofreció un “todo-lo-que-quieras y más”.
Pasadas las 21:10, y con gente aún haciendo fila para entrar, el británico apareció en escena para transportar al público a otra coordenada: ya no Montevideo, sino Las Vegas. El nivel de ostentación y extravagancia, la banda impoluta, las coristas esbeltas y sincronizadas, y un showman nato que sabe reírse de sí mismo.
Tras una grabación de “Scotland the Brave” como apertura de ceremonia, comenzó con “Infatuation”, anunció que la velada iba a ser un festejo con “Having a Party”, siguió con “Tonight I’m Yours (Don’t Hurt Me)” y recordó a Tina Turner con “It Takes Two”, una canción originalmente interpretada por Marvin Gaye y Kim Weston, pero que Stewart grabó junto a la Reina del Rock and Roll en 1990.
Dio lugar por primera vez a las baladas con “The First Cut Is the Deepest” y “Tonight's the Night (Gonna Be Alright)”, en las que el arpa y los violines se lucieron. También hizo el primer comentario al enemigo de la noche: el viento, cuando las coristas se vieron forzadas a ponerse camperas. “Básicamente están desnudas”, acotó con el descaro que le es característico y que estuvo presente en más de una ocasión. Más tarde lo definiría entre risas como “the fucking wind”.
El tramo final llegó con “Sailing”, momento en que todo el Estadio encendió las linternas de sus celulares, y un azul calmo sirvió de descanso después de tanto color, antes de cerrar con “Love Train”. Tras sacarse el sombrero de capitán que había usado en la canción anterior, se despidió sin más, asegurando que la noche había sido “magnífica” y dejando que una de sus coristas hiciera el agradecimiento en español.
Sir Rod demuestra que “dandy” y “kitsch” pueden convivir sin contradicción. Es capaz de traer Las Vegas y Escocia al sur del continente. Sigue haciendo lo que mejor sabe: burlarse del paso del tiempo a fuerza de brillo, descaro y clásicos suyos y ajenos. Se divierte en el escenario sin perder de vista los altos estándares que mantiene para el show. La tercera será la vencida en los libros de Rod, pero, ¿quién le quita lo bailado?