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Cine
Now It’s Dark

La reinvención del miedo en el cine: del apocalipsis social a la mutación del cuerpo

De Romero a Ducournau, el género ha reflejado los terrores de cada época con lucidez y conciencia de su linaje.

08.10.2025 14:39

Lectura: 6'

2025-10-08T14:39:00-03:00
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Por Sofía Lust | @lust.sofia

El terror nunca fue solo un refugio para asustar. Y siempre fue el género más libre del cine: puede mutar, absorber otras formas, infiltrarse en lo cotidiano o en lo político. No necesita héroes ni moralejas; solo necesita una idea, una atmósfera, un temblor. Ahí donde otros géneros buscan respuestas, el terror formula preguntas. Y algunas siguen abiertas desde los años setenta, cuando George A. Romero, David Lynch y John Carpenter empezaron a desmantelar lo que entendíamos por miedo. Décadas después, directores como Jordan Peele, Ari Aster, Robert Eggers y Julia Ducournau lo expandieron aún más hacia lo simbólico, lo psicológico y lo corporal.

En Night of the Living Dead (1968), Romero filmó algo más que una invasión de muertos vivientes: rodó el colapso de la confianza en las instituciones. En un blanco y negro casi documental, la violencia no viene de los zombies en sí, sino del miedo que genera el caos. El protagonista, un hombre afrodescendiente acorralado por la histeria colectiva, termina ejecutado por los “vivos” en una escena que remite directamente a los linchamientos raciales en los Estados Unidos. La lectura política es tan clara que la película se volvió una radiografía del país. Romero convirtió al zombie en alegoría: no del más allá, sino de la repetición mecánica del consumo y del miedo.

En Dawn of the Dead (1978), los sobrevivientes se refugian en un shopping y continúan comprando. La crítica social no es sutil, pero tampoco panfletaria. El horror está en lo humano: en la costumbre de repetir hasta en medio del fin del mundo.

En el universo de David Lynch, el terror no proviene de la irrupción de lo monstruoso, sino de la descomposición de lo cotidiano. Blue Velvet (1986) abre con un cerco de madera pintada de blanco, un cielo azul y un barrio de los suburbios ideal. Hasta que la cámara se sumerge en el pasto y aparecen los insectos: el horror que vive debajo del decorado.

Lynch entiende el miedo como experiencia sensorial. No busca sobresaltos, sino más bien que te llenes de horror por desajustes. En Twin Peaks lo sobrenatural convive con el melodrama. En Mulholland Drive (2001) la lógica se derrumba con la naturalidad de un sueño que empieza a volverse pesadilla. Su cine puede no ser muy explicativo, pero muestra de forma clara la fractura entre lo visible y lo reprimido. En sus manos, el terror es la revelación de una grieta: la evidencia de que el mundo es más raro de lo que admite su superficie.

Mullholand Drive (2001), David Lynch 

Mullholand Drive (2001), David Lynch 

John Carpenter llevó el terror a una forma de pureza geométrica. En Halloween (1978), la puesta en escena es casi coreográfica: travellings que se deslizan atrás de los personajes, silencios, espacios abiertos que se vuelven trampas. Michael Myers es como una figura omnipresente. La increíble y emblemática banda sonora, compuesta por él mismo, también funciona como estructura: cada nota marca un punto de tensión exacto.

En The Thing (1982), el enemigo se vuelve invisible y adopta cualquier forma. El miedo se vuelve paranoia. La desconfianza reemplaza al grito. Carpenter transforma el horror en diseño, en composición pura. Sus películas no están para plantear una discusión sobre el mal: lo muestran como un principio de orden que corroe desde adentro.

Jordan Peele actualizó la dimensión política del género. Get Out (2017) parece una historia de suspenso clásico: un joven afroamericano visita a la familia blanca de su novia. Pero bajo esa estructura, Peele disecciona los gestos de un liberalismo que disfraza su violencia bajo la cortesía.

El terror en Get Out no viene de un monstruo ni de un asesinato: viene del lenguaje. De la forma en que se habla, se pregunta, se mira. En Us (2019), esa tensión se amplía hacia la sociedad entera. El doble, ese otro nosotros, se vuelve metáfora del país que niega su propio origen. Peele usa el género como espejo de contradicciones históricas, sin perder la precisión narrativa. Además, su horror tiene ritmo, ironía y una inteligencia política que lo separa de la denuncia explícita.

Get Out (2017), Jordan Peele

Get Out (2017), Jordan Peele

Ari Aster, por otro lado, trabaja el terror como tragedia y psicología. En Hereditary (2018), el linaje familiar es una condena biológica y emocional. La puesta en escena, esa casa que parece una maqueta, funciona como símbolo del control y del destino, los personajes son muñecos atrapados en un diseño invisible.
Midsommar (2019) cambia la oscuridad por la luz, pero el efecto es el mismo: la comunidad como amenaza, el duelo como rito. Aster construye el miedo desde la exposición, no desde la sombra. En este caso, lo perturbador no es lo que no se ve, sino lo que se ve demasiado.

Robert Eggers reintrodujo la palabra como fuente de terror. En The Witch (2015), el inglés arcaico y la austeridad del paisaje convierten el relato en una experiencia casi hipnótica. Su rigor histórico logra que el espectador entre en un mundo donde la fe y la locura son indistinguibles.

En The Lighthouse (2019), el mito marino y el aislamiento generan una espiral de delirio visual. Eggers usa la forma (el blanco y negro, el formato cuadrado, el ritmo del oleaje) para construir una sensación física del encierro. En él, el horror es filológico: nace del lenguaje, del mito, de lo que se repite hasta volverse invocación.

Midsommar (2019), Ari Aster

Midsommar (2019), Ari Aster

La francesa Julia Ducournau lleva el terror a la carne. En Raw (2016), el despertar sexual se manifiesta como hambre; en Titane (2021), la identidad se convierte en mutación. Su cine no distingue entre placer y repulsión. La violencia se filma con ternura y la ternura con violencia.

Ducournau entiende el cuerpo como un texto que puede reescribirse. En sus películas, el miedo es metamorfosis. La materia se transforma, y en esa transformación aparece la emoción. Si Romero politizaba el horror y Lynch lo sublimaba, Ducournau lo encarna.

Romero, Lynch y Carpenter abrieron los límites del género. Peele, Aster, Eggers y Ducournau lo desarmaron. Lo que los une no es el tono ni el estilo, sino la certeza de que el miedo puede ser una forma de conocimiento. Cada uno, desde su época, usó el terror para mirar lo que la sociedad prefiere ignorar como la repetición, la represión, la duda, el cuerpo.

El resultado no es una fórmula ni una moda, es un linaje. Un cine que piensa mientras asusta. Que no busca consuelo ni catarsis. Solo una verdad: el miedo, cuando se filma con lucidez, no necesita explicación.