Por Catalina Zabala
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Ino Guridi encontró inspiración en varios pilares de su entorno. Lienzos modificables en cada rincón. En el rock y en el candombe, o en la infraestructura de sonido de Chile, donde exploró la música por tres años. En los discos, en los libros, en las películas.
Cuenta que, a los cinco años, le preguntó a su padre —el músico Renzo Teflón— qué era un productor musical, y que a los 15 escuchaba a Eduardo Mateo y a Zitarrosa. Ino Guridi se recuerda siempre como una niña que se movía a contracorriente, pero que siempre naturalizó su infancia. Y hoy encuentra su motor creativo en el estado de vigilia, uno que le da nombre a su nuevo disco.
Aunque lo integra desde hace años, dice que no se identifica del todo con el sonido del panorama musical uruguayo. Pero la reivindicación de los sonidos autóctonos fusionados con la electrónica es una constante en su carrera. Se manifiesta también en Vigilia (2025), su segundo álbum de estudio. Se presenta el 6 de octubre en la Sala Hugo Balzo del Sodre, y las entradas pueden adquirirse aquí.
Sos joven, pero llevás muchos años integrando la escena de la música nacional, y has colaborado con artistas como Eté & los Problems. ¿Sentís que esta dualidad te da una perspectiva especial?
Cuando empecé, yo era bastante chica. Tenía como 15 años, y ahora tengo 31. Cuando arranqué ya había una movida alternativa en Montevideo, que fui conociendo, y de esa escena me acuerdo de Julen y la Gente Sola, mi amigo Fede, que su proyecto recién se llamaba Federico, todavía no era Julen. Después, me acuerdo de Diego Rebella, que fue otro artista que me invitó a cantar con él. De su grupo, estaba la banda Carmen Sandiego, el Tüssi Dematteis, Garo Arakelian. Si vos conocías a alguno de ellos por tocar o por compartir, terminabas conociendo a los demás.
Pero a mí me pasaba que escuchaba esas bandas y me parecían bien distintas de lo que yo quería hacer. Siempre tuve una visión muy personal de lo que yo hacía, miraba poco a Uruguay, digamos. Todo eso cuando tenía 15. Después hice toda una investigación muy grande para mi primer disco sobre la música uruguaya. La música alternativa uruguaya yo la consumía, pero no siento que haya influenciado en mi sonido en ese momento. Sí me ayudó a salir de lo que era yo produciendo en mi cuarto, sin tener contacto social con la música. Pasé a cantar en vivo y a tener contacto con otros músicos locales. Empecé a ver cómo sonaban y cómo se movían esos artistas en vivo, por la cercanía del público, por quiénes eran los que iban a los toques, por los boliches en los que se hacían esos toques.
Eso me dio un mapa de lo que estaba pasando en Montevideo con la música independiente, pero musicalmente no encuentro mucha conexión. Vengo de una escuela muy punk, muy de que las ganas priman por sobre la destreza musical. Eso que te hace único está bueno y no necesita ser perfecto, y si tenés las ganas de hacerlo, hacelo.
Foto: Javier Noceti
¿Hasta el día de hoy no te identificás con la música nacional, o es algo que solo te pasó al principio?
Creo que, en Uruguay, somos muchos músicos, pero a la vez muy pocas personas. Siento que hay un representante de cada género que tiene que convivir con la banda que hace música distinta. Esto de que convivan tanto los distintos tipos de música en un mismo toque o en una misma escena es algo muy uruguayo. Hoy veo que lo que yo hago, yo no lo hace otro artista en Montevideo, y lo que hace el otro artista, tampoco lo hago yo. Cada uno tiene una bandera por defender.
Lo que sí veo ahora más lindo, es todo este surgimiento de un montón de mujeres músicas que a mí me gustan mucho, como Lucía Romero, que en el último disco la veo más pariente de lo que yo hago. Está Rodra haciendo lo suyo también, y siento que cada una tiene su estilo y estamos conviviendo, pero no me siento parte de ninguna escena. Con la única persona que siento que comparto una sensibilidad musical —y esto lo digo desde un lugar ultra abstracto— es con Tallo. Lo que hace Tallo por primera vez me generó eso de encontrar a un colega con la mirada parecida a la mía, y está mezclando instrumentos y sonidos más cercanos a lo que yo me imagino.
Estuviste algunos años en Chile con tu proyecto Isla Panorama. ¿Notaste diferencias de idiosincrasia a la hora de hacer música? ¿Cómo te afectó la vuelta a Uruguay en ese sentido?
Yo estuve tres años viviendo en Santiago de Chile. La ciudad tiene una infraestructura de sonido muy profesional, no sé si tiene que ver con el Tratado de Libre Comercio que tienen con Estados Unidos o algo de eso, pero tecnológicamente, todo lo que es amplificación y equipos de sonido en vivo son muy modernos y profesionales. Incluso en ambientes ultra alternativos e independientes. Todos tienen buen sistema de sonido. Me pasaba que me invitaban mucho a tocar en vivo en un montón de lugares, y en todos sonaba muy nítido y muy increíble.
Eso hizo que con mi equipo de producción quisiéramos mejorar el sonido para las presentaciones en vivo. Volviendo de Chile quizás me traje esa exigencia técnica de sonido en vivo que a mí me importa mucho, sobre todo con lo que es más electrónico, que es lo que hago yo. Creo que con la infraestructura de los lugares independientes que tenemos acá para tocar ni siquiera llegas a notar qué es lo que está realmente sonando, a veces la acústica de los lugares o los equipos son muy jodidos, entonces no sabés muy bien y te perdés un poco. Chile me hizo ser más consciente de mi sonido en vivo y de mi calidad de producción.
Foto: Javier Noceti
Elegiste mezclar candombe y milonga con electrónica. ¿Fue una forma de reivindicar y mantener viva la cultura nacional? ¿Sentiste limitaciones al respecto?
Yo siempre fui la persona que más quería saber sobre bandas, siempre tuve un interés muy grande por saber de bandas de todas las épocas y de todos los países. Y me encontré con que una de las figuritas que me estaban faltando, cuando tenía 26- 27, era la de la música uruguaya. Yo había investigado un montón de otros países y épocas, pero de Uruguay no sabía tanto. Entonces me dediqué a estudiar a fondo todos esos artistas desde la década de los sesenta hasta fines de los noventa en Uruguay, y los consumí desde un lugar de estimulación cerebral de querer escuchar algo diferente a lo que escuchaba.
Cuando tenía 15, igual yo escuchaba Totem, Opa, El Kinto, Eduardo Mateo y a Zitarrosa. No es que no escuchara nada; recién a los 15 empecé a escuchar esas cosas, y después con 26 me adentré más en el mundo de Vera Sienra, Jaime Roos, Estela Magnone, Mariana Ingold, Sylvia Meyer. Surgió por una necesidad propia de saber dónde estaba parada siendo uruguaya, porque cuando me fui a vivir a Chile, yo no me quería volver a Uruguay. Cuando volví, tuve que buscarle la ventaja. Qué tenía de bueno estar en Uruguay, qué tiene de único que me hace a mí uruguaya. Parte de entender mi identidad era entender cuáles habían sido las bandas que habían cambiado o llamado la atención del rumbo del Uruguay. Era como un deber que tenía por ser uruguaya, y fue también una experiencia hermosa de redescubrir al país.
Tu padre fue Renzo Teflón, de Los Tontos. Más allá de haber tenido influencias claras desde el hogar, ¿qué cosas concretas dirías que le dejó a tu música, desde tu perspectiva de varios años de carrera musical?
La más importante y el génesis de mi "yo" como música, fue un día que mi padre me empezó a explicar cuando era muy niña, con 5 o 6 años, qué era un productor musical. Con esa edad me acuerdo que escuchábamos mucho Moby, y él me decía que todo lo que escuchaba era un tipo solo. Yo le preguntaba cómo podía ser, porque escuchaba a toda una banda y gente cantando. Y él me respondió: "Eso hace un productor musical. El productor puede componer y puede hacer, y no necesariamente tiene que tocar todos los instrumentos, le puede pedir a otra gente que lo haga".
Plantó en mí la semilla de una noción muy naturalizada que tuve toda la vida de que puedo hacer todo sola, y que no necesito esperar a nadie para hacer música. Entonces, desde muy chica, con esa mentalidad, me asumí productora y empecé a componer. Capaz hay gente a la que no se le ocurre hacer música hasta que no encuentra un compañero de banda o algo así. A mí nunca se me pasó por la cabeza; yo sabía que tenía muy pocas herramientas para hacer música sola, pero que no tenía que esperar a nadie. Una de las cosas con las que más me marcó mi padre fue con eso, con la explicación de lo que era un productor. Toda la música de los ochenta que consumo con mucha naturalidad también me parece que viene de lo que escuchaba él.
Foto: Javier Noceti
Despertó curiosidades que quizás en otro hogar no habrían aparecido.
Sí, y cuantos más años tengo más lo veo. Uno naturaliza mucho la infancia, y yo de chica era particular. Lo sentí toda la vida en las escuelas a las que fui y con los compañeros que tenía. Yo estaba muy metida en el mundo de los discos, los libros y el cine. Mi mamá lee mucho, escucha mucha música y ve mucho cine. Mi hogar, tanto la casa de mi mamá como la de mi papá siempre fueron lugares muy culturales. Capaz en esa época estaban pasando Rebelde Way (2002), pero a mí no me interesaba. Tuve mi etapa de escuchar Britney Spears y me encanta, me sigue gustando. Hay cosas que agarré y cosas que no. Rebelde Way y Cris Morena siempre lo detesté, pero Britney, Pink y Bandana, hasta hacía las coreografías con mis primas.
Hay cosas que tomé y cosas que no, pero puedo decir que mayoritariamente consumía cosas que no eran para los jóvenes de esa época. Creo que siempre depende de tu iniciativa. Por más que en tu casa tengas un montón de cosas, te puede gustar o no. Hay gente que tiene un padre carpintero y no puede ver la madera, pero otros te salen carpinteros y heredan ese gusto por la carpintería. Va en cada uno; yo por suerte de alguna forma lo heredé, lo honré y lo construí.
Lanzaste Vigilia (2025) el 8 de agosto, donde mezclaste rock y electrónica chilena. En comparativa, ¿ves maduración en comparación con Pasará (2023), tu primer álbum?
El primer disco lo hice en gran parte sola y en gran parte acompañada, pero el génesis de la obra lo hice todo yo, y lo traté de producir todo lo que pude. Este disco nuevo lo hice en equipo con Krishna Della Valle, que es mi compañero de banda y también el ingeniero de mezcla del primer disco y del segundo. Le dejé a Krishna el lugar de ser coproductor para poder enriquecer el disco. Y, en ese sentido, para mí fue muy nuevo. Yo siempre estoy acostumbrada a controlar todo, y en este segundo disco me dejé acompañar más y escuché opiniones de los demás. Amigos de Krishna, por mi manager Patricia Papasso, toda la gente que me rodea y que son mis amigos y les tengo confianza. Siempre me gusta saber qué opinan ellos sobre lo que estoy haciendo.
También integrás la banda Isla de Flores, con Krishna Della Valle y Cecilia Simón. ¿Cómo se trabaja en más de un proyecto creativo sin caer en la repetición de ideas y elementos?
Yo me tomo la música como un trabajo; entonces para mí, tocar en otra banda es poder divertirme un poco más. Lo principal es divertirme, proponer y jugar desde un lugar donde no me cae todo el peso de la composición solo a mí, y eso me encanta en Isla de Flores. Además, yo soy una bajista frustrada de alguna forma, porque he compuesto líneas de bajo, pero no sé tocarlo bien. Entonces compongo con el sintetizador y me divierto jugando a que soy bajista. Obviamente con la tecla podés hacer cosas más rápido y más fácil que con el bajo. Invento algunos sonidos medio locos y me redivierto. La dinámica de trabajo con Isla de Flores es muy grupal, cada uno aporta lo suyo sobre esa composición inicial de Ignacio de los Campos, y después va creciendo y se va haciendo una masa leudante muy zarpada. Después, Krishna mete mano también en la mezcla, todos van colaborando y se va generando algo bastante contundente.
Contaste que Vigilia es un álbum gestado en las penumbras de la madrugada. ¿Fue así? ¿Cómo se dan los procesos de inspiración en un artista?
En cuanto a mi proceso creativo, yo trato de componer todos los días; llueva o truene trato de estar ahí con la computadora y el teclado haciendo cosas. Pero la realidad es que cuando tengo una canción que está buena, la compongo usualmente pegada a otras canciones que también están buenas. En este caso, Vigilia fue compuesto en un mes, y la única limitación que me puse fue no juzgar las creaciones. Con Pasará, mi primer disco, fui muy jodida, al punto de la locura. Era mucha presión para mí sacar un primer disco, y ahora que ya lo saqué, el segundo quería que fuera más divertido de hacer.
Un mes es poco tiempo, ¿te llevó menos tiempo que el primer disco?
Me llevó menos. Yo paso muchos meses componiendo y no me sale ninguna canción, salen pedacitos de cosas que no van a ningún lado. Y un día te sale algo que sí va para algún lado, y al otro día capaz que también y al otro también, y así fue como se formó Vigilia.
¿Sabrías decir de qué depende esa inspiración?
No, y de hecho me vuelve loca. Yo ahora quiero hacer el próximo disco, obviamente, aunque esté enfocada en sacar a la luz el segundo. En realidad creo que componer es un espacio mental, es llegar a una especie de estado zen en el que querés estar en el futuro, pero todavía no es; querés tomar del pasado, pero no te querés quedar ahí; querés hacer tu mejor trabajo, pero tampoco te tenés que juzgar mucho, porque si no, no te sale nada. Es como tener ansiedad y estar tranquilo, y en mi opinión es más un estado mental que cualquier otra cosa. Y cuando llegás a ese estado mental empiezan a salir cosas. Ahora, llegar a ese estado mental lleva mucho trabajo y mucha perseverancia.
Tiene que ver con esa lucha entre lo racional y lo que te sale, y el hecho de estar arriba de lo que hiciste para perfeccionarlo.
Totalmente, aparte la creatividad hace lo que quiere también. Estar con la mentalidad para crear para mí es un trabajo arduo, que una vez que lo lográs, todo fluye y se desarrolla. Pero llegar a ese equilibrio para mí es muy exigente.
Por Catalina Zabala
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